domingo, 30 de mayo de 2010

Poesía para (sobre) vivir la tempestad


EL NACIONAL - Sábado 29 de Mayo de 2010 Papel Literario/2
La tierra y el mito de María Calcaño
La Obra completa de María Calcaño ha permitido el descubrimiento de dos de sus poemarios que permanecían inéditos
ÉRIKA ROOSEN


Cuenta el mito que la doncella Koré se encontraba jugando en el prado cuando descubrió un hermoso narciso a sus pies, en palabras de Karl Kerényi, "de su raíz crecían cien brotes, dulce fragancia esparcía a su alrededor, haciendo que los cielos sonrieran".

Incauta, la niña se tendió hacia él sin sospechar que el dios del Inframundo, Hades, esperaba ese gesto para surgir de la tierra y raptarla.

Su madre, Deméter, escuchó los gritos de la doncella pero no pudo ver quién era su raptor, entonces, "un dolor agudo la tomó en su corazón, se arrancó de su inmortal cabellera el tocado y echándose sobre los hombros el oscuro velo, se lanzó como un ave sobre tierras y aguas en búsqueda afanosa de su hija". Víctima de una profunda depresión por haber perdido a la niña, la diosa de la tierra sometió a los hombres a un año terrible en el que ninguna semilla brotó y en el que la abundancia se convirtió rápidamente en escasez. En vista de esto, Zeus decidió enviar a Hermes, el mensajero, a buscar a la niña en el Inframundo y regresarla por algún tiempo junto a su madre. El mito clásico de la tierra explica así las estaciones: los meses en los que la niña sube a estar junto a la madre, retoñan las ramas, dan fruto los árboles. Pero los días en los que ella desciende al mundo oscuro junto a su marido, llegan el invierno y la muerte.

Las Alas fatales Sin embargo, la niña que fue raptada por Hades no es la misma que regresa junto a su madre. En ese descenso a la oscuridad que ha constituido su rapto, Koré ha sufrido una profunda transformación y se ha convertido en Perséfone, la diosa del Inframundo. El mito nos habla así de la muerte: una muerte que significa cambio, que trae consigo la posibilidad del renacimiento, que revela la iniciación del paso de la doncella a la mujer. Y es justamente de esa transformación de lo que nos habla la poeta María Calcaño a lo largo de toda su obra, especialmente en Alas fatales, su primer poemario.

Publicado por primera vez en 1935, Alas fatales ha sorprendido a todos los críticos que se han acercado a él por su temática erótica, impensable para la época. Poemas como "El deseo": "Ábreme la vena, / abundante... / que la tengo estrecha. // Déjame una brecha, / deja que me dure / el goce / del hombre delante", hicieron que Andrés Eloy Blanco, en su momento, exclamara: "su libro quema, María Calcaño". Y la crítica, en adelante, se ha fascinado tanto con ese ardor que ha terminado por clasificar su obra como "poesía erótica", impidiendo con ese calificativo una lectura más profunda de la misma. Sin embargo, no sólo en su temática y en las constantes metáforas de la tierra sino incluso en su configuración, el poemario recuerda ese mito primigenio del que hemos hablado, adentrándose, con versos que parecen muy sencillos, en la oscuridad del rapto y en el misterio femenino de la gestación y de la vida.

Rapto y transformación No es casual que la poeta haya decidido dividir su libro en cinco momentos a partir de pequeños epígrafes de presentación. En el primero de ellos, "Yo / (Ceniza, fuego, astro, canto / o flor. Mi dolor y mis sueños. Yo)", Calcaño nos presenta a esa doncella que es "perpetua ansia de florecimiento". Quien habla en esos primeros poemas es la niña que sabe que "la vida / es este montón de tierra fértil" y que "el hombre / y yo / somos la quimera". Es la niña, en fin, que será raptada en el segundo momento del libro: "Ahora / (Fruta madura por el sol del mediodía. / El amor en sazón. / Racimo grávido sobre la boca ansiosa)". Es entonces cuando el erotismo se revela con mayor intensidad. La niña vive su iniciación y regresa, cual Perséfone, convertida en otra, a los brazos de su madre: "No me beses, madre!... / hoy traigo los labios / manchados con otros. / No son como antes / dos pétalos blancos; / hoy los tengo rojos // No me riñas, madre! / Si pena te traje, / que estoy deliciosa...". Como vemos, rara vez se detendrá Calcaño a describirnos la experiencia erótica. Su erotismo es mucho más intimista y surge con la partida del hombre, deteniéndose por completo en el efecto que él ha causado en ella: "Me probó de paso / de paso, y ahora tengo / llamas en la boca".

