NOTITARDE, Valencia, 13 de octubre de 2013
“Tu fe te ha salvado” (Lc.17, 11-19)
Pbro. Lic. Joel de Jesús Núñez Flaute
El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús realizando un milagro de curación de diez leprosos, con lo cual pone de manifiesto que el Reino de Dios había llegado al mundo, que se iniciaba en su persona. Los milagros realizados por Jesús (unos 35 en total), de lo cual dan cuentan los evangelios sinópticos, quieren resaltar no sólo la divinidad de Cristo, sino que con esos signos o señales milagrosas se confirmaba delante de los ojos de sus interlocutores la presencia del Reino de Dios, la llegada del Mesías Salvador profetizado desde antiguo. La mayoría de estos milagros realizados por Nuestro Señor, Jesucristo, nos relatan la curación de enfermos y endemoniados. En el caso del evangelio que hoy meditamos, se narra la curación de diez leprosos, uno de los cuales, era samaritano, se regresa donde estaba Jesús, postrándose ante Él, le da gracias y éste alaba su gesto y le expresa: “tu fe te ha salvado”.
Debemos ir paso por paso para entender todo el contexto de la narración del evangelio de este domingo. Primero, Jesús va camino de Jerusalén, la ciudad de las promesas, la del desenlace final de la vida de Nuestro Señor. Él pasa antes por Samaria y Galilea y es en uno de esos pueblos que le salen al encuentro unos leprosos que le gritan: “Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros”. Hay que recordar que un leproso en la época de Jesús era la persona más despreciada y rechazada que existía. Llevaba cuatro cargas sobre sus hombros: era pobre (andaba en las periferias o las zonas marginales de las ciudades), estaba enfermo (veía como su cuerpo cada vez se deformaba y su carne se caía a pedazos), por su enfermedad, como era la costumbre judía, se consideraba pecador y por eso Dios los había castigado de esta forma y por llevar una enfermedad contagiosa, tenía que colocarse al cuello una campana para que al sonido de ésta las personas que la escuchaban se alejaran y se libraran de contagiarse con aquella terrible enfermedad. Por tanto, las personas que padecían de esta forma llevaban también un peso moral de verse rechazados, despreciados, no se sentían personas. Seguramente aquellos diez hombres leprosos habían escuchado hablar de Jesús de Nazaret, de sus palabras, de sus milagros, de su actitud frente a los pobres y enfermos; por eso, al verlo, manteniéndose a distancia (podemos imaginar el ruido de sus campanas colocadas al cuello) gritan desesperados al Maestro que los sane y es admirable la fe de los diez que hacen caso a las palabras de Jesús que les dijo que fueran a presentarse a los jefes judíos para que estos al estar curados dieran testimonio de quien lo había hecho. Pero, ante tal curación, sólo uno se muestra agradecido y se regresa, se postra ante Jesús (señal de adoración y la ley judía decía que sólo ante Dios el hombre debía postrarse y éste hombre lo que estaba reconociendo con su actitud y con su fe era que Aquel que tiene delante es Dios mismo). Una cosa más había que añadir a lo que ya dijimos antes, que aparte de pobre, enfermo, pecador y sin moral ni apariencia humana, éste era un samaritano; es decir, un enemigo del pueblo judío (ya que los samaritanos y judíos no se trataban y se odiaban a muerte), pero la actitud del Maestro judío que tiene frente así es otra y de hecho lo alaba y le dice que se vaya en paz porqule su fe lo ha salvado. Jesús con su actitud receptiva, de diálogo cercano, de no salir corriendo al sonido de la campana de estos hombres y ante su petición angustiosa, les muestra el rostro de Dios y deteniéndose a dialogar con aquel hombre samaritano que regresaba para darle gracias, manifiesta lo que Dios quiere para todo hombre, de lo que Dios hace por cada persona y de lo que espera de cada cristiano. Dios quiere la salvación, la paz, la renovación de cada ser humano y para esto pide fe en su persona, como la tuvo este leproso y como la tuvieron los otros nueves, que aunque no se mostraron agradecidos luego, tuvieron fe; sólo éste último completó lo que debe hacer el hombre frente a Dios: no sólo pedir, sino agradecer una vez que Dios se ha mostrado compasivo y misericordioso.
Aprendamos nosotros a mantener la fe en Jesucristo, hacer agradecidos con su benevolencia y ser como Jesús: Compasivos.
IDA Y RETORNO: Me preguntan algunas personas: ¿Por qué los cristianos evangélicos y las sectas religiosas odian tanto a la Iglesia Católica y basan su predicación sólo en atacar a la misma? Es una pregunta que me han hecho por email y verbalmente en varios momentos. Primero, no me atrevería a generalizar; yo tengo amigos cristianos evangélicos y son respetuosos, viven su fe o tratan de ser fieles; segundo, hay muchas iglesias evangélicas y muchas sectas y cada una mantiene sus criterios, estilos de predicación y algunas de ellas, ciertamente, atacan ferozmente a la Iglesia, su predicación la utilizan para descalificar, juzgar y sembrar odios entre sus seguidores contra el Papa, sacerdotes y creyentes en general; lo que realmente es contrario al evangelio de Cristo que se resume en el amor y la unidad. El amor es el distintivo de un auténtico cristiano y no el odio ni sus derivados.
Ilustración: František Kupka.
Cfr. http://www.eluniversal.com/opinion/131012/el-fundamento-cristiano-de-la-felicidad
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