Inadvertido, el nuestro es un itinerario de bytes. Solemos consignarlos día a día, en clara dependencia con ellos. Empero, ¿es enteramente con ellos?, pues la red no se explica sino como una comunidad de personas, por más acrobática que luzca en su febril continuidad.
Inicialmente, una bitácora indispensable: apuntaciones que padecen cierta necesidad de notariarse en el mundo digital. A la postre, un reservorio de notas y documentos que, en lo posible, soporte un poco el ejercicio y, algo más, el compromiso con el ineludible mundo real.
Vitrina de inquietudes, galería de ocurrencias, repertorio de lo inútil. No importa tan pronta definición, porque es el testimonio lo que sobrevive en el universo de las apariencias que acostumbran a consumirnos: la resistencia frente a lo trivial.
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