Luis Barragán
Medio siglo atrás, PABLO VI proclamó el desarrollo como el nuevo nombre de
la paz mediante su encíclica “El progreso de los pueblos” (PP) [1], fruto también de las
deliberaciones del Concilio Vaticano II que, incluso, cita a tres autores que
ejercieron influencia en nuestro país, como Luis José Lebret y Manuel Larraín,
fallecidos en 1966, y Jacques Maritain, que lo hará en 1973. Importa una relectura de la carta papal a la
luz de la dramática realidad venezolana actual y del inevitable fenómeno de la
globalización, permitiéndonos algunos enunciados para una futura exposición.
Una inicial
constatación, suscribiendo a TOSO [2], la carta encíclica no propone la abolición del
libre mercado, ni de la iniciativa privada y social, importándole una
concepción humana del desarrollo. Anunciado con décadas de anticipación, ahora,
el colapso del post-rentismo, nos sorprende con la sobreimposición de las
consignas políticas de un régimen que, faltando poco, igualmente ha invocado el
mensaje cristiano por el obsceno oportunismo que le caracteriza, temiéndole a
un debate sobrio y generalizado de sus intenciones, pretensiones y
realizaciones.
La PP denunció las
condiciones de subdesarrollo en las que se encontraba mayoritariamente la
humanidad, en contraste con las de los países desarrollados, subyaciendo una
cierta interpretación sociológica que el tiempo ha diluido, familiar al enfoque
que se hizo del variopinto tercermundismo
[3]. Un vistazo rápido, nos advierte su pertinencia en una Venezuela que padece
hambre, desnutrición infantil, miserias, enfermedades crónicas, ignorancia,
bajo una oligarquía de la monoproducción que afecta el crecimiento físico y
desarrollo mental de la población (PP: 1, 7, 9, 45, 67).
Además, al
transitar el aludido colapso, nos sedujo la “más violenta tentación” para
arrastrarnos a uno de los “mesianismos tan prometedores como forjadores de
ilusiones”, pillándonos en el curso avanzado de un régimen totalitario (PP:
11). Capaz de ejercer la violencia física y, aún más, psicológica en el intento
de neutralizar y liquidar toda disidencia, suele hacerlo en nombre de una – por
siempre - indefinida alternativa a las
injusticias del capitalismo.
¿Cuál
capitalismo venezolano?
El documento
pontifical sólo aparentemente concedería
razón a los publicistas del gobierno
venezolano que, por ignorantes, probablemente tardarán en saber de él [4]. Obviando lo acontecido en el socialismo
real de la década de los sesenta del siglo XX, faltando poco para la
emblemática crisis política de Checoeslovaquia, PABLO VI acentúa la crítica
hacia el capitalismo liberal, autorizándonos a una sucinta consideración sobre
la contrastante Venezuela de la presente centuria.
Consecuente con la
Enseñanza Social de la Iglesia, estimando un peor daño de la tecnocracia que
del mismo liberalismo, apunta a algunos de los elementos de la naturaleza
capitalista: provecho, concurrencia, propiedad privada como motores esenciales
del progreso económico, ley suprema de
la economía y derecho absoluto. Ilimitado y moralmente desobligado, bajo los
abusos del imperialismo del dinero, desvalorizador del trabajo que, en los
países desarrollados, procura el equilibrio de los intereses encontrados de los
concurrentes, negándolo al sistema mundial: hay acuerdos, convenios o
solidaridades empresariales que no tienen equivalencia en la relación con los
países pobres, sujetos a un injusto intercambio comercial (PP: 26, 37, 60, 61,
70).
Coincidamos o no,
con la propuesta liberal, por una parte, importa reconocer que el desarrollo
(post) capitalista del presente siglo, ha garantizado una superior calidad de
vida, libertad y bienestar a sus habitantes, confrontando otros problemas
graves (armamentismo, calentamiento global, inmigración), teniendo por eje el
provecho individual, la libre concurrencia y la propiedad privada; está
orientado hacia la sociedad de la información y del conocimiento estratégico
que, negadas o ganadas para la globalización, no requieren de la explotación de
terceros, cuya exportación de materias primas ya no ostenta la vieja jerarquía;
tiende a las islas de prosperidad, incluso, ganando cada vez mayor
autosuficiencia energética, frente al resto de una humanidad desamparada y
prisionera de los conflictos más indecibles, sumado el fundamentalismo
religioso. Acotemos, ausente del documento papal, fuerza la mirada al monumental fracaso del
socialismo real, tardíamente reconocida su implosión económica, que hoy expone la exitosa incursión capitalista de China y la
que desea Vietnam, preservando
celosamente el absolutismo político, al lado de la terquedad de una lastimosa,
pero belicista Corea del Norte que dista demasiado de los niveles de vida
alcanzados por Corea del Sur.
