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miércoles, 27 de marzo de 2019

COLA-GRAFÍA

Colas
Luis Barragán


Difícil de imaginar al entrar a la actual centuria, ésta ya se explica por las inmensas colas para adquirir un producto o emplear algún servicio. Jamás se había visto en Venezuela, escenarios de masivas, madrugadoras y peligrosas colas que llevaron a la dictadura a reprimirlas, creyendo hacerlo con la escasez, y reorientarlas hacia la distribución de cajas del CLAP, ocasión para delitos todavía incuantificables.
Recordamos, antes de enderezar a su modo la situación, calificados voceros oficiales inmediatamente apelaron a un pretendido lugar común: en todo el mundo se hacen. Sin embargo, deliberadamente escamotearon los motivos tan particulares que las produjeron para permanecer.
Cierto, es común hacerlas debida y ordenadamente, según el orden de llegada. Sólo una razón teológica o, precisando, escatológica parece autorizar la prédica de Jesús: los últimos serán los primeros.
Terrenalmente, puede decirse que hay colas justas e irremediables, aunque perfectibles. Entre nosotros, en el ámbito de las cadenas farmacéuticas, supermercados y bancos, pasamos de un ticket de papel numerado a otro electrónico necesario de memorizar de acuerdo a dos o cuatro dígitos del número de la cédula de identidad, permitiéndonos realizar otras cosas  o aguardando pacientes al llamado; por un motivo distinto, imputable al mismo servicio bancario, la espera se hace desesperadamente interminable, negada la recreación electrónica personal.
Las hay injustas, trastocadas en toda una cultura, en un sentido, pues, las colas comienzan a hacerse para violentarlas y, más allá del venezolanismo, colearse por la fuerza o por el favor de un amigo, costumbre hecha ley, es poca cosa con la comercialización de la desgracia ajena: cobrar por hacerla en nombre del provisional o definitivamente ausente, por protección ante los delincuentes de realizarse desde o hasta altas horas de la noche, o hacerla para un trámite que después resulta en un documento falso, por no citar otros inimaginables renglones delictivos. La anomia ya generalizada, cuenta con el estímulo del propio Estado, porque – una supuesta solución – los portales digitales ofrecen no pocos problemas, entre ellos, también hay que hacer la cola y, física o electrónica,  están las divisas para simplificar y agilizar el trámite, faltando – además -  la debida interconectividad en el país.
En otro sentido, irrebatible, desde sus orígenes, las largas, prolongadas y penosas colas, sin garantía alguna para obtener el producto o el servicio por el que se desespera, son inherentes al socialismo que brutalmente las impone.  Este ha sido un siglo aleccionador en la materia para cualquier localidad venezolana, imposibilitada cualquier molestia, discrepancia o protesta de los que las hacen que, a juicio de las autoridades de la usurpación, puede dar oportunidad para convertirse en una implosión social, aunque – no hay duda alguna – esas autoridades suelen protagonizar, preventiva y provechosamente, el saqueo selectivo que la superioridad  ordena o consiente.
Por cierto, décadas atrás, sectores políticos se quejaban amargamente de las colas, y un órgano de la ultraizquierda de entonces lo ilustra, a través de un texto de Armando Valero, publicado en el semanario “Reventón” de 1971 (https://lbarragan.blogspot.com/2019/03/y-que-diria-hoy.html). Ninguna autoridad moral tiene el presente régimen en la materia que exponencialmente las ha multiplicado y pervertido, soslayando cualquier seria explicación de no agredir al que legítimamente asoma alguna irritación, por modesta que sea.
En condiciones de abundancia o relativa abundancia, prosperidad o relativa prosperidad, en países libres, el problema sabe de mejoras y soluciones con el firme propósito y esmero  – importa subrayarlo – de atender al mayor número de consumidores y usuarios.  Por ejemplo, un caso reciente, galerías que prueban algorítmicamente con varias alternativas para satisfacer una   demanda de continuo crecimiento (https://www.youtube.com/watch?v=tUhA8zUfNZQ).
Luego, las colas remiten a los modelos y estrategias de desarrollo. Esperemos que ellas no sean muy largas, esperando demasiado, para acceder a un debate necesario sobre algo más que una anécdota.

24/03/2019:
http://guayoyoenletras.net/2019/03/24/colas/

sábado, 23 de marzo de 2019

¿Y QUÉ DIRÍA, HOY?

