EL NACIONAL - Martes 09 de Octubre de 2012 Opinión/8
¿Ganamos? No, ¡perdimos!
¿Seguiremos con la tontería del carómetro? La frivolidad de reducir el análisis político al estudio de las expresiones de los políticos, que al final sonreían artificialmente para ganar las batalla del carómetro
FAUSTO MASÓ
Estamos pasando de una euforia abrumadora ante una inminente victoria a convencernos de que no perdimos, y que por el contrario avanzamos hacia la victoria definitiva. Todo sería una cuestión de paciencia.
No, perdimos una elección trascendental. Y es una verdadera tragedia lo ocurrido el domingo, no una demostración del admirable talante democrático del venezolano. Nos quieren reanimar con un discurso dulzón, nos piden que recuperemos el espíritu de lucha. OK, pero precisemos bien por qué pasó lo que pasó para que no vuelva a pasar.
No hay sustituto para la victoria. ¿Dejará de ser Chávez un autócrata, los poderes funcionarán independientemente, no regalarán más dinero a al extranjero? ¿Hubo mesas sin testigos donde Chávez sacó 100% de los votos? No era fatal e inevitable lo ocurrido el 7 de octubre. Estas elecciones se celebran después de que el chavismo había sido derrotado en el referéndum de la reforma constitucional y en las elecciones legislativas. El triunfo de Chávez ha sido imponer un despotismo astuto que ha logrado disfrazarse de democrático, conseguir una imagen internacional. Saquemos lecciones: los abstencionistas en las legislativas y en el referéndum fueron los chavistas a los que les cuesta votar cuando Chávez no es el candidato. Por tanto, la oposición le irá mejor en las próximas elecciones si el desánimo no vuelve ahora abstencionistas a los antichavistas, ¿después del jarro de agua fría del domingo la clase media saldrá a votar? ¿La convenceremos de que la próxima vez, cómo no, ganaremos? ¿Cómo recuperar la fe de los electores? ¿Cómo evitar que se recluyan en sus casas? ¿Con el cuentito de que a veces se gana perdiendo? ¡Por favor! El ventajismo no cambiará, ni la presión sobre los medios privados, ni el uso obsceno de los recursos del estado.
Hay que mantenerse unido porque la mayoría cree que el camino es Chávez. Podemos seguir hablando de dos países con tal de que reconozcamos que Chávez representa a la mayoría, lo cual no quiere decir que no le ocurra al final lo mismo que a Pérez II, electo abrumadoramente y convertido después en un político odiado.
Si comparamos el 7 de octubre con los referendos, la oposición perdió votos; si nos miramos en el espejo de la última elección presidencial, la oposición ganó 10% de votos.
Consultores 21 tuvo una discrepancia con los resultados del CNE de más de 12%, mucho más que cualquier error estadístico; en cambio Datanálisis no acertó por menos de 1%. No le creímos tampoco a IVAD cuando decía que Chávez ganaría casi todos los estados y la mayoría se burló de Hinterlaces cuando habló del triunfo del chavismo. ¿Dónde estuvo Carlota Flores? En la campaña de Capriles se hablaba de los pobres, se les mencionaba, pero no estaban presente en la forma de la legendaria Carlota Flores en las elecciones que ganó Luis Herrera.
Capriles siguió disciplinadamente una estrategia, pero Chávez sigue contando con los votos de los más pobres, a pesar de un pésimo gobierno.
¿Seguiremos con la tontería del carómetro? La frivolidad de reducir el análisis político al estudio de las expresiones de los políticos, que al final sonreían artificialmente para ganar las batalla del carómetro.
Por Internet se multiplican ahora los mensajes de los que explican la derrota por la imbecilidad de los electores chavistas. En realidad, los torpes, ciegos, ingenuos son los que desconocen la realidad, pues si una partida de ignorantes le ganan a los cultos, los educados, los decentes, es porque estos no son tan cultos ni tan educados.
Pero las cosas cambian, claro, solo que para mejor, o para peor.
