EL NACIONAL - Domingo 20 de Octubre de 2013 Opinión/8
Guerra política
RAÚL FUENTES
Espoleado por el temor al más-de-lomismo que tiende a instalarse en las páginas de opinión, me dispongo a abordar un tema distinto a los sugeridos por el diario acontecer nacional, pero nada sustantivo se me ocurre y termino preguntándome si no me estará pasando lo que, presumo, sucede a quien heredó un cargo pero no la capacidad de ejercerlo y se debate entre la desconfianza y la desesperación; desconfianza en su capacidades para estar a la altura de las circunstancias, y desesperación al constatar que el barrunto de su ineptitud se evidencia en cómo el poder escapa de sus manos y sus decisiones son tuteladas por quienes supuso leales áulicos y fieles subordinados; de modo que, entre suspicacia y desaliento llueve sobre mojado y desafía titubeante a la "burguesía parasitaria" a que lo derroque y, simultáneamente, amenaza con "lanzar un conjunto de acciones de la nueva etapa de la revolución bolivariana", fanfarronada que me compele a renunciar a mis intenciones de esquivar la realidad, y vuelvo a poner pies en tierra porque así lo aconseja el ritornelo oficial sobre una guerra provocada por el gobierno anterior.
El 20 de abril de 2007, para arrancar aplausos y vivas a los gorrones y sablistas que se encontraban en el país con motivo de la V Cumbre del ALBA, Hugo Chávez anunció su decisión de retirar a Venezuela del FMI y del Banco Mundial, un auténtico decreto de guerra a muerte contra nuestra ya maltrecha economía, dando continuidad al errático proceder que legó a su sucesor y cuyo punto de inflexión lo constituyen las histéricas proclamas mediante las cuales Nicolás ensaya me apropio de una frase de Ambrose Bierce "desatar con los dientes un nudo político que no se puede deshacer con la lengua". Y la verdad es que desde el Ejecutivo se practica una especie de toreo de salón para tratar de lidiar con una insondable crisis agravada por su incapacidad para diseñar políticas que conduzcan la economía por vías distintas de las establecidas por el dogmatismo castro-chavista.
Haber renunciado a la asesoría técnica y financiera de los organismos internacionales con base en emociones y no en razones, equivale a, en caso de enfermedad, desdeñar las prescripciones facultativas y decantarse por pócimas milagrosas elaboradas por un curandero; a la larga, la hechicería y las recetas caseras pueden tener consecuencias indeseables; sin aprender del pasado, ahora hemos de calarnos un liderazgo inope y heredado, incapaz de convocar voluntades y talentos que contribuyan a instrumentar salidas a los aprietos que nos asfixian y prefiere ejercitar una jefatura guapetona, pomposa y cursi que se rodea de un gabinete adocenado y alienado a la idea de que vivimos en un mundo polarizado entre libre mercado y utópico socialismo comunal, idea pueril que Maduro & Co.
trasladan a suelo patrio con la remota esperanza de que los partidarios de una economía racional basada en la productividad y la competencia tiren la toalla y se larguen del país.
Así y sólo así podrían gobernar a placer a una masa idiotizada por manuales que dan pena y a la que, alimentada con el favor del Estado, engañarían fácilmente con maquillados indicadores elaborados por un servicial BCV y unos muy a-la-orden-mande-usted-señor-presidente funcionarios del Instituto Nacional de Estadísticas.
Resulta, sin embargo, que más de la mitad del país no se va a marchar porque así lo deseen quienes eventual y transitoriamente manejan el coroto, y está lejos de creer que "hay una feroz ofensiva de los medios de comunicación contra nuestra economía". Tal vez, el sedicente jefe del Estado se lo crea. Atrapado entre el radicalismo de Giordani y el pragmatismo de Merentes, no tiene cómo sacudirse del recelo y la impotencia que le impiden darse cuenta de que esa no es la forma de librar mucho menos ganar su fantasiosa guerra económica. Por eso busca una victoria política en el Parlamento y, a pedido quizá de La Habana o del Alto Mando Militar, batalla por una improcedente habilitación con tufo hitleriano que, de aprobarse, inhabilitaría a los diputados de la oposición para lograr que quede al menos el registro de su disidencia.
De esta guisa, el gobierno saldría triunfante de una escaramuza, sin resolver un conflicto mayor cuyo desenlace podría ocurrir el próximo 8 de diciembre; mientras ese momento llega, jalonarán su campaña con fúnebres homenajes al camorrista que yace en el cuartel de la montaña sin que lo dejen descansar en paz. ¿Y por qué hacerlo si vivimos, versificó Montejo y nos lo recordó Cadenas, "en un país de amada sangre en nuestras venas/ que no termina de enterrar a Gómez"?
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