Reventón, Caracas, nr. 13 del 01/11/1971. Colas, Ultraizquierda, Reventón, Armando Valero, Testimonio.

martes, 10 de octubre de 2017

... POR EXTENSIÓN SEMÁNTICA

Tomado del muro de Milagros Mata Gil

10/10/17: La cola del banco estaba hoy recrecida por una avalancha de personas (mujeres, en su mayoría, muchas de ellas criando) que fueron a chequear si habían sido "bendecidas" (así dijo la gorfita de chaqueta roja que recogió las cédulas en la cola serpentina de nueve vueltas) con el bono de 140 mil Bs. del carné de la patria.
En algún momento, dos empleados del banco vocearon los nombres: los "bendecidos" fueron puestos en fila a la derecha para otorgarles la "tarjeta tricolor". Los maldecidos (por extensión semántica) fueron echados a la calle, donde todo es dolor y crujir de dientes.
(Habrá que hacer un estudio serio sobre ese lenguaje y esos símbolos: "madres de la patria, hogares de la patria, carné de la patria, tarjeta tricolor, barrionuevo tricolor, madres del barrio...")

09/10/17: Por mi barrio, la almiranta candidata mandó brigadas de gente franelasenrojadas a regalar dos bombillos por casa. Por supuesto, los tomé. Cada uno me cuesta 12 mil. Supongo que al mayor es mucho menos. Me estuve un rato mirando a los que componían el grupo: un anciano que parecía un caracol, mujeres flacas y quemadas por el sol, mujered gordas afanadas y sudorosas, adolescentes.
Mi vecina anciana (una de ellas) me pregunta si es verdad que es obligatorio el carné para votar. Me pregunta si aceptando los bombillos y la bolsa que venderán estos días compromete a votar por la almiranta. Y que quién es esa almiranta. Le dedico entonces 40 minutos: una hora de clase, a definir los términos y responder preguntas.
Tengo días que no visito a mis "pacientes" ancianas. Corregiré ese error.
Aclaro: voto por Falcón por disciplina. No lo venderé como panacea pues sería absurdo.

10/10/17: Me cuentan que la almiranta va a los pocos actos públicos a los que asiste rodeada por anillos de seguridad tan densos que apenas si se puede medio vislumbrar ¡extraña manera de hacer política!

Fuente:

sábado, 10 de junio de 2017

RAMALES



De las colas inciertas

Luis Barragán


Una todavía asombrosa escasez, desabastecimiento e inexistencia de los insumos básicos que se prolonga como la peor arma del régimen, desafortunadamente nos reencuentra con la experiencia histórica del socialismo capaz de trastocar toda pesadilla en realidad. En la Cuba de los sesenta del XX, la cartilla de racionamiento siempre fue una promesa de transitoriedad traicionada,  quizá un poco más distribuidora por su elaboración artesanal, pero naturalmente ligada a los dictámenes, manipulaciones y miserias de cada comité de defensa de la revolución; y, ahora, la asignación autoritaria dice esconder la hambruna en Corea del Norte, con el sacrificio de los estómagos que la lleva a una prueba constante y enfermiza de la balística atómica.

El califato biométrico venezolano, decidió en el inicio mismo de la ya duradera crisis humanitaria, chantajear a la población que realiza las grandes colas inciertas, arriesgándose en cada madrugada bajo el asedio del hampa. E, incluso, un día antes del correspondiente según la numeración de la cédula de identidad, debe pacientemente hacerlas para ingresar a una improbable lista de compradores que tampoco constituye garantía alguna, consumiendo largas y preciosas horas de una zozobra nada comestible.

Colas inciertas, pues, sólo el azar contribuirá al consumo familiar, ya que algunas veces ofrecen arroz y, otras, pastas, convertida la harina precocida de maíz o el aceite, en un lujo demasiado circunstancial,  porque no alcanzarán para todos los que la hacen, por más que tengan una posición ventajosa en la lista previa; o, en definitiva, el camión no llegará para apostar por un regreso que tardará una semana o quince días. Las panaderías socializadas, estatizadas o nacionalizadas, importando poco o nada la fórmula jurídica para un acto de fuerza, contrariamente a lo pregonado, no convierte el local en un centro de distribución directa, sino que, lo poco o mucho que hagan las manos inexpertas, estará destinado al suministro de los CLAP, quienes negocian y hacen favores en el marco de un circuito mafioso que, a deshora, aparentando cierto cumplimiento, vende el pan a pequeñas comunidades residenciales bien comportadas.

De los alimentos, lentamente pasamos a otros rubros: obviando el drama de los medicamentos, pues, luce y lo desean insoluble, a las ferreterías, zapaterías o cualesquiera otras tiendas, no les espera otro modelo de negocios. Ni se diga de las tiendas deportivas, ópticas, papelerías, librerías, por no mencionar las comercializadoras de la que aún se cree la más reciente tecnología de las comunicaciones, distanciándose las computadoras, impresoras o móviles celulares y sus repuestos.

