martes, 11 de mayo de 2010

La actual narrativa venezolana (II)



EL NACIONAL - Sábado 01 de Mayo de 2010 Papel Literario/6
Percepciones acerca de la novela en nuestra narrativa
ILDEMARO TORRES


Qué estás leyendo? Pregunta frecuente entre amigos, contertulios en una mesa de café, o parejas en medio de un naciente romance; y la respuesta, como festivo inicio de gratas conversaciones, va del título de una novela a la mención de su autor, y si es bueno y conocido, a la mención de otras obras suyas ya leídas. La novela como género siempre ha tenido consecuentes seguidores, dados fielmente a su búsqueda y degustación. Ha sido objeto de estudio, en su evolución con el tiempo y sus cambios temáticos, siendo ella en sí misma un tema que apasiona.

Puede hacerse un recorrido por los títulos publicados en determinado período, por su grado de aceptación, sus méritos y trascendencia; y es perfectamente complementaria de ese recuento, la secuencia cronológica y de variada procedencia, de juicios valorativos emitidos con conocimiento y objetividad por tantos escritores de renombre.

En entrevista a José Balza, publicada en El Nacional el 6 de febrero de 2010, se le consultó si podía reconocer talentos en la generación de autores contemporáneos, el escritor respondió: "Hablar de contemporáneos no significa referirse a una década sino, por lo menos, a 50 años", y citó como ejemplos la poesía de Guillermo Sucre o la de Luis García Morales, las novelas de Carlos Noguera, Vagas desapariciones de Ana Teresa Torres y La otra isla de Francisco Suniaga, el trabajo de Rubi Guerra o de Rafael Arráiz, los libros de Krina Ber y Silda Cordoliani, los ensayos de Tomás Straka e Inés Quintero, la obra admirable de Octavio Armand, "y de tantos otros".

Por su parte, en el N° 7 de la revista Pulso Médico, del Centro Médico de Caracas, el Dr. Ricardo Tobío Martell encargado de la sección "Pulso literario", dice en su entrevista a Oscar Marcano: "Es reconfortante que en la Venezuela de estos tiempos, tan fragmentada, tan ideologizada, encontremos un grupo de escritores de tanta calidad y oficio, y tan alejados del poder. Nombres como Alberto Barrera Tyszka, Oscar Marcano, Eduardo Liendo, Francisco Suniaga, Federico Vegas, Ana Teresa Torres, Fedosy Santaella, Victoria De Stefano, Inés Quintero, están en las manos de más y más lectores todos los días".

Hemos sido afortunados de ser acompañados y muchas veces guiados por la visión inteligente y el buen decir de creadores como Adriano González León, Orlando Araujo o Salvador Garmendia; y tener con nosotros a nuestra Elisa Lerner, con su magnífica obra y su disposición a trazar caminos nuevos y luminosos. Está Jorge García Tamayo, en cuya novela Escribir en La Habana nos reveló que más que el mérito de la no evasión de una realidad, está el de ir al encuentro de la misma y desde su seno percibirla y permitirse objetarla; una novela en la que van de la mano realidad y ficción, en uso eficiente de una técnica narrativa a su vez equilibrada entre el rigor de un escritor serio y el juego festivo de un narrador con sentido del humor; de su prosa dijo Eduardo Liendo que es "verdaderamente espléndida".

En su artículo "La novela en la historia" del 23 de diciembre de 1990, a propósito de su entonces recién aparecida novela La visita en el tiempo, el escritor Arturo Uslar Pietri señaló: "Con todo lo que ha pasado con la novela en este siglo, desde Proust, Joyce, Kafka y Thomas Mann, hasta Faulkner, Herman Broch, Italo Calvino o Kundera, resulta casi imposible hoy hallar una definición apropiada para esa cosa múltiple, variable e ilimitada que ha llegado a ser la novela. De sus antiguas fronteras, de ficción narrativa lineal, ha pasado a saltar muchas vallas, a incorporarse lo que parecía propio de otros géneros. Por ello es el género más abierto, universal y vario que la literatura haya conocido. En verdad, ha dejado de ser un género para convertirse en un lenguaje, en un medio de expresión, y casi en otra dimensión de lo humano".

