Del previo derribamiento simbólico
Luis Barragán
Incomprendido el momento histórico, muchas veces lamentamos que, al
colapsar su régimen, fuesen derribadas las estatuas de Antonio Guzmán Blanco en
la Caracas del siglo XIX. Al observar los restos de “El Saludante” que avecindó
el Capitolio Federal y “El Manganzón”
que sirvió de emblema a El Calvario, en el Museo John Boulton, concluíamos
sobre la necesidad de preservar las piezas integras, como testimonio y escarmiento de la
afrancesada dictadura.
Un sentimiento parecido produjo el filme “Good bye, Lenin” de Wolfgang Becker (2003), conteste con el registro que hizo toda la
prensa al caer el socialismo real. Nos parecía que el mantenimiento de las
esculturas de éste y otros bolcheviques, como ocurriese también con la figura
asfixiante de Stalin, recordaría por siempre los riesgos y peligros del
retroceso político. Sin embargo, una distinta reacción nos ha ganado frente al
derribamiento espontáneo y múltiple de los bustos, estatuas y otras
figuraciones de Chávez Frías en la Venezuela actual que nos permite comprender
los del XIX venezolano y XX euro-oriental.
Hay una inmensa
rabia de la estafa política que representa el mesías del siglo XXI y su
sucesor, en un país hambreado y censurado. Se trata de una extraordinaria
necesidad de desahogarla frente a la represión sistemática y criminal de toda
disidencia, imposible de canalizarla por la vía pacífica, por lo que ahora
entendemos al venezolano que quiso por un acto inmediato borrar todas las
amarguras que padecía al finalizar el guzmanato.
Sobre todo, porque
esa exaltación del barinés ha sido artificial, propia de una deliberada
estrategia de confusión con la propia identidad nacional impulsada por sus
exclusivos beneficiarios, los de las más altas esferas del poder que se atreven
a algún natural y audaz agradecimiento por los privilegios concedidos. No
existe un sentimiento genuino y arraigado de respeto al creador del desastre
actual, benefactor de muy pocos en el inmenso paisaje de deterioro, miseria y pobreza
que nos caracteriza.
No pretendemos
promover la destrucción de obras o bienes públicos, pero sí de entender el
motivo de un derribamiento simbólico del régimen que, justamente, precede a su
efectivo reemplazo constitucional. Si fuere el caso, independientemente de las
ideas que suscite, este mismo gobierno de casi dos décadas, estimuló y celebró
el derribamiento, la mudanza sin paradero cierto y la destrucción arbitraria de
las estatuas de Colón que se encontraban en Plaza Venezuela y El Calvario. Vale
decir, convino en la destrucción de esas obras o bienes públicos, más públicos
y duraderos que las consabidas estatuillas del pretoriano de una mayor eficacia
que la contratación de una docena de sondeos de opinión.
22/05/2017:
Fotografía Luis Chacín, 2016, Museo J. Boulton.
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