El diálogo panadero
Nicomedes Febres
* Siempre me he preguntado cuanto de harina de trigo se consume en
la fabricación del pan normal y cuanto en la fabricación de dulces,
tortas y galletas, tanto en la industria como en la fabricación
artesanal porque uno ve con frecuencia que en las panaderías no hay pan,
pero los locales están a rebosar de postres hechos por ellos. Por
supuesto, la solución no está en decretar a qué hora se deben levantar
los dueños de la panadería o los obreros, ni cuanto pan debemos comer
los venezolanos y todo lo demás. Puedo hablar de la industria panadera
desde los tiempos de la Colonia cuando el ayuntamiento se reservaba el
monopolio de la molienda de la harina donde queda hoy Miraflores, que
era un sitio llamado la Trilla de Caracas; de la falsificación de la
harina en las casas donde fabricaban para la venta el pan, poco antes de
la Independencia y que fueron obligados a marcar como un becerro a cada
canilla de pan para hacer responsable al fabricante por la calidad del
producto. Pese a que tengo amigos panaderos, si hay una cosa que me
molesta de ellos y es que vendan chucherías extranjeras y no las
venezolanas, que son las que consumo por principio. Pienso que lo lógico
es colocar sobre la mesa de negociaciones el problema del pan,
incluyendo a los empresarios, a los artesanos y el Estado en beneficio
de los consumidores. Eso era lo que se hacía antes y nunca tuvimos
problemas de inflación o desabastecimiento. Pero que venga el turquito
de Aragua a carajear a los panaderos y decidir hasta la hora a que se
tienen que levantar, ni de vaina. Tanto el Estado como el sector
panadero deben tener sus propios estudios de factibilidad comercial y de
requerimientos industriales para negociar los márgenes de
comercialización y en santa paz resolver el asunto. Eso sí, sin
insultar a nadie. Lo terrible es que uno espere siempre el conflicto, o
que ya uno este predispuesto contra el gobierno; que uno piense y
presuma que el general trigo va a desviar a Colombia una parte de las
importaciones de harina de trigo para meterse unos reales, que otro lote
se va a regalar en Fuerte Tiuna, o simplemente todo sea para que los
inspectores de protección al consumidor puedan aumentar sus ingresos a
punta de la coima a los panaderos. El asunto del pan siempre es riesgoso
y su ausencia más todavía.
* Me negaba a escribir sobre el
peine puesto por maduro para irritar a los venezolanos con esa
imbecilidad de santa iris de los desamparados protectora de los pranes y
los malandros, pero esto de encontrar en una sola penitenciaria a 24
restos de presos enterrados me permite creerlo factible como una
práctica carcelaria usual. Hace un par de años, en una reunión por esos
barrios conversé con un tipo que tenía como 300 muertos encima y en
esa charla el tipo me habló de los muertos enterrados en los límites
foráneos de las barriadas populares, o sea cerro arriba. Por supuesto
que cuando uno anda por esos sitios, a donde no ingresa la policía sino
de cuando en cuando, uno oye cada historia espeluznante que sabe que son
ciertas. Así entiende el pago de vacuna en los barrios, la existencia
de pranes que brindan protección a los habitantes, la existencia de una
economía paralela dominada por el hampa, la necesidad de afiliarse a
bandas cuando se es joven, los impuestos a la cerveza y el ron para las
taguaras existentes en el copito de los cerros, que allí duplican su
precio. Por eso siempre pongo en duda las cifras oficiales de los
muertos por la violencia. Esa vida paralela en los estratos más pobres
hay que conocerla para entender muchas cosas. Ya cuando trabajaba en la
Maternidad Concepción Palacios sabía de esa existencia, que entonces era
mínima, por los niños que nacían al margen del sistema de salud
atendidos por comadronas en los barrios más pobres de Caracas. Quien
mejor lo narra es Miguel Otero Silva en la novela Cuando Quiero Llorar
no Lloro, y la vida de los tres Victorinos, donde Victorino Pérez es el
personaje representativo de lo que hablo.
Fuente:
https://www.facebook.com/nicfebres/posts/10211611346059978
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