domingo, 22 de junio de 2014

INTERLOCUCIÓN

EL NACIONAL, Caracas, 23 de septiembre de 2001 / Siete Días
Hans Neumann abrió el cauce de la tolerancia intelectual
Una mano de pintura que cubrió el arte y el poder
Mecenas de proyectos culturales, coleccionista impenitente, lector de libros subversivos y empresario revolucionario, el desaparecido fundador de Corimon influyó en la clase política y contribuyó a generar un debate que fortaleció la democracia
Hugo Prieto

Debió ser duro para Hans Neumann el ocaso de su vida. Confinado a una silla de ruedas, tenía que lidiar con una parálisis de los músculos de su cara para hablar con dificultad. A un desgarrador derrame cerebral le sucedieron otros, como las pequeñas réplicas que siguen a un sismo. Pero una de sus manos había quedado intacta, y Neumann canalizó toda su energía, todo su vigor, para conectarse al mundo a través del teclado de una computadora. Neumann, que a lo largo de su vida había levantado el imperio Corimon –a partir de una fábrica artesanal de pinturas, ubicada en la calle Nivaldo de La Florida–, no permitió que su carrera como capitán de empresas le impidiera dar rienda suelta a poderosas inquietudes o a las veleidades que tal vez no alimentaban su espíritu, pero moldeaban, con trazos firmes, su personalidad. Quizás porque sabía que un aventurero tenía que hacer uso de algunas técnicas –y, por qué no, de algunos trucos– para estar en movimiento. Es decir, para vivir a plenitud. De alguna manera, su vida respondía a esta pulsión. No era un mero presagio, sino el resultado de un difícil aprendizaje en su Checoslovaquia natal. “A Hans no le gustaba decir que era judío”, afirma Sofía Imber. Su pasado era un enigma, y el más elocuente de los silencios –aquél en que lo único que se percibe es la inmensidad del vacío– era la respuesta ante la atrocidad de la guerra y el holocausto provocados por la Alemania nazi. De las garras del comunismo soviético en su país, convertido en satélite de Moscú tras la posguerra, lo salvó un tío, Richard Barton, según una reseña épica de la familia, escrita por el dramaturgo Isaac Chocrón para la revista corporativa M. “Mas que sobrevivir, buscábamos una forma de sentirnos libres”, dijo Neumann. Parece que su primera esposa, Milada, jugó un papel muy activo en esta operación de escape, que involucró a otros checos que luego se alistarían en Corimon, como un cuerpo de generales, bajo el liderazgo de Hans Neumann.
Los inicios
“Hay que advertir el momento en que Neumann llega a Venezuela –1949–, donde descubre y se dispone a construir un país que va a hacer el suyo, en una época en la que ese desafío resultaba atractivo. No era esta etapa de capitales errantes y globalización”, sostiene el ex canciller Simón Alberto Consalvi. Luego de analizar varias alternativas, su tío Richard Barton descartó a Filipinas y México. La expansión de la economía venezolana y una incipiente pero sostenida industrialización, ejercieron un poderoso atractivo. La década de los años 50 la pasó Neumann al lado de Francisco Pick, Jaroslav Spacek, Leonid Rosenthal –entre otros pioneros de Pinturas Montana y Montana Gráfica– en Los Cortijos de Lourdes. El ingenio y los conocimientos adquiridos en la Escuela Técnica Superior de Praga, en 1940, sirvieron para ganar clientes corporativos en la industria automotriz. Pero el pedido que le permitió a Montana ponerse pantalones largos, como empresa, llegó del sector gubernamental: 16.000 galones para cubrir los túneles de la autopista Caracas-La Guaira, inaugurada por el general Marcos Pérez Jiménez en 1953.
Fueron años asfixiantes para los derechos humanos, y lo que surgió como un gobierno militar, progresivamente se transformó en una feroz dictadura. Fue un negro paréntesis de la historia venezolana, que desembocó en la jornada cívico-militar del 23 de Enero, como preámbulo al restablecimiento de la democracia en Venezuela. En medio del renovado debate de ideas, y de una polémica que sacudió los cimientos de la vida política e intelectual del país, Hans Neumann se reencontró con su antigua pulsión y se entregó de lleno a buscar interlocutores, a influir en las corrientes del pensamiento. Un buen día, Sofía Imber y Guillermo Meneses se acercaron a su oficina para proponerle que financiara una aventura editorial –la revista Cal–. El aceptó, aunque advirtió que “el respaldo sería por un año”, recuerda Imber. Un poema incendiario de Nicanor Parra y un adelanto de Los pequeños seres de Salvador Garmendia fueron los detonantes de largas y enconadas discusiones que aún retumban entre la intelectualidad venezolana. Neumann se había divertido –al igual que Meneses e Imber–, pero se sentía satisfecho porque abrió un cauce para la tolerancia intelectual. Tenía plena conciencia de que esa aventura tendría consecuencias en el devenir de la democracia venezolana. Otra operación montada por Neumann, esta vez en las instalaciones del Club Puerto Azul y en estrecha colaboración con el Inciba –presidido entonces por Simón Alberto Consalvi–, fue un simposio para que “los venezolanos comprendiéramos mejor al mundo anglosajón”, afirma Imber. Frank Stela, Barbara Down, Helen Hais, Oscar Lewis e Iván Ilich develaron algunos enigmas y claves de nuestros vecinos del norte. No se trataba de un mundo mágico, similar al de Disney o algo por el estilo. Ilich, por ejemplo, se había refugiado en la literatura, luego de que fuera excomulgado de la Iglesia Católica tras repartir preservativos en un templo de San Juan de Puerto Rico, donde oficiaba misa. También escribió un ensayo, La convivencialidad, en el que advertía las paradojas y las contradicciones de un mundo atrapado en el caos político y económico. El destino se encargó de hacer añicos algunas de sus predicciones, pero otras se cumplieron a cabalidad, como el giro de China hacia el capitalismo, como el único país que podía elegir su destino.
Algo de playboy
En 1970, Hans Neumann se casó con María Cristina Anzola, una mujer que reunía dos cosas, inteligencia y belleza, y que a la postre fue “el gran amor de su vida”, dice uno de sus familiares. Era un hombre que se apasionaba con facilidad y jamás rehuyó salir con una mujer, siempre y cuando fuera más joven, bella e inteligente. “Tenía algo de playboy”. Su polo de atracción no era precisamente físico, “porque era recontra feo. Su elegancia, sus trajes, su formación intelectual... ¿sabes? A Hans siempre le gustaba tener el pelo bien cortado”. Realmente, hay que tener escrúpulos para ir a una barbería si la idea es agradar al sexo opuesto. Es una pequeña moraleja, apenas perceptible para una ojo atento. Practicaba el tenis, le gustaba correr y tenía una hacienda; criaba caballos y se dedicaba a la equitación. De ese matrimonio nació su única hija, Ariana, quien se casó con un abogado inglés.
