lunes, 26 de julio de 2010

fascismo que rueda también en el túnel


De la anomia e inducción fascista
Luis Barragán


Insistamos en el asunto, lo más didácticamente posible, recordando – por ejemplo - la necesidad de acceder a una taquilla agolpada, fustigada por numerosas personas también hastiadas. La regla suele consistir en un acceso ordenado, paciente y pacífico que – paradójicamente – conceda a todos la oportunidad de ganar tiempo (despacio para llegar más rápido). Sin embargo, la consabida alineación de los demandantes puede sufrir y sufre alteraciones, rompiendo o acabando con la norma (anomia).

Ocurre que la ruptura puede ser positiva, constructiva o progresiva, en el caso del espacio físico que obligue a la distribución de cupones o tickets numerados, por orden de llegada y hasta discapacidad de algunas personas. Por más revuelta que parezca la escena, cada quien se ubicará como mejor le parece, calculando – además – el tiempo para realizar otras diligencias menores, con el único deber de atender al llamado de un taquillero más holgado, sereno y confiado.

Y – también – el rompimiento puede ser negativo, destructivo o regresivo, al imponerse el más habilidoso e, incluso, físicamente fuerte, ocupando una posición que no le corresponde con el literal atropello del otro legítimo ocupante. Y nos referimos a los venezolanísimos coleados que, de alguna década para acá, no sólo emblematizan nuestras actividades más cotidianas, sino representan una clara e incontrovertible tendencia de la sociedad – valga el dato - ultrarrentista que somos.

Tendencia que deja atrás la anecdóctica lección sociológica de bachillerato, para abrir las fauces de un fenómeno que ha estructurado lenta, pero seguramente, el fascismo en Venezuela. Vale decir, la anomia negativa nos lleva a una diaria batalla campal en los espacios públicos donde el Estado exhibe todas sus heridas, en una sociedad que es de supervivientes, resultado ya agudizado de un socialismo – precisamente y no por azar – campamental.

LA GASOLINA ANOMICA
Bastará con citar el caso de los motorizados de las ciudades, pueblos y caseríos de todo el país que, sin saberlo, encarnan una opción política y reclaman una modalidad que no es la de una justa convivencia social. Y es que, con las excepciones de rigor, son los agentes por excelencia de una desocialización que pretende legitimar y legitima – en última instancia – la de un relacionamiento exclusivo con el Estado, susceptible de la militarización más descarada..

Por una parte, dibujando las incapacidades del Estado que ya parece sintetizarse en un aparato armado de simulación estatal, constituye un derecho adquirido el radical incumplimiento de todas las reglas de circulación, violentando las leyes que – junto al celebérrimo Manual de Carreño – tienen una mayor y esencial duración que cualquier Constitución de la República. Huelgan los comentarios al respecto, pero importa resaltar que ni el flechado tan sensato y previsivo, como el resto de las señales y disposiciones públicas, se mantienen en pie por las sobrevenidas y cambiantes reglas tajantemente impuestas por la fuerza, propensas – obviamente – a degenerar en otras peores.

Por otra parte, entendemos que tamaño fenómeno de anomia negativa es toda una inédita política del artefacto armado de simulación estatal en el que se ha convertido el Estado, ya que – de un lado – tiene por origen la curiosa concepción e implementación de las llamadas redes de inteligencia social que autorizó y autoriza a cualquier agente, uniformado o no, importando poco su identificación, a abusar de sus pretendidas prerrogativas para imperar, confundiéndose con el delincuente ordinario que ahorra sus agresiones frente al joven fiscal de tránsito terrestre, pitador indefenso de las calles y avenidas que lucha por sobrevivir. Y – del otro lado – revelando una necesidad estructural del régimen, al juntarse el hambre con las ganas de comer, sintoniza con la nada inocente y masiva importación de motocicletas, en la era del control de cambio, con la inmensa demanda laboral de quienes no tienen siquiera ocasión de un inicial entrenamiento laboral, excepto en las casas de bingos y casinos, tan diferente como ocurría antes con el INCE o el sistema bancario y su captación o reclutamiento de mano de obra juvenil.

FASCISMO
Luego, acotemos la inmensa gravedad de legitimar la violencia, porque el ritmo diario de las agresiones físicas a la integridad de las personas y de sus bienes ha aumentado exponencialmente. Ya no se trata de la real invasión de los espacios públicos para la instalación arbitraria de las tiendas o del escaso o ningún adiestramiento que los caracteriza para el transporte inmediato de las personas, sino de las reacciones provocadas en ese increíble circuito de supervivientes en los que nos hemos convertido.

Nada gratuitas son esas reacciones, porque parecen responder a un libreto macabro: digamos del motorizado que frecuentemente incurre en una mortal falta y concita el apoyo espontáneo de sus colegas, proclives al inmediato linchamiento de quien es – verazmente – víctima de las acrobacias imprudentes; o de la desesperada defensa que pudiera ensayar la víctima, ya dispuesta a emplear un arma de fuego contra los agresores. Tratamos del desprecio a la vida del conductor que instala sobre dos ruedas a toda una familia, o –ganado por el estereotipo que le sirve de explicación a su mesocrática decadencia – del que hace de sus cuatro ruedas, un arcabuz desesperado.

Solemos recordarles toda la progenitura al motorizado abusador, acreedor de los miedos que acumulamos, propensos a intercambiar los golpes de rigor con la pérdida de una perspectiva, la del arma de fuego que puede asomarse súbitamente. Y, para más señas, dado el insólito empobrecimiento insólito de nuestra cultura política, responder con el argumento que se tiene más a la mano por razones de condición social, raza y hasta sexo.

Finalmente, por más emprendedor que sea el motorizado creador de una cooperativa, con deseos de trabajar un ramo de los servicios que – en otras circunstancias – lo premiaría con un perfeccionamiento gerencial, como lo sospechamos de algunos que se preocupan hasta del uniforme de faena, lo cierto es que forma parte del gigantesco lumpemproletariado, fundamento de toda experiencia fascista. Y es que, como lo observamos personalmente, aún sin saberlo y quererlo, el agente de la peste anómica sirve a un proyecto de poder del que es completamente ajeno: tratamos del motorizado que va cargado con un bebé y su madre, evadiendo el semáforo para caer por una estúpida maniobra de viveza; el conductor del vehículo de transporte público que jamás lo rozó siquiera, con derecho de pasar, se detuvo por razones humanitarias a auxiliarlos; llegaron los restantes motorizados para agredirlo, mientras los ocupantes de la camioneta protestaron ante el abuso, temiendo involucrarse en algo muy serio; los fiscales que se hallaban en el lugar, dijeron no haber visto nada, demostrando cierta voluntad de arreglar las cosas a cambio de algún favor; no supimos de la suerte del niño, llevado por un taxista renuente con prontitud; y, al fin, el motorizado recibió un dinero y cabalgo hasta perderse de vista, mientras el otro transportista lamentó haber perdido la mañana de trabajo, colmado de insultos para atascar la avenida.


COLETILLA: En el fondo, el Comandante-Presidente nos promete comer piedras envíe o no la gota de petróleo a Estados Unidos, como soberana y unilateralmente suele decidir el destino de los venezolanos. Explica nuestra vida común en el túnel de un gigantesco barril, cultores del rentismo que nos agobia, ahora como negocio de guerra.

Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/5227-de-la-anomia-e-induccion-fascista
Ilustración:
Eneko, Economía Hoy, Caracas: 28/07/1990

No hay comentarios:

Publicar un comentario