Luis Barragán
"La vida no es soportable sin una
posibilidad de
renovación, en su duración limitada.
Quizás,
la gran neurosis contemporánea se deba
al alejamiento de
esa práctica renovadora más próxima al
Chamanismo y a
los ritos de pasaje de los llamados
salvajes, que a
las terapias psicológicas y a los
mitos milenaristas
revolucionarios sin penetración al
nivel del
espíritu"
Juan Liscano (*)
A mediados de la década de
los ochenta del XX, en el curso de un extraordinario debate, inimaginable en el
nuevo siglo, apareció “Reflexiones para
jóvenes capaces de leer” de Juan Liscano (Publicaciones Seleven Caracas,
1985), quien ya es centenario. Contextualizada
la juventud por las agudas tensiones contemporáneas, abordó específicamente el
rock como una vía de domesticación y enriquecimiento del disenso, espectáculo
de una alta rentabilidad y dudoso valor musical, descoyuntador del cuerpo, finalmente
sumergido en un rito maléfico y solipsista.
Consecuente el autor con su larga e intensa prédica, como bien lo observó Roberto Lovera
De-Sola (El Nacional, Caracas, 13/01/1986),
por cierto, de los pocos sobrevivientes de una generación de críticos
que marcó pauta en el país, felizmente calificado por Augusto Mijares (EN,
18/05/78), no hizo concesiones con una época de la que se declaró en franca
rebeldía. A contracorriente, todo un hábito del pensar y proceder liscaniano,
no temió al debate con una juventud también ganada por los “ángeles exterminadores”, acuñación hecha
por Jean Marabini (RPJCL: 25-37), prosiguiendo una vieja inquietud (EN, 19/06/69), atentatoria contra la
civilización.
Contextualización
Exterminadores representados
- en el decenio citado – por Michael Jackson, objeto adicional y no menos
estelar del libro, cuya personalidad “borderline” trata específicamente (RPJCL:
107-112), inspirado en un título alusivo de Eloy Silvio Pomenta, medita desenfadadamente
para apuntar al capitalismo culpable. Ficción de eternidad, hedonismo, drogas, desexualización,
crematística, narcisismo, entre otros, son
algunos de los aspectos que enmarcan al rock. Sin embargo, polemista de
vocación, no temió al intercambio de ideas, con propios y extraños, aún luego
de editada y distribuida la obra, a través de la diaria prensa en momentos
auspiciosos, porque – además –el llamado decreto del 1x1 estaba en la mesa de
una activa opinión pública (valga la coletilla, dato hoy prácticamente desconocido),
considerado como excesivo – a guisa de ilustración – por R. Caín Márquez C. en
carta al periódico (EN, 05/11/85), o epistolarmente aplaudido al beneficiar a todos los géneros, por Francisco Alpino (EN, 11/11/85).
Guillermo y Reinaldo Galavís
suscriben una misiva para Liscano (EN, 06/11/85), aludiendo al cuestionamiento
que hace de la saturación anglosajona en la musicalización radial, y acusándolo de ignorar la distinción entre el
rock y la música-disco, Los estudiantes universitarios “para su debida información”, defienden al rock como “medio de expresión de los problemas
sociales, políticos y económicos que se han manifestado en las masas populares
de las diferentes culturas del mundo”, celebrando el decreto al darles la
oportunidad a las nuevas agrupaciones que realizan “esfuerzos faraónicos” por grabar y radiarse, aunque - por añadidura
- tengan que “soportar a personas que
hacen crítica (SIC) inflexibles y destructivas que no nos dejan
ascender y que nos siguen pegando bajo”.
Después, Liscano responde
que el rock es el mismo con sus variaciones, las cuales conocen los jóvenes
remitentes (“… Al fin al cabo, son
músicos. Yo no”), enfatizando la crítica en cuanto medio de expresión, “indefectiblemente combinado con las drogas”;
las estrellas que denuncian a la sociedad capitalista, empleando costosísimos
automóviles de exclusivo diseño y gozando de los estupefacientes en sus lujosas
mansiones; y, emblematizado por Estados Unidos y Gran Bretaña, concluye que “todo
esto es trágico y forma parte del desquiciamiento de nuestra época”. Está
de acuerdo con el decreto favorable al
desarrollo del rock nacional, negando que su crítica fuese un “golpe bajo”, para confesar: “Manifiesto públicamente que el rock no me gusta
ni como música ni como expresión del frenesí enfermo de nuestra época, que me
harta oír cantar siempre en inglés, que el sonido de los instrumentos
eléctricos me desagrada, que detesto los amplificadores graduados a los niveles
ensordecedores de ese género, pero que tantos disgustos nunca podría cobrarlos
a golpes, ni altos ni bajos” (EN, 12/11/85).