A mediados de los 80 vendría un segundo divorcio. Pero antes, María Cristina Anzola se vio envuelta en un caso algo truculento, en el que su psicólogo, César Liendo, además de prestarle asistencia psicoterapéutica, la convenció para que comprara dólares e hiciera otras inversiones, ante lo que surgía como la inevitable devaluación del bolívar y la quiebra de las finanzas públicas. Ese trance de la vida económica le deparó otros sinsabores, incluida una operación financiera que uno de sus ejecutivos, Horacio Losoviz, comenta en carta-homenaje que se publica como parte de esta entrega. Losoviz trabajó en Corimon por espacio de 10 años y actualmente es presidente de Correos Argentinos.
No fue una buena época. Luego de 10 años de deterioro físico, el mal de Parkinson acabó con la vida de su hermano Lothar, quien se había ido a vivir a Suiza, donde se convirtió en un fotógrafo de calidad. Beatrice Rangel, quien guardó una estrecha amistad con Neumann, comentó en una oportunidad que el presidente de Corimon leía vorazmente a dos subversivos: el brasileño Paulo Freire y el estadounidense Thomas Mamuremi, del Instituto Tecnológico de Massachusett. “La educación era un tema que lo obsesionaba”, dice Imber. En los espacios del programa televisivo Buenos Días, Neumann manifestó su idea de llevar la escolaridad a los centros de producción, tal como ocurre en Europa. Había que hacerlo de alguna forma. En una de sus últimas cruzadas, se convirtió en asesor del entonces ministro de Educación Gustavo Roosen, para imprimirle un giro al Instituto Nacional de Cooperación Educativa (Ince). Pero el colapso de la presidencia de Carlos Andrés Pérez obligó a la dirigencia política a concentrarse en una operación de salvataje de la institucionalidad democrática, y proyectos como el que encabezaba Neumann fueron relegados. Antes, en los tiempos de la nacionalización petrolera, el empresario había buscado nuevos interlocutores –esa vez en el seno del Ministerio de Energía y Minas– para tratar de comprender lo que se proponía hacer la clase política con esa inmensa riqueza de los venezolanos. “Su deseo era que las cosas se hicieran bien y a favor del interés nacional”, dijo un asistente del ministro de la época, Valentín Hernández Acosta.
Alumbrar al poder
“A Hans siempre le gustó estar cerca del poder”, acota Imber. ¿Era una fascinación? ¿Un deseo irreprimible de experimentar una sensación de grandeza? “El no buscaba las luces del poder. El quería alumbrar al poder”, precisa Consalvi. “Lo vio siempre con cierta distancia. Nunca sometiéndose o doblegándose. La calidad intelectual de los políticos venezolanos no le suscitaba ningún tipo de interés. El buscaba interlocutores. La persona más visible de esa lista, sin duda, es Beatrice Rangel. Eran los tiempos en que Carlos Andrés Pérez, Henry Kissinger y Gustavo Cisneros almorzaban en Palacio. En 1989 le detectaron un cáncer en el estómago, que superó luego de una intervención quirúrgica que cambió para siempre sus hábitos alimenticios. Neumann prácticamente no podía comer. A partir de ese momento, el imperceptible deterioro de su salud fue en aumento. En la cúspide de su carrera al frente de un conglomerado industrial, decidió entregarle el testigo a su yerno, Phillipe Erard. Fue una formalidad, porque la gerencia de Corimon ya había decidido –entre Erard y su hijo Miguel– quién ocuparía la presidencia ejecutiva del grupo.
Miguel Neumann murió en la isla de Aruba, en forma repentina. Su muerte se convirtió un enigma que aún no ha sido develado del todo. Mantuvo una difícil y compleja relación con su padre, quien tal vez le exigió demasiado, cuando advirtió que no tenía la misma voluntad o el coraje que él mismo había demostrado ante las dificultades de la vida. “Era un trato distante y apenas afectuoso”, admite un allegado de la familia. La lista de obras de arte que deslumbraron a las contadas personas que fueron a su casa incluye obras de Fernando Botero, Antonio López García, Picasso, Zitman, Shielle, Bacon, Gerhard Richter, Nicolás Shoeffer y Víctor Vasarely, en un recuento casi instantáneo, a cargo de Sofía Imber. Esculturas de Marisol Escobar, libros raros, ediciones únicas y un taller de fotografía. Son las muestras visibles del legado de un hombre que influyó en los caminos por los que se adentró el país. Su última aventura editorial fue el vespertino Tal Cual, liderado por Teodoro Petkoff, “un hombre que no hace una oposición a ultranza y que tiene algo que decir en la actualidad. Hans sabía, nuevamente, que el debate era necesario”, justifica Imber. En medio de la pluralidad y el mismo día en que Nueva York fue arrasada por el terrorismo, sus restos fueron incinerados.
Descapitanización
El enlodamiento, la prostitución, el envilecimiento y el derrumbe de la empresa privada en el país, han recorrido el mismo espacio, en el mismo tiempo, que la corrupción y el deterioro en los partidos, las instituciones y los gobiernos, y lo han hecho en forma paralela, sólo que a veces el lodo, la putería y la caída de los empresarios se adelantaba o se retrasaba en cada una de las etapas: venezolanización, nacionalización, devaluación, control de cambios y ¿revolución?, siempre para sacar provecho. Si acaso sigue siendo cierto, después de la quiebra de tantas verdades, que las paralelas sólo se unen en el infinito, estamos en ese espacio que se expresa con un 8 acostado para indicar que hemos llegado (o estamos a punto de llegar) más allá de todo límite.
La descapitanización, pérdida de capitanes sin que hayan dejado sustituto, en los principales grupos económicos, ha provocado la paulatina evaporación de muchos de ellos, por cualquiera de los extremos: osadía o torpeza, audacia o cobardía, sobrecalificación o incompetencia, cualidades o defectos que, en una economía globalizada, no sirven para marcar diferencias, a la hora de jugar con el dinero, si no se puede hacer con ventaja y con muchas cartas bajo la manga. Los capitanes de las grandes empresas jugaron y se la jugaron dentro del país, lo cual no era extraño en ninguna parte durante la época en que actuaron, y además lo hicieron, casi siempre, con el apoyo y la protección de los gobiernos, pero de alguna manera arriesgaban, al punto de que cuando les iba mal, hubo quienes pagaron, incluso más de la cuenta, de su propio bolsillo.

