domingo, 30 de octubre de 2016

FACHADA DE FACHADAS

Nuestra Asamblea
Federico Vegas

¿Cuál ha sido la edificación más revolucionaria en la historia de Caracas?
¿Cuál ha sido la que por más tiempo ha cumplido la misma función?
¿Cuál es la más necesaria en este momento histórico?
Pueden haber distintas respuestas a cada una de estas preguntas, pero hay una sola que contesta con acierto las tres: el Palacio Legislativo, sede de la Asamblea Nacional.
¿Por qué su arquitectura fue tan innovadora en su tiempo, y, a la vez, tan adecuada para dar albergue y continuidad a una asamblea a través de siglo y medio de dictaduras y democracias?
¿Qué celebra y propicia este edificio?
La celebración de nuestra democracia
Los grandes palacios de Florencia semejan fortalezas con sus altas fachadas de piedra y pequeñas puertas y ventanas. Los Palacios de Venecia son enormes vitrinas con arcadas abiertas donde ricos mercaderes se sentían seguros y dichosos de exhibirse.

Estas diferencias de estilo fueron consecuencia de una situación política. Florencia vivió siglos de luchas internas: disputas entre Gibelinos y Güelfos, enfrentamientos entre la aristocracia y la nueva élite mercantil, rivalidades entre los Albizzi y los Médici, más los delirios religiosos de Fray Jerónimo Savonarola.
En cambio Venecia tuvo la suerte de consolidar una república más estable, donde los problemas internos se resolvían con una suerte de democracia para evitar tanto las rivalidades como una excesiva concentración de poder.
¿Cómo nuestra historia política ha asumido a nuestro llamado “Palacio Legislativo”?
Fue iniciado en 1872 por Antonio Guzmán Blanco, llamado el “déspota ilustrado”. Uno de los sueños despóticos e ilustrados de Guzmán era crear, para su gloria personal, un capitolio a imagen y semejanza de las grandes repúblicas. Los medios eran escasos y al principio los tres poderes compartían los espacios del modesto palacio, pero no les resultaría fácil convivir teniendo necesidades tan distintas, y pronto el Poder Ejecutivo y el Poder Judicial se marcharon dejando al Legislativo disfrutar de toda la edificación.
Es comprensible que se marcharan el presidente con los jueces y se quedaran los asambleístas. La naturaleza del lugar, con sus aperturas generosas a la ciudad y al cielo, la hace apropiada para una actividad más cívica y compartida entre iguales. Su configuración invita al encuentro y la discusión abierta, pero no va bien con los secretos y argucias de quienes ejercen el poder y emiten sentencias, instancias que requieren de resguardo y fuertes medidas de seguridad. Y ya vimos el domingo, 24 de octubre, lo fácil que es traspasar las amplias y francas puertas de la Asamblea.

