Érase un bardo
Guido Sosola
Motivo de la nostalgia por los tiempos ya idos en Venezuela, sabemos que Joan Manuel Serrat ha reiniciado una gira artística por España que aspira a repetirla en América Latina. Fue tanto el impacto que tuvo en nuestro país hacia las postrimerías de los sesenta (por supuesto, del XX), musicalizador de una poesía de propia y ajena inspiración, orgulloso de un catalán de rebeldía hoy insospechada en el reino de Franco, que masificó definitivamente su nombre luego de presentarse de la mano de Gilberto Correa en “De fiesta con Venevisión”, antes que pudiera hacerlo Renny Ottolina que olfateó sus distancias con el género, como después lo pudo comprobar con el impase que tuvo con Gloria Martín, mil veces radiado, y quedó como objeto de culto de una secta que lo disfrutaba en clara competencia con Víctor Jara, Mercedes Sosa y la Nueva Trova Cubana.
Ya tiene demasiados años que no viene por estos lares, casualmente los propios de una crisis política que ahora ha estallado económicamente, debido a los lastres que nunca fueron corregidos. Demasiado asiduo, no pasaba el año sin dejarse escuchar acá, volvió con Joaquín Sabina ya tarde para emular el fenómeno que siempre fue.
Érase del bardo celebrado por todo el mundo que hasta Caldera II condecoró por la decidida influencia de una admiradora del elenco gubernamental, agotador de todas las entradas. María Gómez tenía la exclusiva de sus presentaciones que, no sabemos, si en el contrato contemplaba una salutación a página entera por su estancia caraqueña, costosísima siempre en la prensa, o constituía el adicional y expresivo agradecimiento que recogía el de los miles de admiradores, como puede apreciarse en una muestra de El Nacional de mediados de los ochenta.
Siempre lo escuchamos y lo celebramos, permitiéndonos dos anécdotas: la una, reveladora de la presunción que distinguía a sus fanáticos, acudíamos a la última presentación celosos de la butaca del patio o el foso de la orquesta, hallándonos a un viejo amigo de ínfulas intelectuales en una ocasión que, sorprendido, quiso aleccionarnos sobre Serrat, todavía disgustado porque no pudo hacerlo con la primera o la segunda presentación; y, la otra, la protesta que hicimos cuando “agarró de sopa” a Simón Díaz, gritándole hasta enfurecer a mi esposa, incluso, por el cambio de los arreglos de algunas piezas que nos alejaban demasiado del sobrio cantautor que fue. Valga la acotación, le rendimos tributo a teloneros venezolanos como Ada Josefina Riera de la que nunca supimos más, a la Elisa Rego que levantó nuestros prejuicios siendo la única vez que Serrat reconoció al cantante que lo precedía, o a la maravilla de Jesús Sevillano que hizo temblar El Poliedro ya no sabemos en qué fecha, antecediéndolo con infinita modestia.
Serrat asumió el compromiso político a su modo, interpretando sus canciones en Santiago cuando Pinochet se largó del poder, motivo de sus denuestos. Un acierto que no ha repetido en Venezuela, evidentemente simpatizador de Chávez Frías al que defendió (http://www.eluniversal.com/2009/02/23/til_ava_serrat-defendio-a-ch_23A2234529).
Tuvo y tiene derecho a hacerlo, como el de rectificar habida cuenta de lo que ha acontecido en la Venezuela que siempre lo aplaudió, aunque la secta serrateana pase el dato por alto. Es un artista profesional a quien no se le puede tampoco pedir la perfección de sus opiniones y posturas en lo político: calificada de "profesión difícil, extraña y maquiavélica", el "oficio de los políticos, es la forma que tienen los pueblos para defenderse en un sistema democrático" y, por ello, "soy un hombre preocupado por la política, sobre todo para defenderme, a mí, a mi familia, a mi barrio, a mi ciudad"; luego, despacha una disyuntiva equivocada como la de “odio (a) la política, por eso amo la vida”, como refiriera a Elizabeth Fuentes (El Nacional, Caracas, 10/11/85).
Que simpatice con Chávez Frías o su heredero, como lo hizo en reclamo de su amistad con Felipe González, reiteramos, está en su derecho así tenga el deber de informarse sobre el acontecer real y profunda del país, pero nos aterroriza esta sospecha cada vez más fundada: no viene a Caracas, porque “sin leal, no hay lopa”. Podrá parecer una simplicidad, aunque los hechos demuestran su desapego, olvido, indiferencia que su secta olvida, la misma que le ha atribuido diez mil virtudes y, entre ellas, una preclaridad política que no está en el intransferible deber de tenerla.
Lo seguimos escuchando con admiración, como se puede hacerlo con Silvio Rodríguez y, al mismo tiempo, conservar en el estante íntimo del hogar a Jorge Luis Borges junto a Julio Cortázar. Quien exclusivamente saludaba al público de galería, antes y después de cantar, proclamando a los vencidos y olvidados de la Tierra, nos remite únicamente a su vieja música y letra.
guidososola@yandex.com
Fuente: http://www.opinionynoticias.com/opinioncultural/23439-erase-un-bardo
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