sábado, 10 de junio de 2017

RAMALES



De las colas inciertas

Luis Barragán


Una todavía asombrosa escasez, desabastecimiento e inexistencia de los insumos básicos que se prolonga como la peor arma del régimen, desafortunadamente nos reencuentra con la experiencia histórica del socialismo capaz de trastocar toda pesadilla en realidad. En la Cuba de los sesenta del XX, la cartilla de racionamiento siempre fue una promesa de transitoriedad traicionada,  quizá un poco más distribuidora por su elaboración artesanal, pero naturalmente ligada a los dictámenes, manipulaciones y miserias de cada comité de defensa de la revolución; y, ahora, la asignación autoritaria dice esconder la hambruna en Corea del Norte, con el sacrificio de los estómagos que la lleva a una prueba constante y enfermiza de la balística atómica.

El califato biométrico venezolano, decidió en el inicio mismo de la ya duradera crisis humanitaria, chantajear a la población que realiza las grandes colas inciertas, arriesgándose en cada madrugada bajo el asedio del hampa. E, incluso, un día antes del correspondiente según la numeración de la cédula de identidad, debe pacientemente hacerlas para ingresar a una improbable lista de compradores que tampoco constituye garantía alguna, consumiendo largas y preciosas horas de una zozobra nada comestible.

Colas inciertas, pues, sólo el azar contribuirá al consumo familiar, ya que algunas veces ofrecen arroz y, otras, pastas, convertida la harina precocida de maíz o el aceite, en un lujo demasiado circunstancial,  porque no alcanzarán para todos los que la hacen, por más que tengan una posición ventajosa en la lista previa; o, en definitiva, el camión no llegará para apostar por un regreso que tardará una semana o quince días. Las panaderías socializadas, estatizadas o nacionalizadas, importando poco o nada la fórmula jurídica para un acto de fuerza, contrariamente a lo pregonado, no convierte el local en un centro de distribución directa, sino que, lo poco o mucho que hagan las manos inexpertas, estará destinado al suministro de los CLAP, quienes negocian y hacen favores en el marco de un circuito mafioso que, a deshora, aparentando cierto cumplimiento, vende el pan a pequeñas comunidades residenciales bien comportadas.

De los alimentos, lentamente pasamos a otros rubros: obviando el drama de los medicamentos, pues, luce y lo desean insoluble, a las ferreterías, zapaterías o cualesquiera otras tiendas, no les espera otro modelo de negocios. Ni se diga de las tiendas deportivas, ópticas, papelerías, librerías, por no mencionar las comercializadoras de la que aún se cree la más reciente tecnología de las comunicaciones, distanciándose las computadoras, impresoras o móviles celulares y sus repuestos.

De la vieja república festiva del 5 y 6, desconocida por las más recientes generaciones, pasamos al califato morboso de la supervivencia, bajo el signo inequívoco de las grandes colas inciertas. Después del fraude estadístico de la construcción oficial de viviendas, en la mente troglodita de los actuales dirigentes del Estado, surcará la idea de una reforma urbana en la que serán muchas o todas las casas y apartamentos que, por pocos que sean los metros cuadrados, apretujarán a varias familias condenadas a hace la otra cola diaria, la del único baño que sirva.


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