EL NACIONAL, Caracas, 25 de diciembre de 2017
Sobre el lenguaje de la mente
Atanasio Alegre
Antes de que me abordara el día que lo hizo, ya le había visto anteriormente en los andenes de ida vuelta del llamado metro ligero en las afueras de Madrid, si es que se puede hablar de afueras cuando la distancia hasta el centro de la capital se cubre en media hora. El hombre estaba bastante desmejorado de aquella figura, entrada en carnes que ostentaba la única vez que estuvo delante de mí en la oportunidad de la defensa de su trabajo de ascenso, a la categoría de profesor titular en la UCV. Si no fui yo quien lo abordé, se debió a la precaución de que me fuera a salir con una rechifla, porque en aquella oportunidad mi voto había sido negativo, consciente, en todo caso, de que los otros dos miembros del jurado iban a avalar con su voto la aprobación de su trabajo
De manera que fue él quien a la tercera o cuarta vez que coincidimos en la estación de las Tablas, se me acercó.
—¿Se acuerda de mí?
—Tengo idea, de haber sido jurado de su trabajo de ascenso a titular... –que rechazó porque no le gustó.
El metro de la línea 10 acababa de hacer su entrada en la estación, de manera que hecho el trasbordo en la de Tres Olivos, tuvimos tiempo hasta llegar al destino, para una conversación durante veinte minutos.
Después de haber hecho referencia a lo que pasó y sigue pasando en la Venezuela de nuestros dolores, vinimos a dar en la noticia del momento: el fallecimiento del filósofo norteamericano Yerry Fodor la semana pasada, sobre una de cuyas teorías versaba, por cierto, el trabajo presentado por el hombre que tengo a mi lado, concretamente sobre La Modularidad de la Mente, un ensayo sobre la psicología de las facultades.
En esta obra de 1983, que podría considerarse como la obra fundamental de Fodor, expone este autor la teoría de que hay en la mente humana campos autónomos especializados en funciones tales como, el lenguaje, la motricidad o la percepción. El libro tuvo una resonancia que todavía perdura, debido a la capacidad del autor para divulgar con elocuencia y una terrible capacidad para definir por lo que nos es, no exenta de sarcasmo, ante quienes defendían tesis opuestas a las suyas (“¿por qué no deja de lado usted el oxfordiano y traduce al inglés lo que trata de expresar?”, dijo en una oportunidad a un contrincante)
Yerry Fodor sostiene que el pensamiento tiene su propio lenguaje que se rige por el mismo código por el que lo hace el lenguaje hablado con su gramática, sus símbolos en procura de la precisión de las ideas. Solamente de esta manera se puede explicar cómo los hombres organizan sistemáticamente sus pasos o procedimientos a través del pensamiento del que se sirven para planificar sus actuaciones. Pensar, adaptándose a la manipulación de los símbolos, es algo que se ha visto reforzado por la euforia que supuso el funcionamiento de la computación y los programas de investigación en torno a la inteligencia artificial de la que se comenzaba a hablar a raíz de la aparición del libro de Fodor y a la que ha contribuido él. La euforia consistía en proclamar que, si el siglo XX había sido el siglo de la física, el que hacía su aparición en el 2000, iba a ser el siglo de la biología, si se consideraba dentro de ella a la especialidad de la neurociencia cuyo auge comenzaba a imponerse sobre cualquiera de las teorías psicológicas al uso. Como así ha sido, por cierto.
Pero, naturalmente, no todo ha sido un paseo triunfal, como en relación a la teoría del conocimiento lo demuestran los hechos desde Plotino y San Agustín con la teoría del iluminismo, de modo que siete años después de la publicación del libro de Fodor sobre la modularidad de la mente y ante la euforia, por una parte y el temor de que lo que pudiera llegar a representar la inteligencia artificial, el mismo Yerry Fodor salió al paso, con un breve opúsculo, contra quienes pensaban haber resuelto el enigma del funcionamiento de la inteligencia, entren ellos, contra un investigador del prestigio de Steve Pinker. El título de este nuevo libro de Fodor fue: La inteligencia no funciona así. Confiesa ahí, al tiempo que se dedica a desmontar la teoría de Pinker de cómo funciona la mente, las limitaciones de la teoría modular considerando a los hallazgos de las investigaciones solo como verosímiles. Ha habido avances –asegura– pero estos no pasan de ser relativos. Engreírse por ello es arriesgado. Eso irrita a los poderes establecidos y ya se sabe que estos se gastan malas pulgas. “En realidad lo que nuestra ciencia cognitiva ha conseguido hasta el momento es permitir ver algo de luz en la gran oscuridad reinante. De momento, lo que nuestra ciencia cognitiva ha descubierto sobre la mente, ante todo, es que no sabemos cómo funciona” Es decir, no sabemos cómo funciona de manera modular, pero tampoco sabemos como funciona de otra forma que no sea modular. Definiendo por lo que no es.
Pues bien, mi rechazo a la tesis, presentada por el hombre que está sentado a mi lado, se debió al hecho de que él daba como absoluto algo que no era más que relativo en la teoría de Fodor, según acabo de anotar.
Lo que me llamó la atención entonces es que aquel profesor estuviera al tanto de los trabajos de Fodor, aunque personalmente no estuviera yo de acuerdo con la interpretación que hacía de sus hallazgos. Este era un punto a su favor, de manera que me pareció bien que los otros dos miembros del jurado lo compensaran, permitieran el acceso a la ansiada categoría de titular, entonces tan valorada en la UCV. Es lo que le he manifestado, en resumidas cuentas.
Cuando le pregunté a que se dedicaba aquí en el exilio, me dijo, no sin cierta pesadumbre, que trabajaba a destajo en una agencia que tramitaba licencias de conducir pasando pruebas psicológicas a los aspirantes.
—Esto, mientras el gobierno venezolano siga reteniendo las pensiones de quienes nos jubilamos, algo inconcebible en cualquier sociedad civilizada.
Su dedicación era la inteligencia artificial, algo para lo que se había preparado concienzudamente.
En el fondo, pensé, cuando nos despedimos, que se trataba de un compatriota más que responde a la imagen de tantos profesionales venezolanos de altísima preparación que debieron emigrar y que no forman parte en modo alguno, por cierto, de esa otra especie de nuevos rusos blancos que, como en otro tiempo, sucedió con muchos de los nobles que no se adhirieron a la revolución rusa, se vieron obligados a cambiar de país, pero no de estatus. Ni siquiera de marca de whisky.
Fuente:
Ilustración: Georges Mathieu.
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