La señora se acercó al lugar donde yo firmaba libros. Me habló en perfecto español y después de tocar con aprehensión mi novela me explicó que conocía Venezuela, que allí siempre había habido violencia, y que el chavismo al menos logró que la gente humilde pudiese estudiar y tener un futuro.
Sonreí. Le pedí que mirase las cifras sobre violencia, que se percatase del incremento feroz ocurrido desde el año 98 de una violencia en la que las propias fuerzas del gobierno cada vez tenían más participación.
Me dijo que mi mirada era la de la burguesía barquisimetana.
Volví a reír pero cada vez con más furia. Le hice un rápido resumen de mi vida. Le conté el lugar de Caracas donde yo vivía, y la mujer abrió los ojos con sorpresa. "¿Conoces mi zona, verdad? ", le dije, " la conoces de oídas porque jamás te habrás atrevido a entrar. Pero allí crecí, y estudié y me formé y me deformé, y comencé a escribir. No pretendas contarme mi vida. Cierto es que uno de mis vecinos no estudió, se llama Maduro y es el que ahora ordena masacrar estudiantes. Pero si hubiese querido estudiar lo habría hecho". La mujer tartamudeó. Volvió a insistir en que no sé qué cantautora venezolana chavista le decía que todo era mentira, que la gente vivía feliz en Venezuela. "Cuando vuelvas compruébalo por ti misma, y no lleves ese relojito tan chévere que cargas ahora; mucho menos si por fin te atreves a visitar mis calles", le dije y me di la vuelta.
Vino otra persona y adiviné las frases que me dijo en francés; le firmé mi novela.
Me temblaban las manos de indignación, o digamos más bien que de arrechera.
Fuente:
Fotografía: Carlos García Rawlins (Reuters):
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