Mal podrían los
publicistas del socialismo bolivariano, a menos que algunos de sus
intelectuales en extinción tenga la ocurrencia de citar al Papa, pretender que
nuestros males derivan de las brutales prácticas capitalistas, pues,
sencillamente, tienen casi dos décadas gozando de una altísima concentración de
poder y todos los indicadores sociales y económicos que escapan de su
deliberada ocultación, remiten a una inédita crisis humanitaria con las nefastas
y prolongadas secuelas del caso. A lo
sumo, realizando un capitalismo de Estado, el socialismo (ultra) rentístico ha
generado un mercado para las mafias, a los más altos elencos del poder
únicamente se les garantiza una férrea apropiación privada, exporta grandes
capitales en la era del control de cambio, emplea una grandilocuente retórica
legal para aludir al trabajo que ha hundido éticamente como noción, y no le ha
importado matar literalmente de hambre a la población para expropiar a las
empresas que le sobreviven, convirtiéndolas en penosos fantasmas.
Luego, la denuncia
bolivariana del capitalismo, es un
ardid más en el intento de legitimarse –
valen mucho las cursivas – ideológicamente. Y una lectura interesada y superflua del Papa
Montini, le reportaría algunos dividendos frente a los más incautos.
Globalización:
dos vertientes
TOSO enfoca hacia el
fenómeno de la globalización que, más
allá de la caída de las barreras proteccionistas tradicionales, nos encamina a
una red de conocimientos, interacciones
y comunicaciones que redunda ventajosamente en el plano de las inversiones, productividad
y progreso social, bajo el impulso adquirido por las economías de Estados
Unidos, Japón y la Unión Europea. Cuenta con una vertiente virtuosa, la que
lleva al crecimiento más fuerte, mejor equilibrado y propicio para el
desarrollo de los países más pobres; y una viciosa, la encaminada a la
marginación o exclusión, la
“desencoladura de la hacienda de la economía real”, el predominio de la
economía sobre la política, la erosión social, la “movilidad salvaje de las
poblaciones”, las desigualdades, la homologación de las culturas, la
insolidaridad [5].
Naturalmente, PABLO VI
no previó los problemas que acarrearía la interdependencia que atisbó,
enfatizados los otros y muy propios de la dependencia. El enderezamiento de las
relaciones comerciales entre los países pobres y ricos, no bastando el libre
cambio de materias primas y productos manufacturados, acarrea un deber de solidaridad que conduzca
a la caridad universal que tenga el debido soporte institucional, aunque alerta
sobre dos grandes obstáculos: el nacionalismo y el racismo, para la necesaria
mancomunidad de esfuerzos, conocimientos y financiación (PP: 44, 57, 59, 62,
63).
Las realidades
internacionales, complejas y cambiantes, no encuentran fácil cauce ético y
moral en sus áridos terrenos, aunque una activa sociedad civil
logra prender con fuerza, por ejemplo, en el ámbito humanitario,
ecológico, académico o periodístico,
cobrando importancia la reminiscencia de la encíclica de Montini, después,
perfeccionada por otras que, ante el signo de nuestro tiempo, claman por un bien común universal. Y, a pesar de las tendencias ciertamente resistidas a la globalización,
como ocurre hoy con Estados Unidos y Gran Bretaña, han sido aprovechada por varios de los países
emergentes que, medio siglo atrás, eran exponentes de una pobreza que sorprende.
