EL NACIONAL, Caracas, 13 e junio de 2017
Trump y los eufemismos de Estados Unidos
Jorge Castañeda
El Estado de Derecho norteamericano tiene una fama legendaria. Como repiten de manera insaciable sus presidentes, legisladores, intelectuales y empresarios, Estados Unidos es un país de leyes. El resto del mundo suele admirar ese Estado de Derecho y tratar de emularlo cuando es posible, pero sin dejar de lado las dimensiones de la hipocresía norteamericana: existe para los hombres blancos, no para las mujeres negras o latinas. Los dos puntos de vista son un poco excesivos, pero, a propósito de Donald Trump hoy, tenemos elementos para ver con más precisión cómo funciona el famoso Estado de Derecho norteamericano, o su imperio de la ley.
En realidad, el Estado de Derecho estadounidense funciona de manera escalonada. A lo largo de su historia, para los varones, los blancos, los anglosajones y las personas mayores de 40 años, ha funcionado increíblemente bien desde mediados del siglo XIX. Obviamente, no funcionaba para los esclavos en esas mismas épocas, ni para las mujeres hasta hace muy poco, e incluso hoy para los latinos y los jóvenes de raza afroamericana no funciona casi para nada. Ahora, que funcione para cierto sector no quiere decir que lo haga a la perfección, y Trump puede volverse víctima de sus ilusiones sobre el funcionamiento del Estado de Derecho norteamericano para tres sectores que él debiera conocer mejor: los magnates, los empresarios del sector de bienes raíces y hombres de negocios que viven y trabajan en estados como Nueva York, Nueva Jersey, quizás Illinois o por lo menos la ciudad de Chicago, y desde luego ciudades como Las Vegas y algunas más.
Trump puede pensar, con algo de razón, que mentir, engañar, recurrir a eufemismos, a legalismos, a todo tipo de maniobras jurídico-políticas, puede ser exitoso o surtir efecto en las condiciones que siempre le han correspondido a él: un multimillonario dedicado a los bienes raíces, básicamente en el estado de Nueva York y en menor medida en Nueva Jersey. Algo por el estilo le sucedió a Bill Clinton a finales de los años noventa cuando trató de evitar su propia destitución por el caso Monica Lewinsky y la obstrucción de la justicia y el perjurio, al recurrir a eufemismos como: “No tuve sexo con esa mujer”. Luego, cuando le preguntaron si había tenido algún tipo de relación sexual oral con ella dijo: “Defina sexual”. Trump vive en un mundo parecido, pero no es seguro que los jueces y los jurados de Brooklyn y Queens sean iguales que el Congreso de Estados Unidos, el tribunal de la opinión pública y la propia Suprema Corte tratándose del presidente de Estados Unidos.
¿A qué me refiero? Que Trump está recurriendo al mismo tipo de subterfugios legales que le funcionaron maravillosamente bien en otros lugares, en otros momentos. Pero no son necesariamente tan eficaces en su situación actual. Discutir si dijo o no la frase “espero que puedas no insistir en esto”, a propósito de lo que le dijo al director del FBI James Comey en el caso del asesor de seguridad nacional Michael Flynn, es una discusión muy estrecha. Seguramente en un tribunal administrativo o civil del Bronx eso pasa, ya en instancias jurídicas o políticas de otro nivel es más difícil. Lo mismo sucede cuando habla de si hay o no grabaciones de sus conversaciones con el ex director del FBI, o las hay o no las hay. Si las hay, debiera soltarlas porque debieran exonerarlo. Si las hay y no las suelta es porque no solo no lo exoneran sino porque lo condenan. Lo mismo sucede con varias de sus declaraciones de estas últimas semanas, atribuidas a él por el ex director del FBI. Es posible que Comey haya mentido, no sería el primero que lo haga (recordemos a J. Edgar Hoover).
Pero ese no es el tema central ahorita. El tema es si Trump no se estará metiendo en un berenjenal jurídico, político y legislativo que acabe por destituirlo, ya sea por la vía del impeachment, ya sea por la incapacidad de desempeñar sus funciones, o por renuncia. Dar una batalla jurídica en Estados Unidos creyendo que todo son bienes raíces para ricos en Nueva York es un grave error. Hay que admirar y creer en el Estado de Derecho norteamericano pero no hacerse bolas, es para algunos, en algunos lugares, en algunos momentos; no para otros, en otros lugares y en otros momentos.