Entrevistado por Euro
Fuenmayor, por esos días, ratifica las
posturas asumidas (EN, 09/11/85), acaso, suficiente compensación para quienes
todavía no leen su libro. Versando sobre la identidad nacional, moralmente
avalado por sus significativos y decisivos aportes, desde mediados de los
cuarenta, distingue entre la dependencia y la transculturización que, nos
permitimos inelegantemente citar, constituyó el trazo conceptual de nuestro
modesto ensayo relacionado con la literatura y el rock (https://pendientedemigracion.ucm.es/info/especulo/numero30/jbalza.html).
Interrogado por Patricia
Guzmán, tampoco hallamos una consideración musical del sobresaliente movimiento
apasionadamente refutado: “No niego –
aclara Liscano - que el rock es un hijo pródigo del jazz, ni que existan
grandes composiciones de rock, yo no discuto sobre el género. Quiero discutir
sobre el fenómeno de los festivales de rock, sobre sus implicaciones con la
droga, sobre el ritual demoníaco que esto conlleva, sobre el culto a la
tecnología, porque si la juventud quiere un destino nuevo no lo va a definir por
ese camino, a través de la adoración de la electrónica y la tecnología
contemporánea que no lleva a otra parte que a la bomba atómica" (EN,
10/12/86). Autorizada la digresión, ya
en esa época la informática y sus programas, toda una novedad en Venezuela, irrumpían
hallando a defensoras como la profesora Judith Sutz (EN, 06/01/86), en un
proceso que después tratará Irene Plaz Power en su rica tesis doctoral, “La informática en la sociedad venezolana”
(UCV, Caracas, 1993), propicio para aproximarnos a una particular contribución
liscaniana: “Nuevas tecnologías y
el capitalismo salvaje” (Fondo Editorial Venezolano, Caracas, 1995).
Descontextualización
Ahora bien, traspapelada la data, jamás olvidamos la
sentencia emitida por Zubin Mehta,
precisamente, visitante de la Caracas de los ochenta: los músicos de rock no
pueden llamarle colega. La sugestiva opinión pesa, despojado el género de las
extravagancias de una época, al parecer, definitivamente superada, pues,
igualmente concebido como una afición de salón, desconociéndolo como una suerte
de rito de pasaje que también lo fue con una variedad insólita de ingredientes
(no en vano, la psicodelia extrema o la mismas visitas de Los Beatles a La
India), ha madurado el tiempo para descubrir y esbozar sus valores estricta y
posiblemente musicales.
Aceptemos no sólo que los grandes
ídolos del rock envejecieron, traicionando aquel remoto y absurdo culto a la
temprana juventud, inscrito en lo que se dio en llamar la protesta
industrializada, sino que desarrollaron una
tal autosuficiencia que los hizo exhibirse como genios incuestionables de la
música. Hubo quienes repararon a tiempo en el error, aplicándose al estudio y
hasta la investigación para una evolución
que se hizo comercialmente sustentable, más allá de la simple
espontaneidad: por si fuese poco, el
género fue concebido - nada más y nada menos – como toda una
filosofía de vida, capaz de esconder un profundo e irónico
conservadurismo.
Liscano jamás se propuso
penetrar, considerar y valorar la intimidad musical del rock, privándonos de
esa oportunidad quizá porque estimaba suficientemente obvios y contrastantes
sus gustos y preferencias personales, no se consideraba como el musicólogo
adecuado, o rápidamente lo atrapó la crítica social, política e ideológica. El asesinato de John Lennon, por citar un
caso, a nuestro juicio, un militante superfluo contra la guerra, ovacionado por
composiciones importantes y nada más que interesantes, no mereció del ensayista
sino el acento de una contradicción
entre la “disidencia y disconformidad, y
los beneficios crematísticos del capitalismo”, encaminándose – con razón –
hacia Mario Benedetti o Gabriel García
Márquez que, en La Habana o en Managua, se queja de la información con fines
ideológicos contrarios a la prensa soviética o nada dice de la invasión a
Afganistán (EN, 22/01/86).
Sentimos que la banda de
Liverpool aportó magníficas melodías y elaborados arreglos que la empinaron
respecto a los más cercanos competidores de su tiempo, así como un tímpano más
atento puede concluir que una banda innovadora y efímera como Ladies W.C., superó
a los grupos venezolanos que disfrutaron de una superior fama. Sostenemos, esa
atención puede trastocar el natural e inevitable gusto por el rock en una
búsqueda y hallazgo de valores en otros géneros que, al superar el prejuicio,
convierten al jazz o a la música académica en alternativas valederas:
probablemente, el venezolano Gerry Weil
(http://www.rockhechovenezuela.com/B1/la-banda-municipal.html),
otrora tipificación de la subcultura “hippie”,
ejemplifica mejor la derivación varias veces aludida por Gregorio Montiel
Cupello (entre otras fuentes, http://www.elmundo.com.ve/noticias/estilo-de-vida/desconectado/%C2%BFjazz-rock-o-rock-jazz-.aspx).