Y, tras ese rapto, la mujer desciende en el poemario, como en el mito, al Inframundo. En este sentido, el tercer momento en el que divide la poeta su libro es el de la muerte: "Después / (Misterio. Sombra. Nada. De esta ecuación arcana / brotará la vida)". Pero se trata de una muerte psíquica, de la que se espera el renacimiento y la transformación: "pasaré las rendijas cuando menos lo piensen / y retoñaré vida sobre el terrón de muerte". Un retoñar que, en el libro, pasa por la gestación, por el misterio de la vida en la mujer. Así, en el cuarto momento del poemario, María Calcaño nos revela el nacimiento de los niños, el fruto de ese rapto: "El tiempo inmenso / (La carne nueva temblará como la primavera, en un árbol florido)". Al llevarlo a ese tiempo primigenio del mito, el alumbramiento retoma un carácter sagrado y milagroso, se torna la esencia de la vida: "por ti llevé cien años / los brazos implorantes, / y se han vuelto salvajes / estos brazos que son / para sostenerte a ti, ¡hijo mío!".




La historia de una vida Quizá lo más hermoso de este primer poemario de Calcaño sea la narración interna que van tejiendo sus poemas. Al pasar por esos cinco momentos en la vida de una mujer, revela su voluntad "no ya de escribir, sino de escribirse en el tiempo" de la que hablara Yolanda Pantin. Así, luego del nacimiento de los hijos y de la nueva transformación de la mujer en madre, Calcaño nos deja con un último momento, que es el de la vejez. "Cualquier tiempo / (El dolor es firme. La ilusión es móvil. / En el espejo de las horas se reflejan el cielo estrellado, / la noche sin aurora)". El erotismo que quemaba con el rapto seguirá quemando en esta parte final del poemario: en la emoción, en la nostalgia. La vejez de Calcaño es una vejez que no se resigna al encierro, que sale con la aurora para que ésta la tome, "medio desnuda / sobre la yerba!". A través de ella habla esa tierra que sabe que toda muerte conlleva un renacer, esa tierra que ata a la mujer con la vida y le permite llevarla en el vientre. Hasta qué punto era consciente María Calcaño del mito al sentarse a escribir es algo que no podemos saber. Lo que sí podemos afirmar tras leer sus poemas es que el mito la tenía tomada a ella.
Martha Kornblith: vivencia y realidad
JOSÉ ANTONIO PARRA

Conocí a Martha Kornblith (Lima, Perú, 1959) durante los a ños noventa. Martha fue una figura hermética, sumamente enigmática; la veía con regularidad en el pasillo de la Escuela de Letras de la Universidad Central de Venezuela. Recuerdo un día en particular en que nos encontramos azarosamente en diversos sitios de la ciudad; al final del mismo, en el último encuentro, Martha no dijo nada pero dejó entrever su contrariedad por esas coincidencias.

La primera vez que la vi recitando poesía leyó su poema lapidario "Clínica Monserrat". Nunca más pude olvidar ese texto, así como tampoco pude olvidar el poema final de El perdedor se lo lleva todo, libro que a mi modo de ver es una pieza maestra en la concepción estética, un hito, un trabajo donde la intencionalidad en la recreación de un mundo alternativo es metáfora y al mismo tiempo denuncia de la experiencia humana.

Este trabajo está concebido como una unidad en la que se abre un mundo otro y a la vez el mismo que percibe la autora, es la puesta en escena de lo artificial de la vida, de cómo la locura no es más que un discurso montado sobre lo real.

Más allá de la anécdota apunto a la complejidad de la poeta, de la mujer. Martha era silenciosa, esquiva, nada ni nadie --incluso la vida misma-- podían asirle. Ella estaba conciente de ello, del dolor, conciente de su abrumadora vivencia, de lo imposible de la misma; me figuro que la elaboración de El perdedor se lo lleva todo, como constructo que va más allá del registro estrictamente poético plantea una atmósfera posible frente a una realidad imposible, lo imposible de su vida.

En Oraciones para un dios ausente el punto central, más allá del discurso psicoanalítico al que la poeta apela con un cierto humor oscuro en el poema "Dime Jessy Jones" es la propia pérdida de los signos referidos a la realidad.

"Dime Jessy Jones", el leit motiv de este poema, genera per se una atmósfera cálida, exótica, contrapuesta a la frialdad y a lo sistemático que puede resultar el discurso psicoanalítico. Martha nuevamente da un rostro más llevadero a la realidad.

"Dime Jessy Jones, / cuáles son los caminos que conducen a Bridge Town, / Cinamon City, Orson Gate. / donde caigo de bruces frente a la palabra, /que en definitiva es él, / y entonces la rabia cede".

