Nostalgia por el triciclo
Luis Barragán
De hacer caso a los psicoanalistas, debemos revertir radical, decidida y prontamente la situación de la niñez venezolana. Aquello de toda la vida adulta convertida en un perenne tributo a la infancia, debe prender las alarmas.
Ya no se ven triciclos en el país, por cierto, recordando el nuestro de tiempos ya remotos. Los hubo en las familias aún más empobrecidas, incluso, artesanales gracias al ingenio de los adultos de la casa.
Sencillamente, no hay juguetes, por las razones (macro) económicas que se digan, ni siquiera un palo de escoba para las clásicas chapitas, trompos, metras, perinolas, pelotas de goma y, menos, aquellos artefactos más sofisticados, eléctricos y electrónicos vistos –antes – con naturalidad en las calles, animando a los muchachos. Y no se diga de un apogeo de los videojuegos, consabida la enorme brecha digital ya abierta por la prolongada y traumática dictadura de las insensibilidades que acuna en los hospitales, con el deceso frecuente de neonatos.
Las avenidas, callejuelas, calles, plazas públicas y centro comerciales, no sirven ya de seguro escenario para la distracción infantil y el placer de rodar con su diminuto vehículo que inspiraba alguna fotografía o video, agradecido al pasar las décadas por la nostalgia edificante. Un asalto o un secuestro están a la vuelta de cada esquina, para la apropiación y la reventa inmediata de los objetos que el malhechor consiga, dejando huellas en el inconsciente – siempre delator - de la víctima.
Cada período navideño da cuenta de nuestras escaseces y miserias crecientes y sólo una ínfima minoría, obvimente conectada al poder establecido, puede traerse del exterior todo el perolero necesario para entretener a los suyos, a la vez que las clases populares y medias deben concebir formas y fórmulas para emular la hazaña de Roberto Benigni en la “La vita è bella”, la afamada película que escribió, dirigió y protagonizó en 1997.
Ilustraciones: Rachel Campbell.
26/11/2019:
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