domingo, 10 de diciembre de 2017

... Y UNA DEGUSTACIÓN EN EL HUMBOLDT

De la inmensa cárcel prefabricada
Luis Barragán

El simple vistazo a la vieja prensa, permite diferenciar muy bien la condición y trato de los presos políticos (PP) de antaño y hogaño. Y, en definitiva, constatar el cinismo descarado de una dictadura, como la que ahora – prolongadamente - padecemos.

En efecto, en las vecindades de las elecciones generales (presidenciales y cuerpos deliberantes), por diciembre de 1963, es notable la sistemática campaña de denuncias y solicitudes de liberación de los presos políticos, a través de distintas declaraciones y avisos pagados, aunque el intento de sabotaje electoral alcanzó importantes cotas de violencia.  Arbitrariedades aparte, obviamente hubo profusas detenciones en respuesta a la históricamente comprobada y admitida insurrección de izquierda, sistematizada desde finales de 1960, extendida más allá de la fecha comicial, mientras prosperaba la conspiración de derecha.

Por lo pronto, tres circunstancias permiten establecer la necesaria comparación: Valga acotar, una mera revisión historiográfica permite verificar los enunciados, como el clásico título de Luigi Valsalice y los trabajos de Agustín Blanco Muñoz, Domingo Irwin o Antonio García Ponce; memorias, como las de Américo Martín, Víctor Hugo D’Paola o Héctor Rodríguez Bauza; u obras novísimas, como la de Edgardo Mondolfi. 

Digamos, por una parte, acentuando los esfuerzos por reivindicarla, se evidencia una mayor libertad de expresión no sólo para denunciar la situación de los PP, sino para concretar la correspondiente investigación parlamentaria que significaba una constante interpelación de la administración de justicia, por cierto, cuyos titulares eran conocidos y, más de las veces, interrogados directamente por la prensa. Hoy,  el bloqueo informativo y la (auto) censura prosperan, generando riesgos y peligros para el usuario por un simple señalamiento en las redes sociales, sin que se sepa de jueces, por lo general, provisorios, incluyendo el exilio posterior de algunos que han confesado las arbitrariedades.

Por otra, se sabía de la ubicación y el procesamiento de los PP en las lejanas décadas, cumplidas las formalidades judiciales, diligenciada la oportuna atención médica y, además, en el peor de los casos, frecuentemente visitados por familiares cercanos y parlamentarios; no por casualidad,  por ejemplo, importantes libros fueron escritos desde la cárcel. La sola relación que publica Roberto Hernández W. (“Los juicios de la década”: Deslinde, Caracas, 15 al 30/04/1970), otro ejemplo, habla de una muy injusta (auto) victimización de cotejarla con lo que acaece por estos años, porque hay PP – afrontando con coraje el momento -  sin presentación a los tribunales y, cuando ello ocurre, el acto inicial mismo sabe de infinitas postergaciones.

Por último, fueren las imputaciones de distinto cuño o naturaleza, puede decirse que, en tiempos ya remotos, el  trato, respeto  y reconocimiento de la condición de PP incluyó, la propia violación de la Constitución de 1961, pues, fueron numerosos los extrañados del territorio nacional, como en 1967 o 1968, evitándoles más años de cárcel o el riesgo de un atentado en caso de liberarlos y circunscribirlos a una localidad, por no citar las medidas de sobreseimiento e indulto en el marco de una convincente política de pacificación. Está de más comentar que no hay medida humanitaria o de gracia respecto a los 400 PP de la actualidad, promediando las cifras del Foro Penal, Provea y otras entidades afines, y, a lo sumo, inevitable, se otorgan las pocas de casa por cárcel o de presentación en los tribunales, supeditadas a la absoluta manipulación y  capricho de la dictadura.

Reclamada la herencia histórica por la ultraizquierda en el poder, aunque sus actuales elencos tuvieron por fogueo las comodidades de la Venezuela de las grandes bonanzas petroleras, parece útil y necesario confrontar una época y otra para delatarlos.  La prisión política de hoy, con todos sus bemoles, es una injustificada e ilegítima factura que pasan quienes, faltando poco, inauguran un restaurant en el hotel Humboldt, degustando la comida y el ambiente, como Maduro Moros, mientras la inmensa mayoría de los venezolanos pasan hambre en esta gigantesca cárcel prefabricada desde La Habana.

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