domingo, 26 de julio de 2015

CONSTATACIÓN



Del trapeador cultural y del burócrata ornamentalizador

Luis Barragán

Nos animó personalmente conocer la escultura de Johan González,  al finalizar el caraqueño bulevard de Sabana Grande: puede decirse que estrechamos la mano de Armando Reverón, ícono cultural de múltiples usos para el gobierno actual. Nos satisfizo el importante y merecido tributo, aunque nos asaltaron inmediatamente las dudas sobre  la permanencia e integridad de una pieza desguarnecida, susceptible de los actos recurrentes de vandalismo que retrata muy bien la desolación del ciudadano que ha de vivir prisionero en su casa, realizar las puntuales e inevitables diligencias de calle  para volver a la relativa seguridad del hogar.

Suponiéndola hecha de un noble y resistente material, temimos menos por las lluvias inclementes o el choque de un atrevido vehículo automotor que por la burla de un delincuente que disfrutaría con la amputación de la obra. La inicial sospecha recayó sobre el block de dibujo, toda una tentación para el zarpazo del hampón gozoso de una ignorancia imperial que se duplica, pues, todavía no se entera que el pintor también hizo este país que lo vio nacer y crió, negándole – por lo menos – un cortés agradecimiento.

Nos ha molestado la verborrea cultural o culturosa del régimen, pródigo en homenajes que resultan excelentes maquinaciones propagandísticas y publicitarias, antes que un genuino testimonio de reconocimiento compartido. Dos veces, por lo menos, desde que conocimos esta versión  de don Armando, tronó su nombre en las sesiones plenarias de la Asamblea Nacional, en la que prácticamente el gobierno se exhibió como su descubridor y redentor.

E, igualmente, nos irrita que el hábito inducido y consolidado sea el de inhibirnos de salir de casa, tener piezas artísticas en la vía pública dignas de admiración y refugio de nuestras tensiones personales, así sea por un instante,  severamente amenazados por la delincuencia. Inhibición forzada porque la inseguridad se impone e importa más no pasear ni recrearse y hasta contar con el deterioro trastocado en monumento, ausente toda manifestación auténticamente cultural, antes de contar con una policía atenta, confiable y eficaz, debidamente asalariada y socialmente protegida: a veces, sospechamos que algunas de estas obras de permanencia incierta, frágiles y de pronta caducidad, constituyen un burdo negocio para el decisor público o el burócrata ornamentalizador que lo sabe y  no le importa su consistencia o duración. 

 Pasamos de vez en cuando a saludar al marido de Juanita Carrizalez, anotando la preñez de toda la precariedad que abunda en la ciudad. Nos atrevimos - en uno o dos años – a ventilarlo con nuestro móvil celular, clickeándolo con rápidez inusitada: del block partido llegamos a la reciente toma de un pintor ofendido, injuriado, burlado, pues, despintándose, descubrimos que no lo sostiene una fuerte aleación de metales y, amputado, que ha de rogar por el resto de unas extremidades que le ayuden a trazar el cielo en el día y en la noche.

En otra ocasión y lugar, nos enteramos de un contraste. Caminando hacia las oficinas administrativas del parlamento, nos detuvimos por un momento al notar que el busto de Miranda, en la avenida Universidad, recibía la cuidadosa atención de un señor que lo escrutaba contra el sol. Nos aventuramos y empuñamos de nuevo la cámara del celular hasta que decidimos acercarnos y conversar un poco con él: vela por algunos bustos de la zona y, con detergente y trapo en mano, procura mantenerlos limpios e intactos.

El señor nos dijo que labora en la alcaldía de Caracas y, al bajar juntos hacia la esquina de Pajaritos, aseguró que le tomó amor a su trabajo, a sabiendas que el prócer de la Independencia o Billo Frómeta, la otra pieza a su cuidado en la esquina de Padre Sierra, eran importantes para el país. Poco le importó nuestra condición de diputado de la oposición, pues, ya desconfiaba de nuestras indagaciones, y con naturalidad nos explicó lo difícil que es mantener esas obras, contribuyendo más allá con su personal esfuerzo, como quizá no lo hacen otros trapeadores o limpiadores de innegables y superiores méritos que el burócrata ornamentalizador que las ordenó.

Sentimos una enorme tristeza por don Armando, compensada por la satisfacción que concede don Francisco de Miranda. O, mejor todavía, orgullo por el trapeador que inadvertidamente le da continuidad a todo un país frente al burócrata ornamentalizador, gustoso del oropel hasta con fines comerciales.

Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/23218-del-trapeador-cultural-y-del-burocrata-ornamentalizador 

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