En una entrevista que le hiciera a comienzos de 2010 la periodista Michelle Roche Rodríguez, el escritor Ednodio Quintero, al hablar del estado de las letras nacionales, marcó una diferencia entre literatura y venta de libros; él asegura que aunque hoy se venden más obras, la literatura venezolana siempre tuvo lo suyo y señala que fue la más vigorosa del continente desde 1924, cuando se editó Ifigenia de Teresa de la Parra, y la década siguiente, cuando Rómulo Gallegos publicó Cantaclaro.

Hace varios años Sergio Ramírez manifestó esta apreciación en entrevista concedida a Rubén Wisotzki: "La narrativa latinoamericana se ha alejado muchísimo del boom. En estos días es una referencia histórica, lo que presenta una situación bastante interesante. Algunos de los escritores del boom están escribiendo con mucha vitalidad, están buscando cómo renovarse o cómo volver sobre sus propios temas. Y eso es algo que llega también a la generación del posboom.

No estamos, por lo tanto, hablando de escritores de museo. Y luego están los escritores más jóvenes que ya no tienen la ambición de escribir esa novela ecuménica a la que hacía referencia Carlos Fuentes, esa novela escrita por capítulos en cada país de América Latina. Ahora hay una amplia diversidad de temas". También dijo: "Imaginar es más fácil que escribir.

Escribir es una traducción de la imaginación. Es difícil calzar en palabras lo que uno se imagina".

A juicio del escritor Oscar Marcano, "la novela desde los años ochenta para acá retoma el dolor en cualquiera de sus facetas (físico, espiritual, como pérdida...) como la causal del nudo; es decir, hay una iniciación, una trama o nudo y un desenlace, es una novela más eficiente, y es una fórmula que utiliza con mucho éxito el cine en Hollywood".

Miguel Gomes en el Papel Literario del 20 de febrero de 2010, al referirse a la novela Bajo tierra (2009) de Gustavo Valle, comenta: "Tal vez los mejores retratos de la estructura de sentimiento con que se organiza la vida venezolana de los últimos tiempos los están ofreciendo sus narradores (...) En esta novela, que escarba en los abismos, se esboza una arqueología moral tanto de la Venezuela más remota como de la que todavía tenemos ante nosotros: enigma para la sensibilidad, el entendimiento y la memoria".

En esa misma edición Paula Vásquez Lezama afirma que en la novela de Francisco Suniaga El pasajero de Truman (2009), Diógenes Escalante "es un hombre brillante pero dominado por una pasión", y esa observación la lleva a opinar que "quizás sea eso lo que nos toque hacer a los venezolanos de hoy, ahogados por las emociones y el acontecer: pensar en el fundamento de nuestros compromisos antes de sentarnos a escribir nuestra propia locura".

Y con miras a futuro vale citar lo dicho por Ernesto Pérez Zúñiga a propósito de la aparición de Combates, primer volumen de los cuentos completos de Ednodio Quintero: "Desde el primer cuento, sorprende una prosa poética que exhibe una actualización del simbolismo para el siglo XXI, un desarrollo narrativo de los hallazgos de Ramos Sucre y de Poe, una galería hacia la más pura de las matrices literarias, donde se funden la conciencia y el sueño".

Años atrás, en texto leído en el Ateneo de Caracas me permití este comentario: cuando se plantean "los desafíos de la literatura ante la realidad latinoamericana", se infiere una toma de posición por parte de los escritores, y ello se define en términos de compromiso o de indiferencia. La conciencia del compromiso puede ser teórica o vivencial; a este último caso se ha llegado entre nosotros a través --por ejemplo-- de circunstancias tales como el padecimiento por parte de muchos de nuestros pueblos, de crueles dictaduras militares.

Los escritores se ven afectados en unos casos por medidas de franco hostigamiento, y en otros por una suerte de operación de seducción que les aplica el sistema por vía de halagarles la vanidad y con un propósito específico de neutralización.

El escritor latinoamericano de hoy enfrenta la certeza de que ya nadie está exento de riesgos ni goza de seguridad, porque a los ojos de la barbarie los creadores no conforman un núcleo humano a ser reconocido y respetado en su integridad. El presente de América Latina pone igualmente ante el narrador un elemento adicional, representado por un lector que es diferente en cuanto a que rechaza la condición tradicional de marginal de la literatura y se percibe a sí mismo como tema, con derecho a una participación activa; un lector con el que no se puede mantener una relación emisor-receptor o dador-beneficiario, sobre todo en circunstancias en que al escritor aún le toca inventar las claves y crear las referencias, así como marchar con el lector al encuentro de lo que para ambos es nuevo.

