La hoz y el martillo
Antonio Sánchez García
Después de leer algunos pasajes del larguísimo discurso de Bergoglio ante grupos comunitarios bolivianos caí en cuenta de que el regalo de Morales no fue ni una provocación ni un insulto: lograr el perfecto sincretismo del anticapitalismo marxista y las enseñanzas del evangelio contenidas en el sermón de la montaña – la fábula de la aguja, el rico y el camello subyace a la esencia del odio a la riqueza y del anti judaísmo del cristianismo originario - parecen ser el logro que se ha propuesto el jesuita argentino. Lo ha dicho con perfecta claridad en un elogio de la pobreza digna del mejor Hugo Chávez, el de los comienzos; en un ataque contra el capitalismo del mejor Carlos Marx del Manifiesto; y en una denuncia de la riqueza y la globalización del mejor Lenin, el antiimperialista. Bergoglio ha resultado ser el primer papa anticapitalista, antiimperialista y antiliberal de la historia. Dado los orígenes cristiano primitivos del comunismo, no sería un desatino decir que, por lo menos en la intención y el gesto, Bergoglio es el primer Papa comunista de la bimilenaria tradición de la iglesia. Y en atención al virus tremendamente contagioso que recorre el mundo, que habiendo contagiado a la región ahora ha comenzado a infectar a Europa, afectando ya a España y Grecia, el primer Papa chavista del milenio.
No debía sorprendernos, así nos cause desazón y un profundo desconcierto Es la línea política oficial de los jesuitas de Venezuela, con la honrosísima excepción de Luis Ugalde. Es la justificación laudatoria del chavismo por quien fuera el Provincial de la Orden en Venezuela, Arturo Sosa, hoy alto dignatario del Vaticano, y de su actual Provincial, Arturo Peraza, claramente enfrentado a “la negatividad” del discurso opositor al que le achaca orfandad absoluta de proyectos alternativos a “la narrativa positiva” de Hugo Chávez. Una narrativa, por cierto, que causó la mayor devastación de la Nación en su historia moderna.
El giro es copernicano. La autocrítica adquiere matices dramáticos. Enfrentado a una audiencia de indígenas bolivianos pide perdón por el tratamiento que hiciera la iglesia católica durante la conquista y colonización de los pueblos originarios, reasumiendo “la narrativa” argumental de Bartolomé de las Casas. Dejando de lado un hecho de proporciones meta históricas: la evangelización del Nuevo Mundo, sin la cual no existiría esta realidad llamada América Latina. Por esa vía, tendría que pedir perdón por nuestra existencia misma, impensable sin la simbiosis de la cruz y la espada. Borrar del imaginario histórico a Felipe II, el más devoto de los emperadores católicos de la Cristiandad y hacer tabula rasa de la historia de Occidente desde que la Iglesia y el Poder terrenal se fundieran en una sola avanzada, tras el Edicto de Tesalónica, en 380, y la asunción de la Iglesia Católica como la religión oficial del Imperio Romano por Teodosio I, el Grande.
Lejos y ya irrecuperables los tiempos en los que Pio XII pusiera a su Iglesia a la vanguardia de la lucha contra el comunismo italiano. Regresando a Caracas desde Güiripa, de donde era nativo y adonde lo fuéramos a recoger para traerlo a Caracas, el Cardenal Rosalio José Castillo Lara nos contó sus peripecias de juventud cuando, siguiendo las órdenes de Pío XII tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, él y sus compañeros sacerdotes se quitaban las sotanas, cubrían sus tonsuras y salían a medianoche a pegar afiches, repartir volantes y hacer pintas callejeras contra los candidatos comunistas italianos, que amenazaban con la toma del Poder. Hoy, el mensaje papal es absolutamente inverso: no es el comunismo el peligro para la sobrevivencia de la humanidad: es el capitalismo. No es la riqueza un bien deseable, sino la pobreza. Lutero estará revolviéndose en su tumba. La Reforma, sin la cual no se entiende el desarrollo del capitalismo, la superación de la oscuridad medieval y el logro de un progreso material que ha terminado por beneficiar a las mayores capas de la población en la historia humana, recibe un mentís definitorio. Colectivización de los esfuerzos de sobrevivencia y regreso a los orígenes precolombinos: ese parece ser el mensaje de Bergoglio. El retorno a los míticos tiempos del buen salvaje de ayer de la mano de los buenos revolucionarios de hoy, como Evo Morales. ¿No es comprensible el asombro y la admiración de Raúl Castro por Bergoglio luego de escucharle sus confesiones en la intimidad del despacho vaticano? ¿No es natural que expresara sus deseos de volverse un fiel y devoto observante de la iglesia católica, más preocupada por los crímenes cometidos por los fundadores de América Latina que por los cometidos por Castro y sus esbirros en Cuba y sus discípulos del continente?
Queda a los estudiosos y especialistas encontrar las razones de este giro copernicano del máximo dirigente de la máxima iglesia mundial. ¿Sumarse a la ola del populismo que arrasa en España y en Grecia? ¿Montarse al furgón de cola del castrochavismo como forma de contrarrestar la pérdida de influencia del catolicismo entre la pobresía de la región y frenar el creciente influjo de otras iglesias cristianas, más seculares y abiertas a un contacto directo con las masas populares?
Por mucho que el argentino Francisco cite al polaco Juan Pablo II, lo cierto es que sus ejecutorias marchan en sentido diametralmente opuestos. El polaco se puso a la cabeza de la lucha contra el comunismo y sus dictaduras, jugando un papel crucial en el fin del comunismo gobernante en el mundo de entonces. El argentino parece querer encabezar la rebelión de la pobresía contra el capitalismo y la riqueza. ¿Tendrá éxito? Es una pregunta cuya respuesta acucia a quienes se ven humillados y reprimidos por el castrocomunismo latinoamericano. Venezuela, en primer lugar. De ella depende el futuro de la región.
Fuente: http://www.opinionynoticias.com/internacionales/23073-la-hoz-y-el-martillo
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