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/trump-los-eufemismos-estados-unidos_187282
EL NACIONAL, Caracas, 20 de junio de 2017
Trump y su nueva política cubana
Carlos Alberto Montaner
El presidente Donald Trump se propone modificar y endurecer la política de Barack Obama con relación a Cuba. Obama, que acertó en ciertos aspectos sociales de su política interna, erró totalmente en su estrategia cubana. Me parece, pues, razonable cambiarla. No todo lo que Trump hace es equivocado. A veces, entre tweets insomnes, acierta.
Si hay algo que el jefe de cualquier Estado debe tener muy claro, es precisar quiénes son los amigos y los enemigos de la nación a la que le toca proteger. Trump sabe o intuye que los Castro, desde hace décadas, intentan perjudicar a su país por cualquier medio. En 1957 Fidel Castro le escribió una carta a Celia Sánchez, entonces su amante y confidente, explicándole que la lucha contra Batista (la carta está firmada en Sierra Maestra) era solo el prólogo de la batalla épica que libraría contra Washington durante toda su vida.
Fidel Castro, que fue un comunista convencido, cumplió esa promesa, luego reiterada docenas de veces oralmente y por la naturaleza de sus acciones. Por eso, cuando Fidel murió, Donald Trump, que había sido electo presidente pocas semanas antes, pero todavía no había tomado posesión, tras calificarlo de “dictador brutal”, aseguró que: “A pesar de que las tragedias, muertes y dolor causados por Fidel Castro no pueden ser borrados, nuestro gobierno hará todo lo posible para asegurar que el pueblo cubano pueda iniciar finalmente su camino hacia la prosperidad y libertad”.
En consecuencia, Trump, a los pocos meses de iniciar su andadura, ha retomado el propósito de cambiar el régimen cubano, irresponsablemente cancelado por Barack Obama en abril de 2015, como anunció el ex presidente durante la Cumbre de Panamá; aunque, contradictoriamente, tuvo la solidaria cortesía de reunirse con disidentes cubanos que habían viajado desde la isla, gesto simbólico que hay que agradecerle.
¿Por qué Trump ha retomado la estrategia de “contener” a Cuba, como se decía en la jerga de la Guerra Fría? Porque Trump y sus asesores, guiados por la experiencia del senador Marco Rubio y del congresista Mario Díaz-Balart, verdaderos expertos en el tema, piensan que Raúl Castro no ha renunciado a la confrontación, lo que aconseja privarlo de fondos.
Muy en consonancia con la impronta que Fidel le dejó a su hermano y a su régimen, la revolución cubana continúa siendo enemiga de los ideales e intereses de Estados Unidos, como si la URSS continuara existiendo y el marxismo no se hubiera desacreditado totalmente hace ya más de un cuarto de siglo. Para Cuba la Guerra Fría no ha concluido. Para ellos, “la lucha sigue”.
Eso se demuestra en la alianza cubana con Corea del Norte, que incluye suministros clandestinos de equipos bélicos, prohibidos por Naciones Unidas, incluso mientras negociaba el “deshielo” con Washington. Es evidente en el respaldo a Siria, a Irán, a Bielorrusia, a la Rusia de Putin, y a cuanto dictador u “hombre fuerte” se enfrenta a las democracias occidentales. Se prueba en la permanente hostilidad contra el Estado de Israel, pero, sobre todo, queda clarísimo en la actuación de Raúl Castro en el caso venezolano.
Si Obama creía que la dictadura cubana, a cambio de buenas relaciones, ayudaría a Estados Unidos a moderar la conducta de la Venezuela de Chávez y Maduro, se equivocó de plano. La Cuba de Raúl Castro se dedica a echar gasolina al incendio que devora a ese país, con el objeto de no perder los subsidios que le genera la enorme colonia suramericana.
Los militares cubanos son el sostén esencial de la dictadura de Nicolás Maduro, personaje formado en la Escuela de Cuadros del Partido Comunista cubano llamada “Ñico López”. Les proporcionan inteligencia y adiestramiento a sus colegas venezolanos para que repriman cruelmente a los demócratas de la oposición. Los muy hábiles operadores políticos cubanos, formados en la tradición del KGB y la Stasi, asesoran a los chavistas y le dan forma y sentido a la alianza de los cinco gobiernos patológicamente “antiyanquis” de América Latina: la propia Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador.
Tiene razón el presidente Trump cuando afirma que Barack Obama (pese a su hermoso discurso en defensa de la democracia pronunciado en La Habana) no debió haber entregado todas las fichas norteamericanas sin que Raúl Castro hiciera concesiones fundamentales en beneficio del pueblo cubano y de su derecho a la libertad y la democracia. Eso es lo que Trump ahora intenta corregir.
Fuente:
http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/trump-nueva-politica-cubana_188511
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