miércoles, 26 de mayo de 2010
Aunque el fotógrafo es la noticia...
EL NACIONAL - Martes 18 de Mayo de 2010 Opinión/8
Noticias de Venezuela
EDUARDO MAYOBRE
Cuando mi familia estaba en el exilio, en los años cincuenta del siglo pasado, recibir noticias de Venezuela era lo máximo. Para nosotros, los niños, significaba un tesoro que nos ayudaba a reconstruir el paraíso perdido del que nos hablaban nuestros padres. Por ello, cuando cada dos años llegaba la tía Pauline a visitar a su hermana, oíamos ávidos todo lo que tenía que decirnos. Nos hablaba de que en el país mandaban los militares. Nos explicaba que no había libertad de expresión. Nos describía la semana de la patria, en la cual tenían que marchar, disfrazados de soldados, hasta los escolares. Se refería al culto a la personalidad que había establecido un militar pequeñito, gordo y petulante. Pero también nos describía las grandes obras públicas que se habían construido en Caracas. Recuerdo especialmente cuando nos informó sobre la autopista hacia La Guaira. Nos dijo que tenía canales, uno de velocidad de ochenta y otro de sesenta.
La tía Pauline se hacía acompañar por su sobrina Ana María, una joven bellísima, que parecía sacada de un cuadro de Zurbarán, o de una tía más vieja, la tía Lola, madre de quien después fue el ministro de la nacionalización petrolera, Valentín Hernández Acosta. Iba a encontrarse con su hermana, Edith Antonetti, esposa de ese gran venezolano y excelso escritor que fue Felipe Massiani, exilado voluntariamente ante los horrores de la dictadura de Pérez Jiménez.
La tía era soltera y de una rigidez en los principios que daba miedo. No le perdonaba a nadie debilidades morales. Ni a los adecos, ni a los urredecos ni a los copeyanos. Sus valores eran los tradicionales, aunque con el general Medina Angarita era un poco más condescendiente. Pero sabía distinguir dentro de los pecadores. No se le escapaba que Pérez Jiménez y el amigo de ella de su infancia guayanesa, Llovera Páez, eran peores. Era consciente de que la arbitrariedad, la corrupción y el militarismo estaban desangrando a Venezuela. Sabía que el Nuevo Ideal Nacional del régimen era una patraña y que, dentro de lo que ella calificaba como una disolución moral, los parlanchines y faramalleros degradaban la fibra moral de la nación. Ver repetir esa experiencia amargó sus últimos años de existencia.
La tía Pauline falleció el pasado 7 de mayo. Ya no tenía que viajar hacia el sur para visitar los exilados. Porque ahora todos, excepto la camarilla militar que nos gobierna, estamos expatriados. Murió por la edad, pero también por la tristeza. Sus principios, un poco de colegio de monjas, a los cuales no dejó nunca de aferrarse, habían sido pisoteados por la improvisación y la intolerancia. Las noticias de Venezuela no eran buenas. No debía ahora llevarlas a Santiago de Chile, a los proscritos por el régimen, sino oírlas por la televisión o leerlas en la prensa.
La arbitrariedad era la misma de los años cincuenta, la adulancia otra muestra de la misma abyección, la pérdida de valores utilizaba los mismos uniformes del Ejército, y la insolencia volvía a estar basada en el poder de los fusiles.
A la tía Pauline no podrán hacerla presa o enviarle a los fiscales del Ministerio Público, debido a que sostuvo los más firmes principios morales y políticos, porque se ha muerto para siempre. Pero sus convicciones sólidas no podrán ser borradas por las payasadas que se nos obliga a escuchar los días domingo. Sus interpelaciones aún están vigentes.
Ella quería una Venezuela decente, quizás imposible, compatible con los valores que heredó de sus padres. Ella quería que todos fuéramos decentes.
Pero pareciera que la decencia también se ha muerto para siempre. Que sólo la agresividad y la audacia obtienen recompensa. Que una boina roja es una patente de corso para realizar todas las tropelías y abusar de quienes somos simples ciudadanos. Las noticias de Venezuela no son buenas. El insulto a los otros se ha erigido como la forma de hablar de los poderes públicos.
El desafío, respaldado por las armas de fuego, se ha hecho costumbre.
Las noticias de Venezuela no eran buenas. Después de que el país había evitado tener las crueles dictaduras militares que asolaron América del Sur durante las últimas décadas de siglo veinte, se encaminaba ahora a un régimen en el que predominaban la arbitrariedad y los favoritismos. Para la tía Pauline, que creía y practicaba los valores que dicta el evangelio eso era insólito. Y se murió llevando por dentro esa amargura. Ojalá que el futuro pudiera desmentirla y que las noticias de Venezuela sean de ahora en adelante más propicias al entendimiento y al encuentro de unos con los otros.
Ojalá que su último viaje sea para informarnos que en Venezuela se ha desterrado para siempre toda posibilidad de dictadura.
Fotografía
Vasco Szinetar (SIC) / El Nacional, Caracas, 18/05/10
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