EL IMPULSO, Barquisimeto, 14 de julio de 2013
Amor es
Isabel Vidal de Tenreiro
La Caridad, o sea, el Amor, es virtud, es decir, una costumbre o un hábito de característica espiritual, que es infundida por Dios en nuestra alma. Y, por medio de esta virtud, podemos amar a Dios sobre todas las cosas -por lo que Dios es- y también podemos amar a nuestros semejantes, porque Dios ha infundido su Amor en nuestros corazones (cf. Rom.5,5), para que seamos capaces de amar con el Amor con que El nos ama.
Esto significa que nosotros no podemos amar por nosotros mismos, sino que Dios nos ama y con ese Amor con que Dios nos ama, podemos nosotros amar: amarle a El y amar también a los demás. Si Dios no nos amara, los seres humanos seríamos incapaces de amar.
Esto significa también que ambos Mandamientos -el Amor a Dios y el amor al prójimo- están unidos. Uno es consecuencia del otro. No podemos amar a nuestros semejantes sin amar a Dios. Y no podemos decir que amamos a Dios si no amamos a nuestros semejantes.
Se ha comparado esta doble dimensión del Amor con los elementos de una cruz: la línea vertical indica el amor a Dios y la horizontal el amor a los hombres ... para indicar así que ambos son inseparables.
Y esta obligación de amar a los demás está basada en que todos los seres humanos, sin excepción, somos “imagen de Dios”. He ahí nuestra dignidad: la imagen de Dios está impresa en nuestra alma. Allí se basa la Ley del Amor: en el reconocimiento del valor que tiene cada ser humano, en quienes reconocemos y estimamos la imagen de Dios.
Por eso el Amor o Caridad no puede depender del deseo, del afecto o de los lazos de sangre. La Caridad Cristiana está por encima de todo eso. Puede incluir esos lazos de afecto o de sangre, pero no depende de éstos. Jesucristo mismo nos recuerda eso: “Si amas a los que te aman ¿qué mérito tienes? Hasta los malos aman a los que los aman” (Lc. 6, 32-34).
Por eso la Caridad es independiente del sentimiento. La Caridad es más bien una disposición de la voluntad. Es un deseo de hacer el bien porque Dios nos ama y desea que nosotros amemos como El nos ama. Por eso la Caridad no es egoísta; es decir, no busca la propia satisfacción, sino el servir al otro y complacer a Dios. Además la Caridad incluye a todos: buenos y malos, amigos y enemigos, familiares y extraños, ricos y pobres, cercanos y lejanos, como bien nos lo explica Jesucristo en la parábola del Buen Samaritano (cf. Lc. 10, 25-37).
Sin embargo, en el ejercicio de la Caridad, debemos saber que nuestro prójimo es aquél que el Señor nos presenta en nuestro camino. Puede ser un familiar, pero puede ser también un extraño.
Caridad es estar atentos a las necesidades de los demás, necesidades que pueden ser espirituales o corporales. Espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de los demás, rogar a Dios por vivos y difuntos. Corporales: dar de comer al hambriento, dar techo al que no lo tiene, vestir al desnudo, visitar a los enfermos y presos, enterrar a los muertos, redimir al cautivo, dar limosna a los pobres.
Amor es … también hacer éstas y otras obras de caridad por amor a Dios, no por quedar bien o por sentirnos bien nosotros mismos. Hacerlas porque la imagen de Dios está en quien necesita nuestro servicio.
La Madre Teresa de Calcuta decía tener la gracia de ver el rostro de Cristo en los pobres que ella atendía. Es una gracia que podríamos pedir: ver la imagen de Dios, ver el rostro de Cristo en el prójimo necesitado. Pero aunque no nos sea dada esa gracia, aunque no veamos la imagen de Dios en quienes nos necesitan, Amor es … un mandamiento, un mandamiento ineludible.
Ilustración: Henry Scott Tuke,
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