domingo, 30 de mayo de 2010

Soldadura de versos


EL NACIONAL - Sábado 29 de Mayo de 2010 Papel Literario/3
El llamado y la llama de Wislawa Szymborska
PATRICIA GUZMÁN

Wislawa Szymborska tiene acceso al misterio, su decir y su mirada nos atrav iesan y dejan al desnudo lo creado, penetrando hasta lo más hondo y entrañado del espíritu humano, desvelando lo insólito con el que convivimos encubierto y a resguardo --nos acusa-- en la mecánica de lo cotidiano.

Ella conmemora como recién nacido todo lo que ve, incluso lo evidente y canta: "Henos aquí, a ma ntes desnudos, / bellos --y mucho-- para nosotros mismos, / sólo cubiertos con hojas de párpados, / recostados en una noche profunda" ("Algo evidente", p. 15).

Ella se ha abrigado en la desnudez de los árboles y entre sus labios guarda su divisa: "no sé", "no sé y ya veremos", frases a partir de las que ha forjado su ángulo de mira --que me atrevo a llamar caleidoscópica-- y además ha afinado el timbre de su voz mientras interroga humanísimos asuntos, como parte de un todo universal.

Szymborska nombra con sobriedad, fino y punzante humor. Nombra con aguda ironía, a fuerza de insistir sobre el poema, de desconocerlo, rechazarlo, retomarlo una y otra vez, día tras día. Su poesía le adeuda a la constancia y al afán con el que se entrega a oficiarla. Confiesa que algunos de sus poemas surgen de forma espontánea y otros con esfuerzo, pero no distingue entre unos y otros, es ese su secreto.

Su fuerza yace en el lenguaje que utiliza y en que su lengua es lengua viva que se alimenta del lenguaje coloquial, del léxico común, de los juegos de palabras imbricados en su cultura. Su lenguaje elude las palabras y formas arcaicas y grandilocuentes. Su lenguaje acuchilla por la claridad que emana de lo que nombra y es tanta, tanta, que deviene misterio.

Sus poemas no hablan consigo mismos, no ocultan. Sus poemas muestran, hacen visible, tornan nuevo y sorprendente lo dado por visto y evidente. Para Szymborska "Nada sucede dos veces".

"Nada sucede dos veces / ni va a suceder, por eso / sin experiencia nacemos, / sin rutina moriremos" ("Nada dos veces", p. 13).

Esta pálida y delgada mujer, cuya feminidad no ha mermado con los a ños, aún recuerda el hambre, el frío y la fatiga de trabajar haciendo zanjas en las ca lles de la empobrecida provincia donde nació, Poznan, para sobrevivir a la guerra.

Ella, que elige blusas de seda azul índigo y labial rosa para sonreír y conversar copiosamente, cuidando de no mostrar sus manos que luego de una caída dice le "quedaron horrorosas", siente que no existe nada ordinario, nada común, aunque así se dé por cierto en el habla cotidiana. Mas, en su lengua, que es la de la poesía y en la que "se pesa cada palabra", no existe lo común y si miramos con atención todo cuanto nos rodea contiene algo con qué sorprendernos y asombrarnos.

La curiosidad por el más mínimo destello de lo vivo y el interés por lo asombroso han sido el aliento con el que Wislawa Szymborska ha impregnado las cientos de páginas que ha escrito y publicado hasta conformar una singular constelación, enhebrada contra todo abatimiento y esperanzadoramente, que progresivamente ganó la estima de la crítica especializada y pasó a ser considerada una de las voces más originales de la poesía contemporánea de su país, reconocida con el Premio Nobel de Literatura en 1996.

Ella, tan sencilla y sincera como es, suele mencionar con agrado que en su discurso de aceptación del Nobel replicó al Eclesiastés porque éste afirma que "no hay nada nuevo bajo el sol", habiendo tanto. Y es que Szymborska, aunque no es creyente ni una atea militante, define la religión como "la ilusión más elevada que tiene la gente" e, insistimos, le complace más plantear preguntas que dar respuestas. A su "no sé y ya veremos", añade "todos veremos", y es que cómo saber qué sucede después de la muerte.

Igual de enigmático como le resulta saber qué sucede después de la muerte, le resulta saber y trasladar a un poema lo que sucede entre dos personas en lo que al erotismo puro se refiere, no al amor como sentimiento, que asiente es más fácil de expresar y que ella suele invocar en sus libros en lengua dorada, florida y ardiente, tal y como se trasluce en su Amor feliz y otros poemas, título que aquí y ahora celebramos.

Este libro que, sin duda viene a enriquecer nuestro horizonte poético, es fruto del vínculo cultivado por Bernardo Infante (bid&co. editor) con instituciones polacas como la Embajada de la República de Polonia en Caracas y, en este caso, contando con el respaldo del Programa de Traducción del Instituto Polaco del Libro.

Y admirable resultan la sensibilidad, dedicación y conocimiento con los que ha sido preservado por Gerardo Beltrán y Abel Murcia en esta edición el brillo original de las palabras de Szymborska.

