lunes, 9 de junio de 2014

¿EL DIGITALOZO?

EL NACIONAL, Caracas, 01 de marzo de 1998
El libro y su anécdota
Tipología del autor de libros
José Rivas Rivas

Junto a los escritores ansiosos de expresar sus inquietudes, pero que no logran ese propósito porque carecen de las destrezas del oficio, están los otros para quienes el afán de publicar un libro responde únicamente al personalísimo deseo de colmar su vanidad. Entre unos y otros podría configurarse una tipología con esta orientación.
1. El habilidoso. Con la vista puesta en impresionar al medio respecto al éxito de su libro, llega a un trato con el impresor para que en una edición de mil ejemplares, por ejemplo, efectúe algunas variantes en la portada del libro, imprimiéndole, además, a cada tirada de 250 ejemplares la mención ``segunda edición'', ``tercera edición'', etc. Dentro de ese esquema que los juristas calificarían como ``el dolo bueno'', este autor aparecería ante el público con una obra sumamente exitosa que en brevísimo tiempo habría logrado cuatro ediciones.
2. El pseudo plagiario. Incapacitado como está para desarrollar un concepto original o un punto de vista coherente sobre un tema cualquiera, este personaje se recuesta de varios autores, toma de ellos las opiniones relativas al asunto de su interés y las enhebra, como los abalorios de un collar, hasta configurar ``su'' libro. Este autor coexiste su dinamismo para investigar junto a la desfachatez para ofrecer como suyo lo que en verdad no le pertenece. Esta tipología abunda en los que presentan tesis de grado.
3. El enfant terrible. Con notorio desparpajo escribe un libro de vulgaridades, casi siempre de alto tenor pornográfico, destinadas a sacudir la moral del lector. Quiere repetir en este escenario al personaje aquel de los bailes de pueblo en tiempos lejanos cuando ya avanzada la fiesta, acababa con ella dándole un intempestivo palo a la lámpara. Su gozo consistía en saberse el centro de los comentarios, la comidilla del pueblo, durante varias semanas. Responde esta actitud al punto de vista de Oscar Wilde, según el cual es mejor que hablar mal de uno a que lo ignoren por completo.
4. El acomplejador. Publica su libro lleno de citas en varios idiomas (sin traducción al castellano, desde luego), con la aviesa intención de aparecer ante el lector como un verdadero erudito. Obviamente, las notas de página son tan prolijas y la bibliografía consultada tan extensa y minuciosa que de sólo mirarla ya siente uno el escalofriante complejo de hombre inculto, del cual no podrá escapar durante mucho tiempo.
5. El ladrilloso. Normalmente no es capaz de escribir con claridad y con soltura una sola cuartilla, pero eso no impide que publique cada año una obra de unas cuatrocientas páginas porque la capacidad que se atribuye a sí mismo le permite producir aquel torrente de libros sin necesidad de corrección alguna. Pero, en realidad, son obras tiesas, hieráticas, carentes de toda gracia y frescura. En los medios literarios se conocen esos libros como ``ladrillos'', por lo pesados; o ``mondongos'', por lo indigestos.
6. El críptico. Este personaje está convencido de que un buen escritor debe usar un vocabulario totalmente alejado del lenguaje corriente. Utiliza arcaísmos sepultados hace siglos o bien extranjerismos de recentísima data. Además, retuerce las frases y las ideas y hace un pastel de gongorismo, conceptualismo y demás ismos de modo que no es posible entenderle nada de lo quiere expresar. Sus herméticos escritos lo regocijan plenamente, pues se envanece de sólo pensar que el lector común no tiene acceso a sus obras. En esta categoría son varios los especímenes. Entre ellos, aquel personaje, ya incorporado a la picaresca, para quien la leche no era la leche, como la nombramos todos los mortales, sino ``el líquido perlino de la consorte del toro''.
7. El Presuntuoso. Es un sobrevaluador de su propia obra. En verdad, su trabajo carece de toda importancia, pero este narciso está persuadido de lo contrario e invade la prensa, los corrillos intelectuales, la televisión, la radio, solicita a los críticos y los halaga en busca del aplauso. Si le es posible, bautiza su librito varias veces, en distintos medios, con diversos padrinos. Produce tanto ruido con su publicación que nos hace recordar aquella gallina que, según Mark Twain, cuando ponía un huevo formaba un escándalo mayúsculo como si hubiera puesto un asteroide.

Fotografía: LB, tomada en el Palacio de las Academias, Caracas, 02/03/2014.

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