Los números educativos
Luis Barragán
El régimen cuida muy bien de no actualizar sus estadísticas en los más disímiles ámbitos, creyendo frenar así los incontables problemas que ha generado. El malabarismo de los números, cuando se permite publicarlos, deja atrás una realidad asaz vivida y sentida, aunque preocupa también que la manipulación de los niveles superiores induzca al error de los niveles medios de la administración pública, extremando la confidencialidad en el diario desenvolvimiento de sus funciones.
Ocurriendo algo parecido en otros ámbitos, en cuanto tal, el Estado no divulga las necesarias cifras respecto la educación venezolana, como solía ocurrir en décadas anteriores. Excepto algunos guarismos contradictorios y dispersos que sirven para la arenga circunstancial, intentando la floritura de una burda consigna, la deducción y el testimonio personal constituyen dos de las fuentes acreditadas para confirmar el desastre que ha significado el reciente regreso a la escuela: simplemente, no toda la muchachada regresó.
Escuelas como las de los municipios Girardot y Linares Alcántara, en el estado Aragua, constituyen una muestra del drama educativo que atravesamos, pues, en Paraparal o Río Blanco, la Francisco de Miranda o 18 de Mayo, ejempifican la inasistencia a clases de los muchachos que, a duras penas, se han inscrito, abandonándolas definitivamente para ayudar a la supervivencia familiar, sin contar con el cuadro de violencia generalizada que obra como un poderoso estímulo para no arriesgar en el itinerario, con los pocos implementos que se compraron, y los propios antivalores que genera el discurso real del poder establecido. Los niños que apenas puede concluir el sexto grado, no lo harán con el primer año de la educación media porque – además – tendrán que sentarse en el piso, ya que existe un importante déficit de pupitres en inmuebles de dudosas condiciones.
El turno completo de clases, se ofrece como una severa amenaza para el adolescente que forzosamente ha de dedicar parte del día a buscar un empleo o sobrevivir con el que lo simula, como el docente que necesita trabajar más de doce horas al día, en distintas instituciones y lugares, siendo más atractivas las privadas. Experimentamos el dolor de las familias a las que, más que pedirles el voto, solicitamos la ratificación del respaldo a una plataforma parlamentaria que sea capaz de una transición para revertir la crisis: la conversación se extiende, porque casi hacemos la labor de campo de un encuestador, enterándonos que no todos los niños irán y se sostendrán en la escuela, algunos aprenderán las operaciones aritméticas básicas en la propia casa que los urge para intentar alimentarse, postergando alguna dolencia física, sin noticias de un odontólogo, resignados a un aparato de televisión con improvisada antena, como único elemento lícito de distracción, porque la suscripción satelital o por cable les es imposible, por más que la sobre-oferta del servicio la abarate.
Tratamos de una materia de la que frecuentemente tocamos el profesor Jonathan Noguera y el suscrito, reportando las preocupaciones de sus colegas que también se apenan cuando constatan que los pocos números oficiales disponibles y la excesiva verborrea oficial, nada tienen que ver con la cuenta que llevan y las vivencias que les parten el alma. Realizan aportes, en la medida de lo posible, para evitar que los muchachos abandonen el pupitre que no tienen, realizando un esfuerzo hasta personal para que los padres y representantes insistan en la educación formal: sin dudas, un tarea literalmente heroica que no aparece ni aparecerá en el juego estadístico gubernamental y, por tal, ornamental, cuyo atraso ya no sorprende.
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