Del difícil vaticinio
Luis Barragán
Evidentemente, no existe un lógico y, por tal, compartido desarrollo
político de los acontecimientos en Venezuela, por sufridos que fuesen. Los más
diversos analistas y comentaristas políticos lo desean con el fervor de sus
viejas lecturas y experiencias, pero en toda dictadura resulta difícil
vaticinar el más modesto evento.
Nos recreamos con algunos mitos y, cual moneda de curso legal, el
comentario ocasional dice adquirir alguna
prestancia para el intercambio. Algo natural, porque todos urgimos de un
sentido para la vida personal y colectiva.
El régimen caerá de tocar fondo la situación nacional, fue uno de los
argumentos más favorecidos. Nunca se supo de cuál de los tantos fondos que ya
hemos tocado, asfixiándonos, porque el precio del petróleo más bajo no puede
caer ante la gigantesca voracidad fiscal del socialismo del siglo XXI y,
además, hubo República y hubo democracia, mal que bien, con el barril a siete
dólares durante el gobierno de Caldera.
Los militares solamente esperan que las calles se llenen, algo que ha
ocurrido sometiendo a justos y pecadores a una feroz represión. En su sano juicio, nadie espera que la
protesta pueble todo el territorio nacional para apostar por una militarada
más, pues versamos sobre la necesidad de una transición democrática.
O esto se acaba cuando los cerros bajen y, desde hace un buen rato, ya lo
hicieron, o ¿acaso las autopistas urbanas las ocupa exclusivamente la
mesocracia harta y desesperada? Por
definición, toda dictadura es irracional, caprichosa y soez, por lo que cuenta
con una dinámica propia que, por ilógica, genera un severo y continuo
corto-circuito hasta que colapsa. Y es lo que está aconteciendo en una
Venezuela a la que el magistrado consular, por más encumbrado que se vea en el
TSJ, ni siquiera ofrece una respuesta coherente, simuladora de alguna
convicción jurídica.
01/05/2017:
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