Érase las trampas constituyentes
Guido Sosola
Antes que los indicadores económicos y sociales nos abismaran, ya habíamos
experimentado un importante retroceso con la asamblea constituyente de 1999, a
pesar de las apariencias. Cierto, el texto resultante cuenta con muy importantes
avances al lado de otras regresiones, combinando sendos elementos democráticos
con otros que francamente no lo son, pues el reconocimiento a la participación
efectiva cohabita con el silencio no menos eficaz que permite confundir el
ejercicio simultáneo de la autoridad civil y la militar en un mismo
funcionario, como no ocurría con la carta precedente, cuyas consecuencias hoy
son harto conocidas.
Evitando entrar en pormenores respecto a aquella larga y también traumática
jornada constituyente, enunciemos tres hechos irrefutables: hizo de la sola
sanción y promulgación, una promesa descomunal e inmediata de felicidad; el
mayor porcentaje de sus sesiones lo dedicó a reforzar al gobierno de Chávez
Frías, acelerando e improvisando la aprobación en primera y segunda discusión
del proyecto constitucional; e, irremediable, apeló a las serias elaboraciones
que hizo la COPRE y la Comisión de Reforma Constitucional presidida por
Caldera. Aclaremos, con todas sus bondades y fallas, es necesario defender la
Constitución de 1999, requeridos de una normativa fundamental para la
convivencia social.
Agreguemos, es más estúpida que falaz
la pretensión oficialista de desautorizar moralmente, a quienes no respaldaron
el proceso constituyente y su resultado, e indefendible la tesis de otro
proceso, más allá de los mecanismos de
enmienda o reforma de actualización que pueda suscitar. En propiedad, descaradamente
actualiza la desesperada urgencia del poder establecido por prolongarse a
cualquier precio.
La historia venezolana ofrece una buena muestra de la constituyente como
instrumento dictatorial al trampear incesantemente a una población amilanada o diezmada,
ensordecida por la pobreza, la desnutrición y las enfermedades. No por casualidad, en el curso de una cada
vez más aguda crisis humanitaria, antes impensable al calor de los pozos
petroleros, a Maduro Moros se le ha
ocurrido apelar a un expediente tan manoseado reencontrándolo con la estirpe de
una vieja tiranía que, por lo menos, insistamos en el detalle, gozaba de
extraordinarios juristas para la ocasión.
Entre Castro y Gómez, por el
mecanismo constituyente o su asunción por el parlamento, reformándola en los
aspectos que les eran indispensables, la Constitución fue el libreto de una
ópera bufa: en 1900 es convocada la constituyente que parió la Constitución de
1901, un congreso constituyente la de 1904,
el Congreso Nacional la de 1909, un Congreso de Plenipotenciarios la de 1914,
el Congreso Nacional la de 1922, 1925, 1928, 1929 y 1931. Acaso, la más
desfachatada treta fue la de inventar una invasión del antiguo socio, Castro,
en 1913 para evitar el relevo presidencial correspondiente, por lo que,
pisoteando la de 1909 que impedía la reelección, Gómez ideó y promovió un tal
Congreso de Plenipotenciarios que hizo otra a su entera medida. Empero, no es
posible abusar de las comparaciones, pues, si bien Maduro Moros representa
fielmente la continuidad de los obscuros intereses creados en el patio, durante
este XXI, la más espesa sombra proviene de otros que se han colado por la
puerta maldita de la globalización que vela por sostener a sus garantes,
excepto – como se ha filtrado – la dictadura cubana que le recomienda abandonar
lo que eran las tradicionales trampas constituyentes para tratar de sobrevivir
con los viejos hombres, viejos ideales y viejos procedimientos.
31/05/2017;
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