martes, 27 de julio de 2010
tonos de travesía
EL NACIONAL - Sábado 17 de Julio de 2010 Papel Literario/4
El cuerpo y el estupor
VÍCTOR BRAVO
En la poesía de Álvarez el árbol se prolonga en el yo al igual que en la poética montejiana STCK.XCHNG
La poesía de María Auxiliador a Álvarez (1956) irrumpe en 1985 con un libro ya emblemático, Cuerpo, que alcanzaba su expresión en el clima de una época donde la poesía venezolana era centro de confluencia de reflexividad y belleza.
Confluencia de una poesía que brota del cuerpo femenino para, desde allí, revelar las inflexiones del cuerpo como lenguaje y el lenguaje como cuerpo; en correspondencias con poemarios fundamentales como Hago la muerte (1987), de Maritza Jiménez, donde concurren el cuerpo femenino abierto, en la herida del parto y en la arista del dolor; en poemarios como De mí lo oscuro (1987), de Patricia Guzmán, en el que hace un profundo reconocimiento del otro a través de lo amoroso; en Restos de viaje (1979) o Épica mínima, (1996) de Márgara Russotto, donde el decir poético desde la condición femenina expande como un manto la sensibilidad sobre el mundo: en una intensa fidelidad a la poesía, desde Cuerpo hasta Paréntesis del estupor (2009), etapas de la poesía reunida por Monte Ávila, bajo el título Lugar de pasaje, y por Editorial Candaya en Las nadas y las noches, antologías de 2009, la obra poética de María Auxiliadora Álvarez, en once títulos, es un profundo viaje del yo por los mundos subjetivos y por el reconocimiento y la resignificación del cuerpo, hasta la salida de sí en el encuentro con el otro y con el mundo por medio de una sensibilidad luminosa y frágil.
El cuerpo intervenido, tocado por las aristas del dolor, caído sobre sí mismo, diluido en lo ominoso de la sangre, se abre en sus más estremecidos pasajes hacia el mundo: el pasaje de la herida, que "se extiende en los bordes, no en el centro", que es "un animal vivo", que "se desplaza sobre sí misma"; la herida que, como se dice magistralmente en un poema de Paréntesis del estupor, "nacida para el encierro de lo abierto". Pasaje desde el dolor, acaso la más alta significación de lo corporal. Pasaje e intensidad que afirma lo que se prolonga en el yo: lo amoroso del hijo, de la madre, del padre; y, en mirada hacia el horizonte, el árbol, como en la poesía de Montejo; y prolongándose desde el árbol al cielo, el pájaro, como en la poesía de Gerbasi.
Desde la sensibilidad de lo amoroso la poeta podrá decir, haciendo de la reconstrucción de la sintaxis una forma esencial del decir poético: "Mi ella; mi él"; podrá expresarse en un hermoso poema de amor y decir: "Di tu nombre suavemente sobre el mío // de modo que mi nombre se vaya borrando / bajo el tuyo /y tu voz / sea el único / sonido de existir". En esta afirmación el pájaro podrá construir "el ideograma de la poesía" y el poema convertirse en la necesidad esencial de Dios, en la más antigua de las intuiciones poéticas que es la identificación de lo estético y lo divino.
Afirmación y pérdida: si el poeta trae los signos de lo que es consustancial con el yo, también trae recados de lo que se desprende de nosotros, como la más contundente paradoja de la vida, para darnos de bruces con la soledad. Así preguntará el poeta: "¿A dónde fue mi río de agua dulce? ¿A dónde mi amanecer?;" así, comprende que la mirada que "la muerte barre lo escrito/seca lo húmedo/ entibia lo frio". La poesía, de este modo, nos da la plenitud y la conciencia de la pérdida, los cielos y el infierno, "las nadas y las noches". Un verso parece describir a la perfección el sentimiento humano, demasiado humano, de la soledad, ante lo entrañable que se desprende y nos deja en la respiración creciente de la herida abierta: "Nosotros en la punta de lo lejos".
San Agustín nos ha dicho: "Cuando San Pablo vio la nada entonces vio a Dios". Quizás el pasaje de la herida, quizás el silencioso desprendimiento, la implacable y recurrente pérdida que es el vivir sea tránsito hacia alguna condición esencial de la existencia. Así dirá el poema: "Todo lo que quiero decirte hijo Es que atravieses el sufrimiento / Si llegas a su orilla si su orilla te llega Entra en su noche y déjate hundir // Todo lo que quiero decirte hijo Es que del otro lado del sufrimiento hay otra orilla".
La noche, como el poema, así lo intuyeron los románticos, albergan en su vientre la plenitud y la nada; la poesía es la lámpara de Diógenes que ilumina y permite la travesía entre los muros de la trascendencia y los desfiladeros del abismo; travesía que parece ser la de la poesía de María Auxiliadora Álvarez.
Ilustración:
http://leiter.files.wordpress.com/2009/06/pablopalazuelootonos3.jpg
Etiquetas:
María Auxiliadora Alvarez,
Pablo Palazuelo,
Víctor Bravo
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