De un corotico del pesebre
Luis Barragán
La restitución del orden público, quebrantado antes por alguna
circunstancia, significaba la normalización de la vida ciudadana que incluía la
inmediata y regular prestación de los servicios públicos. A juzgar por la vieja prensa, añadidos los
hechos represivos más sangrientos, el
mayor desafío de todo gobierno fue volver prontamente a sus tareas rutinarias,
las de gobernar, intentando literalmente tranquilizar a la población para
retomar el cauce de la vida cotidiana.
No pretendemos una versión paradisíaca de los regímenes anteriores al
actual, pero – concluimos - hubo un
natural esfuerzo por serenar los ánimos, dándole al orden una adicional y
significativa, como inadvertida, acuñación
que también – de un modo u otro – agradecían los protestatarios. Podrá decirse de una ingenua apreciación,
porque – sostenemos – evitar la crisis o la caída de un gobierno, pasaba por
demostrar su capacidad de generar la normalidad mínima e indispensable del
ámbito público.
Ocurre todo lo contrario en este nuevo siglo que nos tiene por apremiados
inquilinos, ya que el dato fundamental
es el de la anormalidad y, en permanente estado de sitio, poco importa el restablecimiento mismo de los
servicios públicos. El más importante reto del gobierno es el de no caer a
cualquier precio que se le antoje, demostrada su más completa ineptitud por
administrar con algo de eficacia los
asuntos comunes, deliberadamente indiferente ante el destino que procura a la
población así la sumerja, como acontece, en una aguda y prolongada crisis
humanitaria.
Siendo el caos su naturaleza, pretende escarmentar a justos y pecadores por
las protestas multitudinarias que ha suscitado, jamás vistas en todo nuestro
historial republicano, quedándoles estrechas las más largas y anchas autopistas
del país. Además de reprimirlas a sangre y fuego, a este gobierno le importa un
bledo cerrar todas las estaciones del metro o desarmar los puentes de Caracas,
dejar sin servicio de electricidad o agua a importantes o marginales zonas del
país: para su mayor rabia, centenares de
miles de personas acuden a pie, con lo poco que tienen, entusiastas, a
protestarlo, convocados boca a boca,
byte por byte, sin necesidad de autobuses o de las grandes campañas televisivas
de las que se supo en 2002.
Entonces, guiados por el sentido común, diferenciamos entre la normalidad y
la anormalidad, entre orden y desorden público, en el esfuerzo de todo gobierno
por mantenerse en pie, aunque – anteriormente – evitar la caída se unía a la demostración
de una capacidad – por lo menos – tentada e intentada de gobernar, como los dos
coroticos intocables del pesebre. Hoy, Nicolás Maduro vela por un solo corotico
y para todo lo demás está la pólvora.
29/05/2017:
Ilustraciones: Dalia Ferreira.
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