Lo que no supieron hacer es planificar el futuro para ganar batallas después de muertos, como el Cid Campeador, y educaron a sucesores capaces de manejar vehículos todo terreno y realizar costosas y precoces operaciones de encamamiento con diosas prefabricadas en pasarelas y concursos, tan ineptos y a la vez tan mañosos como el heredero español Antonio Camacho, pícaro con traje de Armani y Rolex, todo un broker, presidente de Gescartera, cuya única habilidad ha sido engañar y estafar a organismos públicos y privados, incluidos los religiosos.
Hace algunas semanas murió quien fuera, quizá, el último de los capitanes, Hans Neumann, un empresario que supo levantar empresas, fracasar y volver a intentarlo, a la vez que editor, filántropo y promotor de cultura, particularmente en el terreno de las artes plásticas, donde era una autoridad indiscutible, capaz de promover vocaciones sinceras, y también de quitarle la careta a farsantes, sin contemplación alguna. Sin embargo, no supo preparar siquiera la trascendencia de su propia muerte, al punto de que sólo un puñado de personas asistieron a su entierro, los diarios dedicaron únicamente unas líneas a recordar su trayectoria, y sus amigos y la institucionalidad apenas sí publicaron una que otra participación en las páginas de defunciones de los diarios, lo que no ocurrió con el dictador Marcos Pérez Jiménez, cuya muerte fue deplorada, textualmente, en aviso bien destacado, por José Vicente Rangel, en su carácter de ministro de la Defensa.
Pedro Llorens

1 comentario:

  1. lo conocí y de ello me siento orgulloso dono a mi escuela en el 95 un camión un tractor y un autobús y una gran biblioteca la gente de hoy no sabrá entender esas cosas mucho menos valorarlas!

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