Por cierto,
resistencia que no debe confundirse a la de una vertiente globalizadora
maldita, como es la de una expansión
orgánica del terrorismo, integrismo religioso o tráfico de drogas, capitales
delictivos, armas u órganos humanos. Paradójicamente,
como ocurre en el caso venezolano, evidenciándose cada vez más el Narco-Estado,
los regímenes de vocación totalitaria tienden a rechazar la vertiente bondadosa
para preservarse, realizando la maldita; e, incluso, por una parte,
desdibujándolos, promueven y adoptan mecanismos de integración de un estricto sentido
político, esencialmente defensores del continuismo gubernamental de las partes
que los suscriben, sin otra utilidad real – económica y social - para sus
pueblos; y, por otra, entendiéndolos como eminentemente explotadores, claman
por la ayuda - principalmente financiera -
de los países desarrollados, aunque – de recibirlas – rehúsan cualquier
rendición de cuentas.
Precisamente, la
carta encíclica que nos ocupa, luce oportuna para la propaganda oficialista por
sus exigencias de solidaridad, ayuda y asistencia a los países pobres.
Asimismo, por no ventilar el drama humano, social y económico de los países del
llamado socialismo real que, más de veinte años después, se desmoronaron,
conociéndose las consecuencias de la exclusiva dirección política de la
economía, el mercado planificado y la propiedad estatal, ausentes las
libertades fundamentales para la realización de la persona humana.
El
destino universal de los bienes
La carta encíclica
expresa: “… Si la tierra está así hecha para que a cada uno le proporcione medios
de subsistencia e instrumentos para su progreso, todo hombre tiene derecho a encontrar
en ella cuanto necesita” (PP: 22). Los
bienes creados – continúa – deben valorizarse a través del esfuerzo inteligente
y perfeccionarse mediante el trabajo, debiendo equitativamente alcanzar a todos
y, cualesquiera sean los demás derechos, como el de propiedad y libre
comercio, facilitarlo.
Recordando aquello
del que no trabaja, no come, juzga
severamente la codicia o avaricia, señal de un subdesarrollo moral, yendo a la
utilidad pública de la propiedad, cuyos conflictos – entre derechos privados
adquiridos y exigencias comunitarias primordiales – deben resolver los poderes
públicos (PP: 18, 23). Luego, el principio del destino universal de los bienes,
lejos de la generosa abstracción de uso ocasional y demagógico, apunta a las
fórmulas históricas que lo concretan.
Evidentemente, la
citada crisis humanitaria que sufrimos, expresión tardía y conclusiva de las
otras que, muy acaso, inadvertidamente se acumularon y manifestaron, apunta al
impune incumplimiento del principio. Se dirá que, al finalizar el siglo
anterior, registramos una creciente pobreza extrema con reducidos círculos
sociales que se apropiaban de la renta petrolera, pero nunca antes habíamos
llegado a cotas indecibles de desabastecimiento e inexistencia de los
alimentos, medicamentos y productos de higiene personal, con cifras
macroeconómicas que el Estado teme revelar según el mandato legal, añadidas las
casi treinta mil muertes violentas y prematuras que afectan a los sectores más jóvenes
y vulnerables de la población, agravado todo por un discurso populista que
tuerce las realidades y, a la vez, inculpando a terceros, pretende todavía generar expectativas resueltamente infundadas.
Entonces, de
comparar la situación actual con la del país que heredó, el socialismo – no por
azar – (ultra) rentista, mejor simbolizado por las bolsas de basura destrozadas
que toman por asalto familias enteras con hambre, ha significado un enorme
retroceso. Y, a la luz del documento pontificio en cuestión, nos imponemos
rápidamente de las tres facetas de un régimen que, valga la coletilla, ha
excretado un elenco de privilegiados con ningún o poco trabajo que
legítimamente los justifique, confiscando los más altos ingresos petroleros
obtenidos en nuestra historia y, faltando poco, inmiscuidos en prácticas
delictivas que llaman la atención de la justicia internacional: “Con lastimera
voz los pueblos hambrientos gritan a los que abundan en riquezas” (PP: 3).
Por una parte,
apartando la sistemática persecución y represión ejercida, la autodenominada revolución pacífica ha extendido e
intensificado su crueldad para imponer una regresión de las condiciones
materiales y espirituales de vida de los venezolanos, muy distante del progreso
armónico y de los equilibrios indispensables, ofreciéndose la violencia como
una tentación, aunque compartamos la convicción de que “en modo alguno se puede combatir un mal
real si ha de ser a costa de males aún mayores” (PP: 29, 30 31). Por añadidura, valorada la misión que ha
cumplido Caritas Internacional (46), apenas un ejemplo, es necesario no olvidar
que esta organización eclesiástica también intentó una generosa ayuda humanitaria
para el pueblo venezolano, pero los medicamentos y suplementos
alimenticios fueron confiscados por el
SENIAT con destino incierto [6].