De la vieja república festiva del 5 y 6, desconocida por las más recientes generaciones, pasamos al califato morboso de la supervivencia, bajo el signo inequívoco de las grandes colas inciertas. Después del fraude estadístico de la construcción oficial de viviendas, en la mente troglodita de los actuales dirigentes del Estado, surcará la idea de una reforma urbana en la que serán muchas o todas las casas y apartamentos que, por pocos que sean los metros cuadrados, apretujarán a varias familias condenadas a hace la otra cola diaria, la del único baño que sirva.


jueves, 18 de agosto de 2016

REGRESO A LA BARBARIE

EL NACIONAL, Caracas, 18 de agosto de 2016
El espíritu del subdesarrollo y la ética de la miseria
José Rafael Herrera 

El buen Immanuel Kant trazó, con firmeza, una estricta 'línea de demarcación' entre la heteronomía y la autonomía moral, estableciendo así el ineludible pasaje de la adolescente inmadurez a la madurez propiamente dicha. Pero la moral es, en realidad, algo más que el simple “deber ser” -término que, por ciento, en estos días, se ha hecho tan habitual, tan común, tan banal, en el lenguaje cotidiano de los funcionarios públicos y privados, policias, educadores, comunicadores, políticos de oficio, etc-. La moral no es un modelo “natural”. Tampoco es algo estático e inmodificable. Por eso mismo, no es una suerte de topus hiperunanico en el que sólo se reflejan las cosas, no como ellas son sino como “deberían ser”, a la manera del espejismo con “buen sentido”. Ella, más bien, está directamente relacionada con el modo de vida social y, en virtud de ello, es una objetivación de la cultura de un determinado conglomerado humano, inmerso en un espacio y un tiempo determinados. Si, como dice Hegel, toda religión remite necesariamente a un principio moral, se puede agregar, a la vez, que toda moralidad remite a la construcción y constitución de una determinada Bildung, es decir, de una determinada formación cultural y, por ende, histórica. La moral, en tanto que modo de pensar, decir y hacer, es mucho más un asunto del ser, de la realidad efectiva, que del inalcanzable, idílico, “deber ser”. Ella es nada menos, que el gobierno de la razón histórica.
No es improbable que, ante semejante conclusión, el gigante de Köningsberg -y, mucho más que él, cierto seguidor suyo-, quedara un tanto sorprendido. No obstante, y de ser así, imagine por un instante el lector cómo sería el thauma de Trucutrú, cuyo habitual cinismo suele ir acompañado de la expresión “ese es el deber ser”, como si se tratara de uno de los mazasos de su impotencia. A propósito de Trucutrú -modelo platónico de la heteronomía-, conviene establecer más de cerca algunos detalles relativos a esta relación existente entre la moralidad y la cultura: ninguna de las dos instancias puede ser sopesada en sus justas dimensiones sin mencionar al lenguaje, porque el lenguaje es una complejidad de hechos orgánicos por medio del cual, como dice Gramsci, “una multiplicidad de voluntades disgregadas, con heterogeneidad de fines, se relacionan con vistas a un mismo fin, sobre la base de una misma y común concepción del mundo”.
De lo dicho hasta ahora, se puede concluir que, en efecto, en el lenguaje se concentra “el clima”, o si se prefiere, el ambiente propicio de la cultura colectiva, ya que su basamento intelectual ha sido asimilado por el ser social, al punto de devenir motivación esencial, “temperatura”: pasión. Recuérdese aquello que, no sin insistencia, observaba Spinoza: “la fuerza de una pasión puede sobrepujar las demás acciones del hombre”. No se trata de la tan cacareada “esperanza”, en consecuencia, sino, en todo caso, del “optimismo de la voluntad”. Siempre. Es así como el lenguaje contiene los elementos fundamentales de una determinada concepción de la vida, de toda una cultura. Por lo cual, el lenguaje de cada individuo permite llegar a comprender los alcances, la mayor o menor complejidad, de la concepción del mundo que se pueda llegar a tener.
El enemigo del cambio real, el mayor detractor de la democracia y del progreso social, se haya inserto en el lenguaje. La superación de la “menor complejidad” presente en una determinada concepción del mundo, a la que Gramsci se refiere, se ha hecho carne y sangre de este tiempo, de esta realidad. Y cabe advertir que no se trata de un fenómeno exclusivo de un país que diariamente es mancillado en largas colas, con -por cierto- la esperanza de adquirir uno que otro producto elemental para poder subsistir. No es solamente el fondo de la narco-caverna de Trucutrú y de sus patéticas sombras vivientes. Es Trump, es Putin, son los Mussolini que se resisten a ser enterrados definitivamente por la historia. Ver la luz, salir de la caverna, comienza por superar la ética de la miseria que un lenguaje extrañado y mediocre le ha impuesto a la sociedad del presente. Es el retorno de la barbarie (bar-bar) que muy poco -o nada- sabe del lenguaje, por lo menos no en la complejidad que Gramsci exige. El ignorante, el subdesarrollado cultural -cuyo lenguaje revela la pobreza espiritual que lo afecta, y que lo hace portador de la cruel y enajenada heteronomía- se haya en la completa inconsciencia de sí mismo que se extiende a la realidad de verdad y a la objetividad de la vida. El pobre de espíritu “vive” -cree ciega y estrechamente que lo hace- “feliz”, sin detenerse un instante a pensar que “quien cesa de padecer deja de ser”.
La tarea cultural por transformar el “glorioso” espíritu del subdesarrollo -a pesar de que hay unos cuantos “conductores” que sienten un profundo orgullo por sustentarlo- pasa por la transformación, es decir, por el enriquecimiento del propio lenguaje en todas sus dimensiones, es decir, no solo gramaticales o de dicción, sino gestuales, corporales, visuales, musicales, en fin: desde sus manifestaciones propiamente cognitivas hasta sus expresiones estéticas. En efecto, y como ha observado Vico, desde la antigüedad “los héroes percibieron por los sentidos humanos aquellas dos verdades que constituyen toda poiesis económica, y que las gentes conservaron con estas dos palabras: educere y educare”. Y, de hecho, lo que constituye todo saber, toda praxis humana, es la producción material y espiritual, porque lo que distingue al ser social de cualquier otra especie es la actividad productiva humana, pero lo que posibilita esa actividad productiva es la conciencia. La superación de la pobreza material que subyuga comienza por la superación de un lenguaje pobre, mediocre, triste y, en última instancia, hueco. Superarlo es el punto de partida de la superación de la ética de la miseria y del conformismo. La inteligencia no es ni más ni menos que lo que Aristóteles llama Virtud. Es la razón al servicio del mundo objetivo y del mundo objetivo al servicio de la razón. Es la conquista de la autonomía, del desarrollo pleno, libre, sin caudillos y sin 'taitas'. Es, en suma, la plena madurez como capacidad de autodeterminación de la vida política, social e individual.    