No existe un espacio donde se congreguen tantos servidores públicos elegidos por el pueblo y al servicio de todo el país. El presidente es uno solo; los gobernadores y alcaldes se deben a sus regiones; a los jueces los elige la Asamblea, pero pueden tornarse contra ella, como hoy lo demuestran pruebas estruendosas e incesantes. La Asamblea también elige a los rectores del Poder Electoral, hoy al servicio de la permanencia del Poder Ejecutivo.
Este recuento nos señala que el cuerpo constituido con la mayor cantidad de venezolanos elegidos por el pueblo es nuestra Asamblea, y, por consiguiente constituye el ente más genuinamente democrático. A esto se añade que sea la institución más recientemente elegida, lo que tiene una doble significación ahora que estamos bajo la amenaza de no celebrar elecciones por mucho tiempo.
La celebración de lo civil
Ya hemos hablado en otro ensayo (http://prodavinci.com/blogs/quince-anos-por-60-segundos-por-federico-vegas) sobre las dificultades que ha tenido la palabra civil en el castellano. Provenía de una palabra latina, civilis, que significaba “perteneciente a la ciudad o a los ciudadanos”, pero en la evolución de nuestro idioma empezó a significar “Ruin, mezquino”. La razón de semejante descenso es que lo civil se oponía estructuralmente a lo militar, y el poder militar era entonces la fuerza predominante. En Francia, Italia y Cataluña, donde los ciudadanos contaban con mejores instituciones, la palabra civil conservó su significado latino, al que se fue agregando “sociable, urbano, atento”.
Le tomó tiempo a lo civil ganar terreno en España e Hispanoamérica, y aún hoy ese significado de ruin y mezquino aparece en la séptima acepción del diccionario de la Real Academia, como amenazando con regresar al primer lugar.
Hace años, el entonces ministro Miquilena se preguntaba:
—¿Sociedad civil, con qué se come eso?
Nos estaba asomando a una amenaza que ahora se ha cumplido: en Venezuela el poder no reposa en la sociedad ni en las instituciones civiles, sino en la fuerza militar y los representantes civiles encargados de servirles.
La tercera acepción de civil en el diccionario habla de aquello “que no es militar ni eclesiástico”. Nuestro Palacio Legislativo, por su misma escala y disposición, radicalmente distintas a las de una fortaleza o una iglesia, se presta a las actividades civiles. Desde el momento en que se entra a la edificación sentimos que está dedicada a las tareas propias del ciudadano. Los uniformes y las armas, las togas negras y los birretes, no tendrían sentido en sus corredores ni en los jardines de su gran patio.
La celebración de nuestra casa tradicional
Esos capitolios grandiosos pueden ser contraproducentes. No siempre conviene que sobre espacio, pues se presta a la acumulación y la estupidez. La sede de nuestra Asamblea es modesta si hablamos de palacios, pero sus proporciones son generosas si la consideramos como una casa.
No creo que entre los propósitos del déspota ilustrado y sus arquitectos estuviera realizar una interpretación de la casa caraqueña tradicional. Debe haber sido más bien una referencia inevitable de un modelo que ya tenía varios siglos funcionando.

La tipología de casa urbana que heredamos de la colonia fue muy exitosa, de aquí su perdurabilidad. Sigue siendo una solución válida, fresca, acogedora y muy urbana. Su planta de espacios organizados alrededor de un patio viene a ser un microcosmos de la ciudad. Lo que para la casa era el patio para la ciudad era la plaza.
En los años cincuenta este sabio modelo fue abandonado y de la casa con patio se pasó, en una sola generación, a mitificar el modelo anglosajón de la quinta con jardín. Son modelos antagónicos. Uno tiene sus espacios abiertos al aire y la luz en el centro y está concebido para integrarse y formar cuadras; el otro tiene sus espacios abiertos en la periferia y está concebido para estar separado. De la casa como instrumento de integración se pasó a la casa como un medio de disgregación.

Lo cierto es que Guzmán Blanco nos dejó en herencia una extraordinaria interpretación del hogar caraqueño tradicional. Sus arquitectos ampliaron los patios y corredores de la intimidad familiar y los convirtieron en espacios propicios para que los diputados se encontraran y argumentaran sobre el destino de la nación.
El llamado Palacio de Miraflores, construido unos veinte años más tarde por Joaquín Crespo, y sede de la Presidencia de la República a partir de Cipriano Castro, ejemplifica la tipología de una quinta con jardín, montada y resguardada en una colina y separada de la trama urbana.

Leon Battista Alberti explicó en tiempos del Renacimiento cuál debe ser la relación entre la arquitectura y el urbanismo: “La ciudad es una gran casa, y la casa, a su vez, una pequeña ciudad”. Tenemos la suerte de tener en el centro fundacional de Caracas una gran casa convertida en una pequeña ciudad.
La celebración de nuestra ciudad
La Caracas de la colonia había quedado devastada con las guerras de independencia. En 1870 todavía se veían las ruinas que había dejado el terremoto de 1812 y la ciudad aún no alcanzaba los 50.000 habitantes que tenía el 19 de abril de 1810.
Después de un letargo de medio siglo había llegado el momento de dejar atrás la ciudad colonial y crear la capital de una joven y aturdida república. En la gesta que inicia Guzmán a partir de 1870, la ciudad va a ser la máxima expresión de su pensamiento político. Cada una de sus obras refleja su visión sobre un tema: el parque El Calvario señala cuál debe ser la relación entre la naturaleza y lo urbano; la plaza Mayor pasó de ser un mercado a convertirse en un jardín donde se rinde culto a Bolívar; el acueducto de Macarao y la creación de un nuevo cementerio al sur de la ciudad demuestran la importancia de la salud pública. La relación entre lo que crea Guzmán y los limitados medios de que dispone es impresionante, sobre todo por lo mucho que nos está diciendo, proponiendo, orientando, augurando.