En su obra El insomnio de Bolívar (2009), el escritor Jorge Volpi hace esta afirmación: "La novela del siglo XX y principios del XXI se ha convertido en una de las artes más conservadoras e inmóviles de nuestro tiempo. Mientras la música, el teatro y las artes plásticas han logrado asimilar la herencia de las vanguardias históricas y la experimentación formal del medio siglo, integrándolas de manera indisoluble en su discurso aun si emplean recursos más o menos tradicionales --la vuelta a la tonalidad, a la acción dramática o a lo figurativo--, en cambio la novela ha retrocedido casi por completo a las convenciones narrativas del siglo XIX".

El crítico Roberto J. Lovera De-Sola en la revista Conciencia Activa (N°21) comenta El crepúsculo del hebraísta de Atanasio Alegre; considera que "estamos ante una novela bien singular en nuestras letras", asimismo que ella es "una de las pocas novelas venezolanas que tocan asuntos universales" y que en este sentido hay que colocarla junto a La visita en el tiempo de Uslar Pietri; La ilusión del miedo perenne (1992) de Antonio García Ponce, acerca de la segunda esposa de Stalin; Pessoa, la respuesta de la palabra (1992) de Teódulo López Meléndez, acerca del pensamiento político del poeta; Nunca más Lili Marleen (2008) de David Alizo, sobre un asesino nazi; y El último fantasma (2008) de Eduardo Liendo, en torno a Lenin.

Llama también la atención sobre "un hecho literario que está sucediendo entre nosotros"; y lo detalla: "En lo que a literatura se refiere, dentro del vigoroso panorama creador que el país está viviendo, también están apareciendo algunos escritores que han esperado la madurez plena para publicar, han impreso sus libros después de los cincuenta años: Francisco Suniaga, Elisa Arraiz Lucca, Gisela Cappellin y el propio Atanasio Alegre".

Me permito sumar a dicha observación una personal: la constatación de la presencia numerosa y entusiasta de artistas, escritores y otros intelectuales en las presentaciones de libros. Un manifiesto aumento del número y frecuencia de dichos eventos, siempre cálidos, que aviva nuestra convicción de que Venezuela es un país firme en la decisión de ir siempre adelante, aún enfrentando circunstancias tan absurdas y adversas como las actuales. Parecería incluso que esa asistencia tiene una motivación adicional en lo político, equivalente a decir ante tanta ordinariez, tanta vulgaridad agresiva, "aquí está el país pensante, creativo, el de apego a valores éticos y culturales esenciales".

El escritor Javier Marías, en el discurso que pronunciara al serle otorgado el IX Premio Internacional de Novela "Rómulo Gallegos" (1995), formuló y respondió bellamente esta pregunta: "¿Por qué seguimos leyendo novelas y apreciándolas y tomándolas en serio y hasta premiándolas, en un mundo cada vez menos ingenuo? Parece cierto que el hombre tiene necesidad de algunas dosis de ficción, esto es, necesita lo imaginario además de lo acaecido y real. No me atrevería a asegurar que el ser humano necesita ’soñar’ o ’evadirse’; prefiero decir más bien que necesita conocer lo posible además de lo cierto, las conjeturas y las hipótesis y los fracasos además de los hechos, lo descartado y lo que pudo ser además de lo que fue. Las personas tal vez consistimos, en suma, tanto en lo que somos como en lo que no hemos sido, quizás estamos hechos en igual medida de lo que fue y de lo que pudo ser. Y todavía es hoy la novela la forma más elaborada de la ficción, o así lo creo. De ahí que acaso no sea justo lo que dije de que la novela relata lo que no ha sucedido. Quizás ocurra más bien que las novelas suceden por el hecho de existir y ser leídas".


Y Ángeles Mastretta al recibir dicho galardón dijo en su discurso, al que tituló "El mundo iluminado":
"Considero un privilegio el oficio de escribir como lo hicieron tantas mujeres y tantos hombres a quienes sólo rigió el deseo de contar una historia para consolar o hacer felices a quienes se reconocen en ella. Aún menos certeros que los geólogos, más empeñados en la magia que los médicos, los escritores trabajamos para soñar con los otros, para mejorar nuestro destino, para vivir todas las vidas que no sería posible vivir siendo sólo nosotros".

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