El perdigón también mata
Luis Barragán
A mediados de la década pasada, en más de una oportunidad declaramos o
escribimos en relación a la Guardia Nacional. Consabido, Chávez Frías pretendía
reemplazarla definitivamente por las milicias, las que inconstitucionalmente
convirtió en un componente adicional que cohabita con el resto de la
corporación castrense.
Recordemos, fundada por López Contreras, con el tiempo, el referente
alcanzó y adquirió la jerarquía de Fuerzas Armadas de Cooperación. Y, por las
muy importantes tareas que acumuló, ganaron legitimidad para despejar cualquier
duda en torno a su propia naturaleza militar. No obstante, el desempeño en lo
que va del siglo XXI, evidencia una pérdida que, a juicio del diputado Julio
Borges, la hace irrecuperable.
Al apreciar sus labores de alta policía, por ejemplo, evidentemente el
Estado ya no controla importantes territorios, sobre todo fronterizos, donde departen
hasta serenamente las fuerzas irregulares del vecino país y elementos del hampa
organizada, por no citar el ámbito exclusivamente urbano; nada fortuito es
hablar del narcotráfico, el contrabando y otras prácticas generalizadas de
corrupción que van más allá de las aduanas convencionales, pues, tildadas de
alguna manera, las hay innovadoras. La pérdida de legitimidad y
prestigio de la ahora Guardia Nacional Bolivariana (GNB), galopa velozmente por
el actual papel represivo que desempeña, yendo más allá de la mera exhibición de sus
tanquetas, ballenas, murciélagos, motorizados
y efectivos enfundados en una armadura adecuada para un distinto
escenario: el delincuente común, añadida la jefatura confortablemente recluida
en pequeños o grandes centros penitenciarios que le dan nombre y jerarquía a
sus operaciones, goza de mayores y mejores garantías que el despreciado
ciudadano, cuyo imperdonable atrevimiento reside en protestar pacíficamente al
régimen y, más aún, a una temprana edad.
Desde que se iniciaron las protestas ciudadanas, el terrible promedio es de
un muerto por día, orientada la represión – militarmente – a una calculada y
paciente eliminación de las jornadas cívicas, procurando afianzar el terror
psicológico, harto distinto al esfuerzo de persuasión, disolución y
recuperación del orden público al que, valga la paradoja, el régimen procura en
permanente estado de alteración, zozobra y peligro. Creyendo cubrir las
formalidades de los convenios internacionales, por lo que no ametralla
masivamente a la población que ya no cabe – incluso – en las más grandes
autopistas, ha convertido las armas concebidas como no letales en letales y,
además del artefacto lacrimógeno de niveles tóxicos ya denunciados que bordean
los estragos causados por el gaseo de las trincheras en la primera guerra
mundial, dejándonos John Dos Passos el testimonio inolvidable de sus novelas, aliña el disparo con los más variados
trozos de metal en una morbosa cacería del indefenso y desarmado muchacho que
se defiende apenas con un escudo de latón o madera y, en defensa propia, le
devuelve el mismo artefacto por el prodigio de sus brazos y pernas, o una
pedrada y botellazo que inútilmente trata de impedir el desplazamiento del
feroz blindado que lo atropella.
Aceptando y aplaudiendo la vandálica acción de los grupos paramilitares, la GNB irrumpe en los más variados vecindarios para derribar los encarecidos portones que, además, sirven de paliativo ante la delincuencia común, coadyuvando a una tarea que no tiene precedente alguno en nuestra historia, por su sistematicidad e impune ensañamiento al que sumamos el asombroso sacrificio de una mascota ya emblemática, como Cross. Frecuentemente, localiza a aquellos que asume como los más peligrosos ciudadanos, por la fuerza de sus cacerolazos o por la eficaz organización de la protesta no violenta, abonando más al trabajo de los sapos, entendidos como patriotas cooperantes por la jerga oficial, que a un esfuerzo de inteligencia o contrainteligencia que no acierta en descubrir, perseguir y aprehender al más vulgar buhonero de la droga.
Excepto el detalle técnico de la nómina que los cubre, no adivinamos
contraste alguno entre el victimario de David Vallenilla en La Carlota,
adscrito a la Policía Aérea, y quienes ultimaron a buena parte de las más de
setenta personas que le antecedieron. Por lo visto, la orden, procedimiento y
resultado, es el mismo trátese de la GNB u otros componentes de la Fuerza
Armada y la Policía Nacional, el Sebin y los grupos paramilitares,
distinguiendo algunos matices que las más variadas fotografías y videos
ciudadanos, les conceden cierta identidad.
En consecuencia, luce muy legítimo y pertinente el específico
cuestionamiento de la GNB que, desgraciadamente, ha probado que el perdigón y
la lacrimógena literalmente matan. Por
fortuna, existen miles de imágenes que comprueban que las víctimas no portaron
arma alguna de fuego, y que, incluso, nos permiten no sólo rendir nuestro tributo a
David y a todos los David de esta aciaga hora venezolana, sino a quienes
valientemente trataron de evitar que cayera, auxiliándolo inmediatamente: nos
conmueve también el video de La Carlota en el que, rifándose un disparo, los
compañeros procuran distraer a los militares agresores
21/06/2017:
Fotografías: Carlos Garcia Rawlins.
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