Preservemos a la MUD y a Capriles, pero discutamos a viva voz los errores. Eso sí, no apostemos al cáncer para conseguir lo que nos niegan los votos, porque sería invocar a lo desconocido. Solo hay una victoria posible: ganarse al pueblo. ¿Cómo?
EL UNIVERSAL, Caracas, 9 de Octubre de 2012
Chávez después de la victoria
Con los resultados del 7-O se consolida un modelo que anuncia el final de la crisis
ROBERTO GIUSTI
La victoria de Chávez implica la herencia de lo dejado por él mismo: un país atenazado por la violencia, fracturado en su unidad, dependiente del mundo exterior, con la infraestructura física en ruinas, la salud, la educación y los servicios en estado precario, las cárceles en llamas, las empresas estatales arrojando pérdidas mil millonarias y un nuevo gobierno (que en realidad se hace cada vez más viejo) cuyo reto básico, no obstante estas urgencias, es el de la gobernabilidad.
El triunfo de Chávez obedece más a la rutina, al ventajismo y al miedo, que a los impulsos renovadores que lo llevaron a ganar, de manera clamorosa, las presidenciales de 1998, 2000 e, incluso, del 2006. Pero es, precisamente, este último año el que marca un punto de inflexión en el "proceso revolucionario", una de cuyas manifestaciones es el estancamiento en el decrecimiento de la pobreza.
Allí comenzó el desencanto y pese a su conexión con las masas, el halo esplendoroso que hacía del Presidente una suerte de santón libre de mácula se fue desdibujando. La forma expedita de paliar este fenómeno, que era el síntoma de una crisis general, consistió en la profundización de las políticas populistas y, sobre todo, de un gigantesco clientelismo arropado por la renta petrolera, que le permitió la extensión de su mandato y de un continuismo inviable.
Con los resultados electorales del 7-O se consolida un modelo que, siendo la causa de la crisis, resulta incapaz de superarla de forma constructiva. No puede resolverla un gobierno que, impulsado por la idea de subvertir el orden establecido, ha sido incapaz de erigir otro en sustitución del extinto. De manera que ese nuevo orden ni siquiera puede considerarse autoritario porque no existe. El producto de ese "proceso" está a la vista: caos, anarquía, violencia y desorden. Es la supresión de los valores establecidos, pero sin trazas de una nueva "ética del socialismo bolivariano".
Chávez seguirá teniendo el control de los poderes públicos y de algunas instituciones fácticas, pero estos poderes, que en sus manos dejaron de serlo, se desnaturalizaron al someterse y pese a la vinculación clientelar con la gente, la gobernabilidad se le escapa de las manos a un superpoderoso que cada día tiene menos poder. En esas condiciones la continuación de un modelo fracasado significa el anuncio de un colapso porque las crisis no son estáticas e ineluctablemente tienen comienzo y final. Puede resultar una paradoja, pero Chávez estaría obligado a rectificar y operar una transformación radical en su forma de gobernar, abriéndose a una concertación nacional. Y digo paradoja porque ese cambio sería la negación de sí mismo y de su obra, si lo que tenemos a la vista se puede llamar así.
EL NACIONAL - Martes 09 de Octubre de 2012 Opinión/9
Las dos Venezuelas
ARMANDO DURÁN
No vale la pena fantasear con la imagen de Tibisay Lucena anunciando la victoria de Henrique Capriles Radonski. Ya sabemos que no fue así. Lo cierto es que Hugo Chávez fue reelegido el domingo y, por ahora, eso es todo.
Pero ¿por qué? ¿Qué ocurrió realmente? ¿Cómo fue posible que después de 14 años de pésima gestión presidencial, víctima, además, de un cáncer que desde junio de 2010 limita sus facultades de manera ostensible, Chávez derrotara a Capriles Radonski, candidato joven, lleno de energía y con una exitosa experiencia en la administración pública a sus espaldas, con una ventaja de casi 10 puntos? En fin, ¿qué pasó con la campaña de Capriles, tan admirable que le sirvió a Moisés Naím para recomendarle a Mitt Romney copiarla si quería derrotar a Barack Obama en las próximas elecciones de Estados Unidos? En las próximas semanas trataremos de esclarecer estas y otras incógnitas. Comenzamos hoy señalando algunas posibles aproximaciones a la derrota opositora el domingo pasado.
