De una fingida
normalidad (o la lección de Santiago Pol)
Luis Barragán
"Recordó
la súbita sensación de inseguridad al
notar
que sus pies resbalaban, que el suelo se
movía
y ese ruidito ronco y amenazador que subía
de
las entrañas de la tierra. A su alrededor la
gente
seguía conversando y caminando como si
nada
pasara"
Mario
Vargas Llosa
[“Tiempos
recios”, Alfaguara, 2019R: 106]
Nadie,
en su sano juicio, puede aseverar que es normal que haya hambre y miseria
masiva en Venezuela, conculcadas todas las libertades, ni que la juren producto
del embargo y las consabidas sanciones internacionales. Sobre todo, en lo que
fue, hasta pocos años atrás, una potencia petrolera para la más monumental de
las paradojas.
Excepto
que asuman como normalidad la fuerza de
la costumbre, resignados a soportarla en la propia vida cotidiana y, además,
íntima, luego de veinte amargos años. En tal caso, versaríamos en torno a una
catástrofe psíquica sin precedentes, ahogados en los antivalores que apuestan a
una definitiva disolución social.
Al
circunstancia avisa, por una parte, del extraordinario desafío político que
impone una transición y reconstrucción del país que ni siquiera afrontaron los
fundadores de la República. Y, por otra,
de la oferta ideológica de una dictadura que, aún depuesta, alzará banderas que
enarbolarán sus enfermos seguidores, por disparatadas que fuesen.
Algo
curioso ocurre con la violencia desatada en Ecuador y Chile, por ejemplo,
porque Miraflores alega un contraste y, en lugar de normalidad, emplea un
eufemismo malicioso: estabilidad. Mientras que otros pueblos están alborotados,
acá se dice de una tranquilidad y de un orden público que, todos lo sabemos, es
fruto de una represión sin escrúpulos.
El
terror, cansancio, hastío y hasta la locura, puede llevarnos a la capitulación
desesperada frente a la dictadura que nos diga vivir en un mundo irresistible,
normal o estable, por fingido que sea. Es lo que ocurrió con el pueblo cubano,
sojuzgado hasta en la propia y radical intimidad de sus convicciones. Por ello,
apreciamos y mucho el gesto de rechazo, en octubre próximo pasado, del Premio
Nacional de Cultura, por Santiago Pol: creyeron que lo irresistible, normal o
estable, era premiarlo con su inmediata y festejada aquiescencia, pero –
sencillo – no aceptó el chantaje, pues, ampliamente reconocido, no necesita de
la consagración de un régimen ágrafo e insensible.
Ilustración: Cartel de Santiago Pol.
11/11/2019:
http://www.opinionynoticias.com/opinionpolitica/35907-barragan-l
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