Luis Barragán
Nos animó personalmente
conocer la escultura de Johan González,
al finalizar el caraqueño bulevard de Sabana Grande: puede decirse que
estrechamos la mano de Armando Reverón, ícono cultural de múltiples usos para
el gobierno actual. Nos satisfizo el importante y merecido tributo, aunque nos
asaltaron inmediatamente las dudas sobre
la permanencia e integridad de una pieza desguarnecida, susceptible de
los actos recurrentes de vandalismo que retrata muy bien la desolación del
ciudadano que ha de vivir prisionero en su casa, realizar las puntuales e
inevitables diligencias de calle para
volver a la relativa seguridad del hogar.
Suponiéndola hecha de un noble
y resistente material, temimos menos por las lluvias inclementes o el choque de
un atrevido vehículo automotor que por la burla de un delincuente que
disfrutaría con la amputación de la obra. La inicial sospecha recayó sobre el
block de dibujo, toda una tentación para el zarpazo del hampón gozoso de una
ignorancia imperial que se duplica, pues, todavía no se entera que el pintor
también hizo este país que lo vio nacer y crió, negándole – por lo menos – un
cortés agradecimiento.
Nos ha molestado la
verborrea cultural o culturosa del régimen, pródigo en homenajes que resultan
excelentes maquinaciones propagandísticas y publicitarias, antes que un genuino
testimonio de reconocimiento compartido. Dos veces, por lo menos, desde que
conocimos esta versión de don Armando,
tronó su nombre en las sesiones plenarias de la Asamblea Nacional, en la que
prácticamente el gobierno se exhibió como su descubridor y redentor.
E, igualmente, nos irrita
que el hábito inducido y consolidado sea el de inhibirnos de salir de casa,
tener piezas artísticas en la vía pública dignas de admiración y refugio de
nuestras tensiones personales, así sea por un instante, severamente amenazados por la delincuencia.
Inhibición forzada porque la inseguridad se impone e importa más no pasear ni
recrearse y hasta contar con el deterioro trastocado en monumento, ausente toda
manifestación auténticamente cultural, antes de contar con una policía atenta,
confiable y eficaz, debidamente asalariada y socialmente protegida: a veces,
sospechamos que algunas de estas obras de permanencia incierta, frágiles y de
pronta caducidad, constituyen un burdo negocio para el decisor público o el burócrata
ornamentalizador que lo sabe y no le
importa su consistencia o duración.
Pasamos de vez en cuando a
saludar al marido de Juanita Carrizalez, anotando la preñez de toda la
precariedad que abunda en la ciudad. Nos atrevimos - en uno o dos años – a
ventilarlo con nuestro móvil celular, clickeándolo con rápidez inusitada: del
block partido llegamos a la reciente toma de un pintor ofendido, injuriado,
burlado, pues, despintándose, descubrimos que no lo sostiene una fuerte
aleación de metales y, amputado, que ha de rogar por el resto de unas
extremidades que le ayuden a trazar el cielo en el día y en la noche.
En otra ocasión y lugar, nos
enteramos de un contraste. Caminando hacia las oficinas administrativas del
parlamento, nos detuvimos por un momento al notar que el busto de Miranda, en
la avenida Universidad, recibía la cuidadosa atención de un señor que lo
escrutaba contra el sol. Nos aventuramos y empuñamos de nuevo la cámara del
celular hasta que decidimos acercarnos y conversar un poco con él: vela por
algunos bustos de la zona y, con detergente y trapo en mano, procura
mantenerlos limpios e intactos.
El señor nos dijo que labora
en la alcaldía de Caracas y, al bajar juntos hacia la esquina de Pajaritos,
aseguró que le tomó amor a su trabajo, a sabiendas que el prócer de la
Independencia o Billo Frómeta, la otra pieza a su cuidado en la esquina de
Padre Sierra, eran importantes para el país. Poco le importó nuestra condición
de diputado de la oposición, pues, ya desconfiaba de nuestras indagaciones, y
con naturalidad nos explicó lo difícil que es mantener esas obras,
contribuyendo más allá con su personal esfuerzo, como quizá no lo hacen otros
trapeadores o limpiadores de innegables y superiores méritos que el burócrata
ornamentalizador que las ordenó.
Sentimos una enorme tristeza
por don Armando, compensada por la satisfacción que concede don Francisco de
Miranda. O, mejor todavía, orgullo por el trapeador que inadvertidamente le da
continuidad a todo un país frente al burócrata ornamentalizador, gustoso del
oropel hasta con fines comerciales.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/23218-del-trapeador-cultural-y-del-burocrata-ornamentalizador
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http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/23218-del-trapeador-cultural-y-del-burocrata-ornamentalizador
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