Por otra, ha desconocido y
violentado el derecho a la propiedad privada que contribuye mejor a la
realización del destino universal de los bienes, afectando la independencia de las personas y
la autonomía de las comunidades, en beneficio de un Estado que, por la vía de
una abusiva y generalizada expropiación quebrantó y quebró la economía e, incumplido el principio de
subsidiariedad, condenando a la población a su ineficacia, despilfarró y saqueó
la riqueza común: a la
desindustrialización acelerada, se une la improvisada y contraproducente Ley
(habilitada) de Tierras (PP: 29), condenándonos a las importaciones de
alimentos para las cuales ya no existen recursos suficientes, por no mencionar
– en la era del control de cambio – la masiva exportación de capitales ilícitos
de una casi imposible investigación y sanción (24). Resulta necesario aclarar, con CIERCO, que,
aún en los casos de una extrema comunidad de bienes, no tiene sentido alguno si
ella es y garantiza su indigencia [7].
Después, el
documento pontificio estima necesarios los programas orientados a garantizar la
solidaridad hacia los pueblos subdesarrollados, añadidas las inversiones
públicas y privadas, los préstamos y otras ayudas gratuitas que no comporten
injerencia, la calificación de los recursos humanos, y los cuales no bastan si
no se construye un mundo distinto (PP: 33, 47, 54, 70). Un fondo mundial,
alimentado con una parte de los gastos militares, contribuirá al esfuerzo (51).
No obstante, a juzgar por las demandas internacionales de una ayuda sistemática
de los países desarrollados, reclamo aupado por el régimen actual venezolano
por todos estos años, intentando lo propio al auxiliar a las comunidades pobres
con motivo de la visita del extinto presidente a Nueva York, en un claro afán
de demagogia, la creación de un fondo como el aludido, comporta como
contraprestación la inmediata corrección de distorsiones, por decir lo menos,
en el ámbito económico interno: guardando las distancias por su naturaleza y
alcances, el Fondo Monetario
Internacional (FMI), satanizado hasta el hastío, podría auxiliar al gobierno
venezolano en la medida que cumpla con un programa de ajustes y reestructuración
que evite la repetición del problema, pero no lo ha hecho ni lo hará –
perdiendo su propia identidad y estabilidad – ya que la condena al sacrificio
inútil y a la radical incertidumbre constituyen claves para su permanencia.
Una
encíclica de interpelación
La carta encíclica
de PABLO VI, testimonio de una larga, sostenida y coherente reflexión de la
institución eclesiástica, interpela a la Venezuela actual envuelta en un
inédito drama humano, aunque los sectores más avisados del oficialismo puedan
manipularla con motivo de su 50°
aniversario en razón de la crítica esgrimida al capitalismo liberal, la demanda
de ayuda a favor de los países más pobres y la omisión que hizo del socialismo
real de su tiempo. Proclamado el bien
común universal, ofrece válidas orientaciones para la presente etapa de una
globalización que tiene resistencias, aunque privilegie nociones superadas en
torno a la dependencia, no sin dar pistas de claridad para las relaciones otrora
pendientes de interdependencia.
Reivindica caros
principios que, en su momento, despertaron la polémica y estimuló un proceso
más o menos importante de diferenciación en los sectores cristianos
políticamente comprometidos, a juzgar por su inmediata recepción en nuestro
país. Incluso, una rápida muestra de la prensa de 1967, ofrece indicios de una
discusión todavía útil, pues, a modo de ilustración, revalidamos un comentario
del nada conservador sacerdote jesuita MARTÍNEZ
GALDEANO: “La propiedad privada de los bienes productivos cumple su razón de
ser natural cuando defiende o afirma con eficacia a la misma persona y a su
libertad”, sentencia que nos tienta – sin ceder – a una reflexión sobre las
ideas política y económicamente sensatas que todavía esperan en este siglo XXI [8].
