sábado, 11 de marzo de 2017

TÓPICO CITADINO

Érase una pila de adjudicatarios
Guido Sosola


En julio de 1944, los principales periódicos caraqueños exhibieron sendos avisos oficiales del Banco Obrero con la lista de los beneficiarios de los apartamentos del recién inaugurado bloque siete de la Reurbanización de El Silencio, añadidos sus referentes testimoniales.    Según la nota a pie de página, la  institución bancaria excitaba a Ana Luisa Llovera a señalar concretamente a las damas y familias inmerecedoras de la protección legal para restablecer la reputación,  confianza y  tranquilidad de los futuros vecinos, a propósito de un texto publicado en la sección de “Quejas y reclamos” del diario El País.

Además de asegurar la certeza de los datos consignados en las planillas de solicitud, sumados los nombres de las personas que los avalaron bajo juramento, el gobierno de Medina Angarita desmentía que, en su  selección, hubiese privado la “recomendación de altos personajes de la política”, de acuerdo a una acusación generalizada. Completando la nota, la Junta Administradora dijo haber evaluado  el número de personas bajo la responsabilidad del solicitante, su antigüedad como depositante en la Caja de Ahorros, los ingresos económicos de la familia, la zona de trabajo y la “moralidad insospechable”.

Quizá hoy sorprenda el nombre de algunos de los adjudicatarios y el de sus fiadores morales, aceptando el honesto aporte de sus datos. Por ejemplo: Clemente Leoni Otero, referido por Carlos Rovati, Alberto Troconis Guerrero y César Roo Mendici; Vicente Gerbasi, por  Maximiliano Márquez, Roberto Martínez Centeno y Humberto Spinetti Dini; José Agustín Catalá, por Simón González Salas, Angel Edecio Cárdenas y Leonidas Uzcátegui Ramírez; Guillermo Meneses, por Juan de Guruceaga, Alejandro Rivas y José H. Poleo; o que el Cap. Rufino Loscher Blanco avalase a Evencio Pulgar H.,  Pascual Venegas Filardo a Rosario Barreto Coll, Oscar Mazzei a Ramón Clemente Morales, Salvador Salvatierra a Carlos Semidey, Henrique González Gorrondona a Diego Andersonn, Enrique Tejera París a Julieta Mendiri, José Antonio Calcaño a Héctor Rodríguez, Ramón David León a Carlos Navarro Giral, Pastor Oropeza a José Delima Sierraalta, a J. M. Herrera Mendoza y Gonzalo Barrios a Esther Cabré de García, a Antonio Arráiz  y Miguel Otero Silva de Francisco Pérez, R. David León de Francisco Boscán Tinedo, José María Jiménez a Ramón Clemente Morales, Guillermo Meneses a Humberto Spinetti Dini, Guillermo Schael a Miguel Angel García, entre otros.

Muy lejos estamos de cuestionar la honradez de los adjudicatarios, seguramente perdidos los recaudos de entonces que hubiesen contribuido a biografiarlos, pero sorprende la publicidad misma de la lista, el tránsito de una vida más modesta para quienes después gozaron de una más amplia fama, la aceptación de la fianza moral interpuesta también por personeros de  la oposición e, incluso, el reducido círculo de relaciones que exhibe, oyéndose al más alto nivel de la administración, hipótesis ésta que habla de una ciudad acaso todavía aldeana.  El nuevo bloque del conjunto residencial, inaugurado por el presidente Medina Angarita y el presidente haitiano que nos visitaba, Elie Lescot, como lo intitula La Esfera en su edición del 6 de julio, era “el primer paso en la solución del problema de la falta de viviendas para familias de la clase media”.