La primera fue, por supuesto, el afán de seguir el mal ejemplo de la oposición tradicional venezolana de querer derrotar a Chávez sin llamar las cosas por su nombre; es decir, de ser oposición, pero sin hacer oposición.
Todavía la noche de las elecciones Ramón Guillermo Aveledo insistía en rechazar el carácter opositor de la oposición con el rebuscado argumento de que ellos preferían ser percibidos sólo como "una alternativa". Experiencia llamativamente inaudita en cualquier país democrático del mundo, que provocó el disparate político de no clavarle ni una banderilla a su adversario durante toda la campaña. Hacerlo, ha señalado el propio Capriles Radonski, equivalía a caer en la trampa de enfrascarse en un inútil debate ideológico con Chávez. Un error sólo comparable con el de Eduardo Fernández cuando decidió no hacerle oposición a Jaime Lusinchi en las elecciones de 1989, porque él no era el candidato.
En nuestro caso se pasa por alto que en la encarnizada promoción de su posición ideológica radica precisamente la fuerza del liderazgo carismático de Chávez, quien desde su campaña de 1998 ha orientado su mensaje político a establecer y consolidar la ancestral ligazón latinoamericana entre un caudillo paternalista y presuntamente justiciero y las inmensa mayoría de los venezolanos que, tras el fracaso de la cuarta república, buscaba desesperadamente a alguien en quien depositar de nuevo su credulidad, su confianza y, por supuesto, sus ansias de venganza social. Ese ha sido el mensaje de Chávez desde entonces y la razón de que en Maturín pudiera advertir a sus seguidores que lo importante no es la falta de agua, la inseguridad personal o la escasez de vivienda, sino la patria. La verdad es que él y su rabioso discurso socialista son estímulos mucho más poderosos en el ánimo de los venezolanos más pobres (que siguen siendo mayoría) que las más evidentes insuficiencias administrativas de su gobierno. En otras palabras, que a ese vasto sector de la población le tienen sin cuidado los debates sobre políticas públicas, querellas típicas en los regímenes con economías capitalistas, y se dejan arrastrar, en cambio, por la comunicación casi sobrenatural que los une a su líder.
Otra lección a tener en cuenta es que los adversarios de Chávez se han negado sistemáticamente a admitir que esta elección implicara un cambio de régimen, pues ello los llevaría forzosamente a entramparse en ese debate ideológico, democracia burguesa o democracia socialista. Mucho mejor, pensaban (¿piensan?) eludir las complejidades de la "polarización", que no es un capricho individual y perverso de alguien, sino realidad muy palpable: el enfrentamiento de dos Venezuelas, por ahora irreductible, la de los ricos y la clase media, y la de los pobres.
Planteada la "guerra" en estos términos, un simple cambio de presidentes carece de verdadero sentido político. Una revolución que lleva 14 años en el poder, y que como toda revolución ha usado su poder para diseñar a su medida su propia legalidad, usa y abusa de esa autolegitimidad revolucionaria para perpetuarse indefinidamente en el poder. Por la fuerza, como en Cuba, o por los mucho más sutiles caminos de las apariencias democráticas. No admitir esta realidad evidente conduce a situaciones fatales. Como señalaba The New York Times dos días después del referéndum revocatorio, a la oposición venezolana de entonces le faltó "eficacia y realismo" para encarar el desafío que le presentaba Chávez. La oposición actual, que en definitiva sigue siendo la de siempre, sencillamente cometió el mismo error de hace tantos años.
Breve nota LB: Quisimos agregar al rápido muestrario, algunas versiones del sector oficialista, pero Ciudad Caracas refiere el mantenimiento de su sitio-web, apareciendo apenas la portada, y el diario Vea está digitalmente atrasado. Extenso y lógico abanico de las argumentaciones, muy frecuentemente acompañadas por la fácil y caprichosa especulación. Hay que poner oído a todo lo que se dice y... decantar.
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