viernes, 21 de octubre de 2016

¿Y III?

EL NACIONAL, Caracas, 21 de octubre de 2016
Dylan, entre la estandarización y la originalidad
Marcelino Bisbal

I
Hay otras preocupaciones
En una estupenda entrevista, que data del año 2000, que le hicieran al filósofo venezolano J.M. Briceño Guerrero y que fuera publicada por la Fundación Empresas Polar en el libro Venezuela siglo XX: visiones y testimonios, nos dice que en Venezuela nada se puede pensar sin tener en primer plano la agitación política del momento. Nos expresa también que sería útil para el país y su gente que se pudiera desviar la mirada para pensar y reflexionar sin que la política nos invada nuestra mentalidad, el sentimiento, incluso las relaciones sexuales de la gente…
La idea con esta crónica es pensar sobre otro asunto que nos importa, así como también nos preocupa el destino del país. Pero esta vez no nos vamos a referir al hecho político del momento, a los desafueros que cometen quienes gobiernan y ni siquiera al discurso salvaje del que se ha impregnado el país. Esta vez se trata de leer lo que ha ocurrido con el otorgamiento del Premio Nobel de Literatura 2016 a un cantautor estadounidense, a un trovador que ha tenido una gran influencia en el mundo del rock-folk. Su verdadero nombre Robert Allen Zimmerman. Sin embargo, lo conocemos desde hace ya un buen tiempo como Bob Dylan. Nombre este que Robert asumió en homenaje al poeta Dylan Thomas de quien llego a decir que fue una gran influencia en sus formas poéticas de construir las letras y la estructura rítmica que le imprime a su poesía a través de la música que las adorna. Así, se ha dicho de Dylan que es “uno de los grandes rimadores de lengua inglesa”. Quizás por ello es que la Academia Sueca haya dejado escrito en su veredicto que Bob Dylan “ha creado una nueva expresión poética dentro de la gran tradición americana de la canción”. Es que las letras de sus canciones están muy marcadas por cantautores de la talla de Woody Guthrie –su gran ídolo musical según ha manifestado– y por la poesía de los surrealistas franceses y muy especialmente de un Arthur Rimbaud. De esa mezcla, que llamaremos híbrida, surge una música rítmica donde la prosa, que es el núcleo central, se impone con tal fuerza expresiva que ha hecho que la secretaría permanente de la Academia, en entrevista a la página web de la Fundación del Nobel en Oslo, dijera que
“la obra de Dylan es un ejemplo extraordinario de su forma brillante de rimar, de juntar estribillos y de su estilo brillante de pensamiento… escribe una poesía para el oído, que debe ser declamada… Tiene un don extremo de la rima. Es un sampler literario que convoca la gran tradición y puede combinar en forma absolutamente novedosa músicas de distintos géneros”. En la nota biográfica, aparecida en la misma web, remata diciéndonos que “Dylan tiene el estatus de un ícono”.
Bob Dylan es todo un ídolo e intérprete poéticamente lúcido de la música popular norteamericana; culturalmente mundializado; convertido en un símbolo de la contracultura de los años sesenta y setenta; visto además como una figura contestataria sin abandonar el entramado estético, poético, sociológico y psicológico que ha caracterizado a sus mejores composiciones. En tal sentido debemos de mencionar a Masters of war (Los maestros de la guerra), A hard rain´s a gonna fall (Dura lluvia va a caer), Like a rolling stone (Como una piedra rodante), Blowin in the wind (Soplando en el viento) , Mr. Tambourine man (El señor de la pandereta)… El hecho concreto hoy es que Bob Dylan es el primer músico en obtener un Nobel de Literatura.
II
Entre lo culto, lo popular y lo masivo
El premio Nobel a Bob Dylan reabre, otra vez, la discusión sobre la idea de cultura expresada o representada en tres instancias: lo culto, lo popular y lo masivo. Sobre el tema se ha escrito mucho, pero los desacuerdos son más que los acuerdos. Allí están los trabajos de Thomas Stearns Eliot (poeta, dramaturgo y crítico literario) en perspectiva elitista, o el conocido texto de Guy Debord (filósofo, escritor y cineasta) sobre la sociedad del espectáculo (1967) donde nos refiere la idea de que la cultura está siendo mercantilizada, o el libro de Gilles Lipovetsky (sociólogo y filósofo) y Jean Serroy (escritor, crítico de cine y especialista en literatura medieval): La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada (2010) donde confrontan la cultura de masas determinada por las modernas industrias culturales y la cultura culta como expresión de lo clásico. Desde América Latina están los trabajos originales de Néstor García Canclini (antropólogo y critico cultural) con su célebre libro Culturas híbridas (1990) y los de Jesús Martín-Barbero (filósofo, semiólogo y especialista en medios) con el libro De los medios a las mediaciones (1987). Recientemente, el escritor Mario Vargas Llosa nos sorprendió, ya no con una novela, sino con un libro de ensayos titulado La civilización del espectáculo (2012) donde nos ofrece una severa crítica a la cultura masificada de estos tiempos, una cultura muy influenciada por los medios y un periodismo complaciente en el que la cultura adquiere el apellido de light que persigue un solo fin: entretener y divertir sin mucho esfuerzo intelectual. Hay otros textos, pero dejémoslo hasta aquí.