La apuesta de Kornblith no es la del perdedor, su palabra es el triunfo del espíritu, es la puesta en escena del predicamento inicial de El mito de Sísifo de Camus en el sentido que el verdadero problema filosófico es el suicidio. En Martha éste es un aspecto último y definitivo de la vivencia que pone en primer plano lo absurdo de su relación con el mundo; no obstante, la poesía le da asideros que justifican, paradójicamente, la existencia. La poeta no niega la vida, la afirma en su propia elección, en ella la vivencia del poeta era un sello de piel, tenía conciencia de ello y de la propia inmortalidad del texto en tanto manifestación sutil de la materia. Kornblith se afirmó en su decisión, en su experiencia estética. Ella lo intuye y de una manera lapidaria lo dice al final de El perdedor se lo lleva todo: "¿Quién puede decir que he perdido? / Si no es menos naranja la naranja porque se pudre".

La experiencia de Kornblith es la de una visión superlativa de las cosas; bien sea colocadas con la intermediación de un andamiaje alegórico, un nuevo universo, o bien la cosa misma descarnada.

Martha Kornblith es la gran confesionalista de la lírica iberoamericana.

En El perdedor se lo lleva todo, la recreación de Las Vegas, ciudad del vacío por el vacío y de la imagen por la imagen, la poeta pone en primer plano al mundo, a la locura y a sus signos inherentes. Kornblith pone en denuncia el territorio que habita, al mundo con el que dialoga y tras la máscara del glamour, de ese cálido glamour con el que expone un viaje alucinado por la ciudad del juego, hace de su propia palabra mensaje; la experiencia de El perdedor se lo lleva todo es lúdica. Las atmósferas sutilmente embellecidas, las personas desdibujadas en lo efímero y el paso aparatoso que lanza al ser hacia una nada tras la cual están todas las circunstancias del mundo es un agudo juego estereoscópico. En El perdedor se lo lleva todo, esta recreación de la realidad tiene un carácter alquímico, de esta manera la autora nos devuelve un mundo que nace de las ruinas. Una atmósfera diáfana, bella y elaborada sobre una tonalidad reflexiva.

"Este camino es nuestro único camino / nuestras raíces se han aferrado / al oro y al barro / hemos cosechado en la podredumbre / Que nuestro privilegio, nuestra ganancia / es la costumbre y el viaje / es a lo que me refiero".

Martha Kornblith habitó la realidad cotidiana, pero también un mundo otro, uno donde el significante remite a un significado último y misterioso, más allá de la mera elaboración estética, en la cual se daban los "azares" más extraños. Solíamos esperar en los pasillos de la Universidad Central de Venezuela, o en el significado trascendente del mismo en tanto alegoría de pasaje en la temporalidad. Por aquellos días de 1997, Martha había tomado un curso sobre Séneca que se ofrecía en la Escuela. Curiosa elección. Por aquel tiempo bromeé con ella y le dije: "Please... Lemonade", haciendo referencia a una canción de Syd Barrett, paciente célebre de R. D. Laing, psiquiatra a quien Martha acota en "Clínica Monserrat" y a la propia escuela antipsiquiátrica --fue una de las dos veces que le vi sonriendo. De hecho el espíritu de la propuesta de Laing queda en evidencia en el agudo y demoledor poema "En todas las casas": "En todas las casas / siempre habitará un poeta / con una hermana (que no es poeta) / que le dirá / que escriba una biografía / sobre su familia. /En todas las casas / habitará una poeta / --loca además--".

Aquí, al adentrarse en el poema, Kornblith, con precisión azarosa recrea esa atmósfera cálida y exuberante a la que me refería al comienzo.

"--que vive en otro país-/ y que busca (en inglés) / la génesis de la familia. / Conoció, hace años / a esta pariente esquizoide / (tan callada, tan lejana --dijo--) / (So quiet, So Withdraw) / No la reconoció en su última foto. / (lucía tan diferente) / (She looked so different, / so atractive, so outlocked)".

Me atrevo a afirmar que el tono lírico y la intención estética llegan a un clímax en El perdedor se lo lleva todo. Intuyo que Martha elaboró su propio desenlace. Un día, muy próxima su muerte, la encontré sentada al fondo del pasillo de la Escuela de Letras, estaba sola, sentada en un banco, encogida de hombros para las estrellas.

Nos vimos en ese instante en que yo llegaba, me vio y sonrió --fue la segunda vez que la vi sonreír--, hizo con la mano la señal de saludo y se volvió a encoger de hombros. Lo siguiente que supe, al día o dos de ese hecho, fue que se había suicidado. Maestra de la paradoja, su saludo había sido una despedida; ésa fue su elección.

Martha Kornblith perteneció al grupo Eclepsidra y fue autora de Oraciones para un dios ausente (Monte Avila, 1985), El Per- dedor se lo lleva todo (Pequeña Venecia, 1997) y Sesión de endodoncia (Eclepsidra, 1997).

Ilustración:
http://inesrubiales.com/imatges/galeriafotos/DSC00943.JPG

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