Muchos de los nuevos edificios consisten en fachadas neoclásicas superpuestas a construcciones que ya existen y se les da nuevos usos. Más tajante es su estrategia de derribar templos y conventos para dotar a la ciudad de edificaciones civiles. Para Guzmán, la ciudad colonial estaba dominada por lo sacro y le había llegado la oportunidad a lo cívico. El caso más notable va a ser el Palacio Legislativo, construido en una cuadra donde antes había un institución religiosa.
Fue un evento y un escándalo cuando las Reverendas Madres de la Inmaculada Concepción fueron obligadas a desalojar su convento, muchas de ellas damas de sociedad que se habían recluido por sus virtudes o por sus pecados. Nada más exclusivo que un convento de clausura y más inclusivo que una asamblea. El término “exclusivo” lo hemos convertido en una cualidad cuando implica excluir. Yo prefiero los espacios incluyentes, como los mercados y las plazas.
La manera en que el Capitolio se implantó donde antes estaba el convento fue para los caraqueños una sorpresa mayor que el desalojo de las reverendas. Hasta entonces las edificaciones se ajustaban a los límites de la cuadra creando un sistema de muros continuos con portales y ventanas, pero ahora el edificio se retiraba con entrantes que regalaban jardines a la calle. El damero dejaba de ser una camisa de fuerza y los edificios podían generar en su perímetro bulevares, nuevas experiencias urbanas. La noción de espacio público ya no se limitaría a las plazas.

Cuando Ricardo Razetti realiza su plano de Caracas en 1897, ya Guzmán Blanco había sido derrocado y vivía en el París de sus sueños y principales referencias, pero Caracas sigue siendo la ciudad que él había reinterpretado. En este plano podemos ver el impacto del Capitolio, su esplendida oferta a los que están dentro y fuera del edificio.
Los arquitectos que trabajaron con Guzmán van a estar sometidos a mucha presión. Luciano Urdaneta y Hurtado Manrique deberán manejar diversas técnicas, desde elementos metálicos prefabricados hasta muros de adobe. Otra exigencia era la prisa. La parte sur, donde están los espacios para las sesiones de la Asamblea, se construyó en menos de cinco meses, un tiempo récord para entonces e imposible de lograr hoy en día.
El espacio que más me asombra y disfruto es el patio central. Su misma proporción, mayor a la usual en las casas de entonces y de ahora, debe haber asombrado a los caraqueños del siglo XIX tanto como hoy a los del siglo XXI. Una de las fotos que tomé en mi última visita podría ser de las playas de Morrocoy o de un bosque en Barlovento. Es hermoso y emocionante encontrar en el corazón del recinto un homenaje a nuestra naturaleza.

El patio fue un descubrimiento tan fundamental como la rueda. Permitía en las enormes extensiones del campo crear una suerte de pequeño espacio urbano y en la ciudad dar presencia al verde en los hogares. En Caracas se ha convertido en una especie en extinción. La familia venezolana que dependió del patio para vivir y congregarse, ha logrado eliminarlo en pocas décadas. Esta nueva condición, con implicaciones creo que antropológicas, me lleva a pensar que uno de los mayores aportes de nuestro pequeño palacio y gran casa sea ese gran patio que es también una pequeña plaza. Los niños que lo visitan se sienten desconcertados al principio y muy felices minutos después.
La celebración de nuestra alma republicana
No hay sede de gobierno con más historia que la casa de nuestra Asamblea Nacional, ni con más presencia en la memoria colectiva. Todos sabemos donde está y cómo funciona.
El Palacio de Miraflores, en cambio, es cursi y estrambótico; la sede de los jueces está disgregada en varios lugares; las rectoras electorales se reúnen en no sé que pisos del Centro Simón Bolívar.
Aparte de la ubicación de estos poderes, está la imagen que surge al preguntarnos cómo diablos funcionan. Del presidente y sus ministros hemos visto alguna vez una larga mesa; de los rectores solo un rostro cansado frente a un micrófono; de los jueces bastante menos, algo en su misma naturaleza los hace remotos y ocultos.
Los congresistas, en cambio, son actores continuamente expuestos y acosados por cámaras y micrófonos al estilo del programa “Gran hermano”.