La polémica ya había sido abierta por la misma Academia Sueca, cuando en el 2015 le otorgaba el Nobel de Literatura a la periodista Svetlana Alexiyévich. Primera vez que el periodismo se hacía acreedor de un Nobel.
A su modo, el tema sobre qué es cultura y donde debe ella estar depositada, quedaba en entredicho. Walter Benjamin es quizás, a mi manera de ver, el teórico más agudo que dejó claro por dónde se encaminaba la moderna cultura a propósito de la aparición de las técnicas que posibilitan la reproducción de la obra de arte en el sentido de expresar lo que una vez afirmara el colombiano Plinio Apuleyo Mendoza en referencia al periodismo, cuando dijo:
“No necesariamente el arte exige recintos sagrados. Puede también alojarse de pronto en un lugar modesto: por ejemplo en un género periodístico, aún el más banal –nota, crónica o reportaje– del mismo modo que una perla en una ostra”.
Desde hace un buen tiempo se viene haciendo una revisión sobre el tema. Otra vez es el momento, a propósito de este Nobel de Literatura, de revisar si se puede mantener el concepto de cultura y de prácticas culturales en estancos cerrados. El premio otorgado al cantautor norteamericano lo que hace es rechazar la estratificación jerárquica entre alta cultura o cultura superior y valorar las estéticas cotidianas de la gente. Nos lo expresaba muy lúcidamente la chilena Nelly Richard cuando nos aclara que
“uno de los primeros impulsos anti-académicos de los estudios culturales consistirá en discutir la distinción jerárquica entre cultura alta y cultura popular, en borrar el privilegio autocrático de la cultura superior (letrada) y en relegitimar la cultura baja como escenario de resignificaciones sociales y de transgresiones estéticas”.
La cultura del presente, confrontada con la cultura del pasado, está hecha de cruces, de mezclas, de fusiones. Hoy se da lo que Monsiváis llama las migraciones culturales producto no solo del traspaso migratorio de los ciudadanos en tiempos de globalización, sino que también hay migraciones culturales transmitidas por la tecnología que arranca con el cine, la radio, la televisión…y ahora el Internet. Es la complejidad cultural de las sociedades primero industriales y ahora postindustriales.
Desde esas migraciones culturales se producen nuevas sensibilidades, nuevos modos de percepción. Es lo que, otra vez, Benjamin llamó el nuevo sensorium que irrumpe para hacer que la gente “de retrógrada frente a Picasso se transforma en progresista frente a un Chaplin”. Lo que ha venido ocurriendo, se seguirá dando con mayor fuerza, son nuevas experiencias estético-sociales.
Los miembros de la Academia Sueca, con este nuevo Nobel de Literatura, al romper con los cánones tradicionales de privilegiar la tradición literaria con su lenguaje y corpus que conforma un universo autosuficiente, lo que han hecho es entender las transformaciones no solo perceptivas que se han dado y se siguen dando, sino que han interpretado que los actos de consumo que hoy se nos escurren y se escapan de los patrones tradicionales son tan válidos –hablando culturalmente– como aquellos que se dan en el recogimiento al que convoca la percepción clásica.
IV
Otra vez nuestra realidad
Pero no podemos hacer una ruptura tajante con nuestra realidad. El acontecer político del país, que se nos ofrece des-ordenado por el conjunto de acciones formuladas y puestas en práctica nos convocan a estar atentos. No podemos dejar de lado las decisiones del Tribunal Supremo de Justicia y sus fallos a toda luz inconstitucionales; no debemos olvidar las decisiones del Consejo Nacional Electoral y sus malabarismos para explicar lo que es inexplicable; hay que repudiar el leguaje gubernamental, que más que convocar al dialogo y a la paz, llama a la guerra; debemos estar conscientes de las distintas agresiones que sufre el país, pero no por supuestos enemigos externos, sino por el poder y su política totalizante que todo lo quiere abarcar…
En tal sentido es bueno decirle al gobierno y al grupo que lo representa aquello que cantara Bob Dylan hace ya un buen tiempo con “The Times They Are A-Changin”, y que sigue teniendo vigencia ante todo este clima que vivimos: “Escuchadme, gentes, prestadme atención. Dondequiera que estéis…Habréis notado ya, que el agua os está llegando hasta el cuello. Si es que realmente os dais cuenta de que está subiendo. Y os creéis que el tiempo os salvará. Será mejor que aprendáis a nadar, pues los tiempos van a cambiar”.
Qué bien nos lo expresaba el mexicano Carlos Monsiváis cuando nos dijo que “A los poetas se les reconoce su genio para hacer del lenguaje una profecía en sí misma…”. 

Fuente:
http://www.el-nacional.com/opinion/Dylan-estandarizacion-originalidad_0_943105736.html
Fotografía: https://eraseunavezelcine.wordpress.com/2012/05/05/biopics-de-cine-6-im-not-there/

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