Por creerlos
realizados y hasta consolidados, nos solemos debatir sobre los principios y
valores, tomándonos fácilmente por asalto la premodernidad hacia la que
retrocedemos. El documento pontificio ofrece una oportunidad para coincidir y
discrepar, en la inevitable tarea de reconstrucción del país que nos tocará.
NOTAS
[1] Lanzada el día 26 de marzo de 1967
(Pascua de Resurrección), disponible en: http://w2.vatican.va/content/paul-vi/es/encyclicals/documents/hf_p-vi_enc_26031967_populorum.html
[2] TOSO, Mario (S/f) “Globalización y Populorum
Progressio”, disponible en: http://www.caritas.es/imagesrepository/CapitulosPublicaciones/939/03%20-%20Globalizaci%C3%B3n%20y%20Populorum%20progressio.pdf
[3] Preguntaba LEBRET: “¿No era normal que
hubiese países proletarios, del mismo modo como en las naciones industriales
habían existido núcleos o estratos proletarios de población?”. Vid. LEBRET,Luis José (1969) “Desarrollo=Revolución solidaria”.
Desclée de Brouwer, Bilbao: 44.
[4] HERNÁNDEZ atina al observar: “La
estrategia de supervivencia del socialismo del siglo XXI está en manos de dos o
tres mediocres agencias de publicidad, no del Frente Francisco de Miranda ni
del buró político del Partido Comunista de Cuba. Quien recorra el dial de las
emisoras gubernamentales, la cadena de televisoras, la concatenación de
periódicos y el bloque de cuñas que saturan todos los medios constata que la
gran crisis es que el vacío satura las ideas, con el perdón de la
termodinámica”. Vid. HERNÁNDEZ, Ramón (2017) “Pensadores en extinción”,
El Nacional, Caracas, 18/03, disponible en: http://www.el-nacional.com/noticias/columnista/pensadores-extincion_85937.
[5] TOSO, M. Op. cit.: notas 1 y 2.
[6] S/a (2016) “Seniat se apoderó de carga de
medicamentos de Caritas de Venezuela”, El Nacional, Caracas, 23/11,
disponible en: http://www.el-nacional.com/noticias/sociedad/seniat-apodero-carga-medicamentos-caritas-venezuela_519.
[7] CIERCO, Eduardo (1967) “Concepto
de la propiedad y de la expropiación forzosa”, en: AA. VV. “Comentarios
de Cuadernos para el Diálogo a la Populorum Progressio”. Edicusa, Madrid: 31,
33, 39.
[8] MARTÍNEZ GALDEANO, Fernando (1967) “La
encíclica social de Paulo VI”, SIC, nr.
, disponible en: http://gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/SIC1967295_219-222.pdf. Esperando por una versión íntegra del texto, fundado en los cables
internacionales de noticias, en la misma semana de su publicación, CALDERA
saludó la carta encíclica considerando la justicia social internacional como
tema central, mientras que otros sectores llegaron a calificarla hasta de un
“marxismo recalentado”. Por momentos, con la muerte de Konrad Adenauer,
distrajo su atención sobre la encíclica. Vid. CALDERA, Rafael (1967) “La
nueva encíclica”, El Nacional, Caracas, 31/03; y CAÑIZÁLEZ Andrés (2007) “Las exigencias de la Populorum
Progressio”, SIC, nr. 694: http://gumilla.org/biblioteca/bases/biblo/texto/SIC2007694_175.pdf.- La tentación es la de versar
sobre las más razonables alternativas al socialismo (ultra) rentístico, como se plantearon muy a principios de la
década de los noventa de la pasada centuria, reapareciendo infructuosamente en
sus postrimerías. Convengamos que, si
bien es cierta la “profunda aprehensión hacia el liberalismo económico y
especialmente hacia sus excesos economicistas”, según indica AVELEDO COLL
respecto a CALDERA, no menos lo es que tardía y parcialmente aplicó algunas de
las medidas satanizadas por “neoliberales” en la etapa final de su segundo
gobierno, contrariando la prédica electoral. Cfr. AVELEDO COLL, Guillermo
(2016) “Caldera en la hora neolberal”, en: ARRAÍZ LUCCA, Rafael
[Compilador y prologuista] “Rafael Caldera: estadista y pacificador. Centenario
de su nacimiento”. Ediciones B – Fundación Konrad Adenauer – Universidad
Metropolitana, Caracas: 62.
21/03/2017:
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