Hace pocos días visité por primera vez el salón de sesiones y me impresionó su escala. Me sentí como cuando visité el colegio donde estudié primaria y todo lucía más pequeño. Otra referencia que vino a mi mente fue el corral de la comedia en Almagro, y ciertamente se han dado interesantes comedias en nuestra Asamblea. Pero también tragedias. El asalto al congreso de 1848 que provocó ocho asesinatos no ocurrió en el actual Palacio Legislativo, pero el aura de esos hechos sí se siente, especialmente después de este domingo, cuando fue asaltado por una turba. No es casualidad que en 1848, tal como ahora, se estaba considerando enjuiciar al presidente de la república.
De nuevo con la acuciosidad de un episodio de “Gran Hermano”, vimos largas y exhaustivos videos de los asaltantes, sus paroxismos y muecas mientras esperaban a que milagrosamente los viniera a reconducir, esta vez hacia la salida, el alcalde Jorge Rodríguez.
El dantesco zafarrancho fue positivo. La escena toda solivianta la viva presencia que la Asamblea tiene en nuestra psique. Sabemos bien dónde están nuestros diputados, cómo actúan, a qué presiones y riesgos están sometidos, la valentía y sacrificios que su vocación les exige, y esa misma observación obsesiva nos hace partícipes, protagonistas y dolientes de lo que está en juego. En este pertenecer y estar presente reside la esencia y el sentido de la democracia.
Es paradójico que un lugar tan importante no esté protegido y que sus entradas, insisto, sean tan francas e invitantes. No existe una edificación pública más transparente. Podemos ver a través de sus puertas y su patio desde la calle este hasta la calle oeste. ¿Qué sentido tiene entonces que la mayor y más variada concentración de elegidos se encuentre en un lugar tan abierto, tan frágil? La respuesta es que allí está el alma de nuestra democracia y el alma nunca debe estar acorazada ni escondida.
Más temprano que tarde toda nación comprende que debe proteger su alma, el espejo donde todos necesitamos reflejarnos. La fuerza con que sintamos este deber y este derecho es en definitiva la única garantía de su permanencia.

Fuente:
http://prodavinci.com/blogs/nuestra-asamblea-por-federico-vegas/
Gráficas en orden sucesivo:
* Vista aérea.
* Izquierda: Palazzo della Signoria, Florencia; derecha: Palazzo Ducale, Venecia.
* Entrada Este del Palacio Legislativo.
* Izquierda: Palacio legislativo en la Habana; derecha: Palacio de la legislatura en Buenos Aires.
* Izquierda: Casa de patio; derecha: Quinta con jardín.
* Vista del Palacio de Miraflores en 1909.
* Palacio Legislativo en Caracas. Patio interior.
* Fachada norte.
* Fachada sur.
* Plano de Caracas por Ricardo Razetti, 1897.
* Chaguaramos en el patio. Fotografía de Federico Vegas.

Breve nota LB: Magnífico texto que nos permite recordar que, a finales de septiembre del presente año, le propusimos al historiador Sócrates Ramírez (Asamblea Nacional), realizar un foro sobre la sede legislativa, sugiriéndole ls nombres de Hannia Gómez, María Sigillo y Nicomedes Febres. La idea surgió a raíz de una reproducción de una de las fachadas del Capitolio bañada por consignas subversivas, en 1968 que no distan de las actuales agresiones a la edificación. La fecha del evento (un coloquio), fue postergada por un viaje de Hannia. No hemos recibido noticias sobre el evento, aunque resulta obvio que las actuales circunstancias impiden el normal desarrollo de las actividades.

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