El rock, recurrente y
penosamente caracterizado por la pobreza de sus letras, nos atrae – deducimos
- por su ritmo, melodía y timbre,
fundamental elemento éste que le da distinción e identidad propia de una etapa
del progreso tecnológico que culturalmente nos condicionó. Observación que
subyace en la ensayística de Liscano, conduce a una apuesta por la libertad que
puede deparar grata sorpresas, pues, si fuere el caso, hallamos composiciones e
interpretaciones tanto o considerablemente más “ácidas” y genuinas en el folklore y todas sus variantes, en el jazz clásico y sus ulteriores como
portentosas mezclas, o en los períodos barroco, romántico, moderno o
contemporáneo de la música académica. Además, géneros estos susceptibles de la
reflexión, importante para explicarnos gustos y tendencias, trazan las
limitaciones que el musicólogo puede atisbar prontamente en el rock.
Dijimos, un natural e
inevitable gusto, pero no exento de las comprobaciones que le conceden su
adecuado lugar. Célebres ejecutantes del rock estuvieron amparados por el
timbre de sus instrumentos, dependientes de la producción: una guitarra
eléctrica trabaría el despliegue talentoso de Narciso Yépez o Alirio Díaz, como
la guitarra acústica sinceraría a Jimmy Page o a Alvin Lee.
Ciertamente, se dirá de
géneros distintos que no impide reconocer el riff o pasaje memorable de un Mark Knopfler, Jimmy Hendrix o Steve Howe, como tampoco ha de impedir
el descubrimiento de Agustín Barrios Mangoré, en sus propias manos o en las de
John Williams o Ana Vidovic.
Empero, limitado el propósito de
estas notas, por lo pronto, podemos aseverar que ese gusto o disgusto natural e
inevitable, por caras predisposiciones, no debe anclarnos en el rock,
denostarlo por enteras razones sociológicas o hasta cohibir su definitiva superación:
es el triángulo explícito e implícito que dibujó y legó la meditación liscaniana, si se quiere,
inconclusa.
Acotaciones
necesarias
Ejercicio de
precisión, la obra de Juan Liscano retrata la libertad y riqueza de una
polémica escasamente emulada en la nueva centuria. Empobrecida hoy la sección epistolar de los grandes diarios
impresos, suficientemente compensada por los medios digitales, reconozcamos que
muy pocos de los reconocidos y consagrados intelectuales de la hora tienen el
necesario tino y humildad para afrontar la discrepancia, añadidos los mismos y
anónimos discrepantes.
La prensa que nos
ha servido de muestra, corrobora muy bien el otro período republicano que
vivimos, pues, entre legos y especialistas asiduos a la noticia, Inocente
Carreño dejaba su testimonio en el teclado de Chefi Borzacchini (EN, 20/01/86), como si faltase
un detalle. Uno de varios periódicos que abanican múltiples materias,
resueltamente competitivos con todas las fallas que puedan anotarse.
La discusión fue
posible, porque el disenso explica toda su obra escrita de Liscano. Y, acaso, desde una cierta perspectiva del
personalismo cristiano, específicamente teilhardiana, su principal preocupación y combate fue el
totalitarismo, fuese en la versión crematística y hedonista estadounidense o en
la estatista, ideológica y política soviética. (RPJCL: 18 s.).
No olvidemos, el
polemista cultural lo fue, al mismo tiempo, político y queda pendiente evaluar
sus posturas, sumada la de los últimos años en
la vida de Liscano, quien integró el llamado grupo de “Los Notables”. Finalmente,
de confuso título (“Venezuela va hacia el socialismo”), conseguimos un texto de
rutina en el que ataca la simplicidad,
el pseudomarxismo, el mesianismo, el capitalismo de Estado, luego de un
rápido balance histórico del continente (EN, 27/12/84): no quisiéramos imaginar
cuál hubiese sido su respuesta actual, frente a la ruindad generalizada, la (auto)
censura y el bloqueo informativo, como el simulacro de un régimen de
inocultable inspiración castro-comunista.
(*)
"Descripciones". Monte Ávila
- Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1983: 12 s.
Reproducción: Élite, Caracas, nr. 1226 del 03/03/1951.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultural/23030-de-la-triangulacion-liscaniana-del-rock
Reproducción: Élite, Caracas, nr. 1226 del 03/03/1951.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinioncultural/23030-de-la-triangulacion-liscaniana-del-rock
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