De las colas inciertas
Luis Barragán
Una todavía asombrosa escasez, desabastecimiento e inexistencia de los
insumos básicos que se prolonga como la peor arma del régimen,
desafortunadamente nos reencuentra con la experiencia histórica del socialismo
capaz de trastocar toda pesadilla en realidad. En la Cuba de los sesenta del
XX, la cartilla de racionamiento siempre fue una promesa de transitoriedad
traicionada, quizá un poco más
distribuidora por su elaboración artesanal, pero naturalmente ligada a los dictámenes,
manipulaciones y miserias de cada comité de defensa de la revolución; y, ahora,
la asignación autoritaria dice esconder la hambruna en Corea del Norte, con el
sacrificio de los estómagos que la lleva a una prueba constante y enfermiza de
la balística atómica.
El califato biométrico venezolano, decidió en el inicio mismo de la ya duradera
crisis humanitaria, chantajear a la población que realiza las grandes colas
inciertas, arriesgándose en cada madrugada bajo el asedio del hampa. E,
incluso, un día antes del correspondiente según la numeración de la cédula de
identidad, debe pacientemente hacerlas para ingresar a una improbable lista de
compradores que tampoco constituye garantía alguna, consumiendo largas y
preciosas horas de una zozobra nada comestible.
Colas inciertas, pues, sólo el azar contribuirá al consumo familiar, ya que
algunas veces ofrecen arroz y, otras, pastas, convertida la harina precocida de
maíz o el aceite, en un lujo demasiado circunstancial, porque no alcanzarán para todos los que la
hacen, por más que tengan una posición ventajosa en la lista previa; o, en
definitiva, el camión no llegará para apostar por un regreso que tardará una
semana o quince días. Las panaderías socializadas, estatizadas o
nacionalizadas, importando poco o nada la fórmula jurídica para un acto de
fuerza, contrariamente a lo pregonado, no convierte el local en un centro de
distribución directa, sino que, lo poco o mucho que hagan las manos inexpertas,
estará destinado al suministro de los CLAP, quienes negocian y hacen favores en
el marco de un circuito mafioso que, a deshora, aparentando cierto
cumplimiento, vende el pan a pequeñas comunidades residenciales bien
comportadas.
De los alimentos, lentamente pasamos a otros rubros: obviando el drama de
los medicamentos, pues, luce y lo desean insoluble, a las ferreterías,
zapaterías o cualesquiera otras tiendas, no les espera otro modelo de negocios.
Ni se diga de las tiendas deportivas, ópticas, papelerías, librerías, por no
mencionar las comercializadoras de la que aún se cree la más reciente tecnología
de las comunicaciones, distanciándose las computadoras, impresoras o móviles
celulares y sus repuestos.
De la vieja república festiva del 5 y 6, desconocida por las más recientes
generaciones, pasamos al califato morboso de la supervivencia, bajo el signo
inequívoco de las grandes colas inciertas. Después del fraude estadístico de la
construcción oficial de viviendas, en la mente troglodita de los actuales
dirigentes del Estado, surcará la idea de una reforma urbana en la que serán
muchas o todas las casas y apartamentos que, por pocos que sean los metros
cuadrados, apretujarán a varias familias condenadas a hace la otra cola diaria,
la del único baño que sirva.
Fotografías: LB, El Cafetal (08/06/17).
12/06/2017:
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