Consabido, la reurbanización transformó un espacio de la relativamente pequeña urbe que no sólo nucleó a los sectores más desfavorecidos de la población, sino que se convirtió en emblema de vicios y peligros, pues, se trataba de un “barrio donde las más infelices rameras caraqueñas gastaban sus días”, bajo una “atmósfera dramática” y un “ambiente de enfermedad” (Élite, Caracas, nr. 978 del 01/07/1944).  De acuerdo a la crónica de Guillermo Meneses, “para los que dijeron que era falta de humanidad expulsar a las prostitutas de sus miserables y asquerosas viviendas (…) Que la fabricación de la nueva obra era, simplemente, escamotear el dinero y la terrible realidad venezolana con biombos brillantes y de poca efectividad (…) Supusieron quién sabe qué misteriosos chanchullos tras de la obra del Banco Obrero, el bloque número siete – hoy inaugurado – será el más hermoso, sereno alto mentís” (El Nacional, Caracas, 05/07/1944).

Cursante de las más variadas disciplinas como la historia, la sociología, la arquitectura y el urbanismo, el tesista desocupado puede encontrar todavía una formidable perspectiva de investigación en El Silencio y su afortunada reurbanización que, por lo demás, a finales de la dictadura de Pérez Jiménez, pudo ser demolida para dar paso a varios superbloques, conforme a un estudio que adelantó el Banco Obrero (El Nacional, 05/10/1957), luego, inmediatamente desestimado.  Un historial de alquileres, traspasos y ventas, caracterizan un lugar que, igualmente, hizo de la Plaza O´Leary escenario de los más sonados y trascendentales actos políticos quizá hasta principios de la séptima década del siglo XX, por lo que hay vivencias ricas y contradictorias que pueden perderse definitivamente, aunque es formidable el esfuerzo realizado por la nueva crónica digital que hace de la nostalgia por la ciudad, una distinta experiencia de reencuentro y enfoques.

Después de consultarle a un residente tradicional o de muchos años de la actual urbanización, sabemos de espacios muy bien preservados que contrastan con otros de una displicencia inaceptable, agregado el interesante y revelador comentario de una cierta distinción entre los bloque uno, dos o tres, y los restantes. El siete, un poco más distanciado, parece el hoy el más bullicioso y, acaso, amenazador por el predominio de una conducta nada cívica, ya perdida la antiquísima estelaridad de lo que fue literalmente el centro de Caracas.

La muy ordenada reurbanización de El Silencio, favoreció a una pila de adjudicatarios de la clase media que penosamente ascendía, en lugar de los antiguos habitantes de la barriada de los que no sabemos si sobrevive algún censo y la correspondiente reubicación, como Parque Central, décadas más tarde, distinguió a la mesocracia decididamente petrolera, estableciéndose una mínima correspondencia y sustentación entre la costosa construcción y la más o menos proporcional inversión de sus beneficiarios. En esta otra centuria, por lo menos, aquél conjunto residencial ha recibido una mayor atención oficial, aunque – como bien lo han denunciado y  LuisRa Bergolla y Hannia Gómez, en las redes sociales – al precio de una arbitraria modificación estética, incluyendo la pigmentación de paredes y columnas, mientras que, éste, soporta todo el peso del desorden administrativo de un gobierno que no se preocupa siquiera por librarla del hampa, exponiendo un deterioro indecible.

Ahora,  transitándolo a través de los años, siempre damos una mirada de preocupación sobre los bloques que, en su momento, fueron una clara señal de distinción para sus ocupantes. En el caso de hacerles un estudio de opinión, buena parte no tendrá consciencia del valor de un inmueble diseñado por Carlos Raúl Villanueva, construido con los más nobles materiales de la época y, faltando poco, ocupado muy antes por vecinos de celebrado nombre. Empero, así tengan por empeño reivindicar la prestigiosa estancia, como ocurriría en otras latitudes, el Estado se encarga de depreciarla radicalmente al asegurarle un entorno tan inseguro, contaminado y delictivo.
GuidoSosola@yandex.com

Fotografías: LuisRa Bergolla (Facebook), quien apunta: "Una nueva policromia ha [sufrido] la ReUrbanización El Silencio. Esta vez fue mas alla: Todas las columnas panzudas, de acabado limpio original, han sido barnizadas en color oscuro. [Repito: b a r n i z a d a s] Los portales no corrieron con semejante suerte [por ahora]. El Hospital Clínico Universitaria esta siendo, desde dic, la nueva victima de Barrio Nuevo Tricolor".

Fuente: http://opinionynoticias.com/opinionnacional/29313-adjudicatarios

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