Otra cualidad de Amor feliz y otros poemas es que reúne un conjunto de poemas por primera vez traducidos al español y en los que espejean las turbulencias y deleites que frasea Szymborska, cuando absorta y extraviada mira el mundo desde el espacio y planea por las galaxias, ensanchando el ojo de su caleidoscopio, rastreando la presencia de los animales, las plantas e incluso las piedras que siente acompañan nuestra vida y sin los que no puede imaginar su poesía.

"Con la descripción de las nubes / debería darme mucha prisa, / después de una milésima de segundo / dejan de ser éstas y empiezan a ser otras. / (...) De qué van a ser testigos! / en un segundo se disipan en todas direcciones. / (...) Frente a las nubes / hasta una piedra parece un hermano / en el que pueda confiar / y las nubes, nada, primas lejanas y frívolas" ("Las nubes", p. 75).

Este, tal y como el resto de sus títulos, es un libro poblado de sueños porque cómo dejarlos fuera de la realidad que es a donde pertenecen y sobre la que ella escribe.

"se dirige hacia mi sueño. / Vaga por oscuridades desde nunca apagadas, / por vacíos abiertos hacia sí para siempre, / por siete veces siete veces siete silencios" ("Sueño", p. 41).

Ella se fatiga de escribir y escribir. Ella escribe un verso y camina de un lado a otro.

Escribe otro verso más y tacha y relee y tacha y se levanta de la silla y busca un cigarrillo. Necesita descansar y salir del silencio y la soledad que requiere para acometer la poesía. Busca tijeras y cola y comienza a recortar diarios, revistas, folletos, sobres y timbres postales. Así, a manera de un divertido juego, recompone el mundo, arma collages que le sirven como respuesta a las tantas cartas que a diario recibe, alcanzando a ensamblar obras que transpiran algo de ingenuidad, sí, pero mucho de agudeza, tanta que en uno de sus collages se atrevió a corregir la obra más importante del pintor español Diego Velázquez, Las Meninas.

Szymborska sacó de esa tela a la figura central e histórica: la Infanta Margarita de Austria y la desplazó hasta un soleado campo, acompañándola de dos desnutridas ovejas.

Szymborska es una artista con una sensibilidad e intereses contrastantes. Lee todo el tiempo pero, sobre todo, libros de divulgación científica y de Antropología y de Zoología. Lee a Brodsky con el que sintió una gran afinidad. Pero su mayor fidelidad confiesa que es con Rainer Maria Rilke cuya obra despertó su sed y fascinación por la poesía. Así, aquí, entre las páginas de Amor feliz, le evoca, le avoca a la luz de la Rosa: "Ahora que estamos juntos, /vuelvo la cara hacia el muro. / ¿Rosa? ¿Cómo es la rosa? / ¿Cómo una f lor o una piedra?" ("Nada dos veces", p.13).

En sus poemas está la sombra de su mano y otra que la hace dudar, que la vigila para que no exagere, y expectante, la escucha, la acompaña a encender un cigarrillo más, o a servirse una taza de té, quizá una copa de coñac, de la botella que gentil y elegantemente ofrece de beber a quienes la visitan en su pequeño departamento de Cracovia, ciudad en la que reside desde 1931, y que aún y cuando obedece al sórdido patrón arquitectónico del régimen totalitario que lo construyó, se ilumina con la vitalidad que respira Wislawa Szymborska, esa que se revela en los retratos que de ella se han divulgado.

Szymborska es una mujer frontal y en virtud de su linaje y devenir familiar, no elude hablar de la política.

En voz alta reconoce que, al principio, admiraba el sistema comunista y por ello escribía poemas de realismo social. Ella, que había vivido la ocupación nazi y "el odio en todo su esplendor", sentía como necesario todo lo contrario: amar mucho a la gente, a todos, sin distinciones de ningún tipo, como rezaba el comunismo. Hoy reclama como esencial apreciar y sentir lo que le sucede a la gente, a los individuos, porque en nombre de los grandes amores a la humanidad, por desgracia --enfatiza--, surgen auténticos infiernos.

Aquella joven que creció en medio de los estremecimientos de la guerra y del sufrimiento del pueblo polaco, tuvo que aguardar hasta que finalizara la Segunda Guerra Mundial para acceder a la Universidad Jagellónica, en la que cursó estudios de Filología y Sociología y comenzaría intentando con la narrativa y escribiendo notas críticas y ensayos para publicaciones periódicas como el Diario Polaco, en el que en 1945 apareció publicado su primer poema "Busco la palabra".

Y buscando la pa labra Wislawa Szymborska ha legado a la poesía, consecuentemente y sin apuros, desde 1952 y hasta hoy, una obra con espesor humano volcada en títulos altamente sugestivos: Por eso vivimos (1952), Preguntas hechas a una misma (1954), Llamada al Yeti (1957), La sal (1962), Cien alegrías (1967), Todo caso (1972), Gran número (1976), Gente en el puente (1986), Fin y principio (1993), De la muerte sin exagerar (1996), Paisaje en grano de arena (1997), Instante (2002), Aquí (2009) y el que ahora atesoraremos los lectores venezolanos: Amor feliz y otros poemas.
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