Fuente:
http://www.el-nacional.com/jose_rafael_herrera/espiritu-subdesarrollo-etica-miseria_0_904709616.html
Fotografía: Detalle de una obra de Julio Pacheco Rivas, exposición BOD (Caracas, 2016).

miércoles, 3 de febrero de 2016

DE LOS SOLICITANTES DE UN DECRETO



Indignación

Luis Barragán

Sobrevenido pretexto, después de diecisiete años, el gobierno descubre la necesidad de una economía productiva. Se niega a dar pormenores de la vasta crisis que ha generado, revelando las cifras más elementales, como si nadie pudiera inferirlas, apostando por un proyecto del que tampoco dice absolutamente nada.

La Venezuela post-rentista exige una enorme responsabilidad y sobriedad que los solicitantes del decreto de emergencia, sencillamente, no exhiben. Entre las sandeces más llamativas, refieren que el socialismo no ha fracasado porque no lo han construido, estribillo enfermizo y celebérrimo de quienes hundieron a sus países en la pobreza y en las injusticias, bajo tales consignas.

Prefieren las generalizaciones del denuesto, las abstracciones de sendas consignas que redundan frente a la dramática y muy concreta realidad del desabastecimiento, la escasez, la inflación y la quiebra económica. Quiebra inexplicable, ya que éste gobierno, el mismo de hace añales, no sólo concentró un mayor poder que todos los que lo precedieron, sino saqueó los más altos ingresos petroleros en toda nuestra historia.

Se impone el cambio del modelo económico y de las estrategias para el desarrollo, hacia las libertades indispensables, en un mundo abierto y competitivo, que no niega las caras banderas de la justicia social. Requerimos de una voluntad política harto diferente, creadora, honestísima y audaz, en lugar de la primitiva, tozuda y alevosa ambición de prolongarse en el poder cuando el fracaso más contundente se traduce literalmente en hambre y persecución.

Cada vez que escuchamos a algún vocero oficial y oficioso,  aferrado a la estampa del extinto presidente, nos indignamos. Creen que el resto de los venezolano que subestima y desprecia, somos estúpidos.

25/01/2016