Cercana la fecha aniversaria, el
18-O ha adquirido la relevancia académica que merece. Y no lo decimos solamente
por el trabajo de Sócrates Ramírez al asumirlo como un fenómeno revolucionario,
publicado alrededor de un año atrás, sino por algunas de las tesis de grado que
lo enfocan, de acuerdo a varios docentes amigos que tienen la ocasión – a veces
penosa – de evaluarlas o, simplemente, leerlas, con resultado irregulares.
Debate (Mondadori, Bogotá, 2007),
tuvo a bien publicar en 2007 a Jesús Sanoja Hernández, convertida a edición en
tributo al incansable trajinador de la prensa diaria. El primer tomo tiene por
capítulos: Primeras revelaciones, ¿Contragolpe o contrarrevolución?, El destino
manifiesto, Extraño interludio; el segundo, 23 de enero y Cuarta República, La
alternativa democrática, La Vía Apia de la estabilidad, Insurrectos y pacificados,
La difícil transición, 1945-1999: ¿dos revoluciones?; el tercero, Viaje a la
prehistoria, La guerra y la paz, Gómez único, Entre el pasado y el futuro,
Comienzo y fin: 19 de abril y 11 de abril, Tiempo de balances; el cuarto tomo,
es de fotografías.
El autor se refiere a una materia
controversial o nada pacífica, teniendo por fondo los hechos de 1945, hasta
abordar la más reciente contemporaneidad.
Un especialista en historia, celoso de sus perspectivas epistemológicas
y metodológicas, las que – por cierto, entendemos – cuesta conquistar, seguramente
lo cuestionaría. Quizá, por ello, Sanoja Hernández insistió siempre en su
condición de cronista. Y si bien es cierto que lo fue, extrañándolo muchísimo
en la prensa – ahora – digital en boga, huérfana generalmente de memoria, no
menos cierto es que buena parte de sus aportes tienen el valor de un testimonio
personal que le concede una mejor
jerarquía digna de los investigadores de la hora para calibrarla.
Leídos los tomos hacia 2007,
conservamos una inicial impresión: ha podido ahondar, detallar, extenderse en
varios y disímiles asuntos, pero – si mal no recordamos – se tratan de trabajos
que no pretendieron una entrega postrera, por lo que sus archivos – copiosos,
endiablados, prácticamente sofocantes, como lo registra una famosa fotografía –
deben estar repletos de notas de una extraordinaria importancia. Puede decirse,
para concluir, que Sanoja Hernández fue – a muchísima honra – un gran cronista
que todavía puede deparar sorpresas de hincar el bisturí en sus papeles, porque
– además – no estuvo ajeno a los avatares de la militancia política, un dato
esencial.
Valga acotar, el cuarto tomo
contiene una buena y nítida compilación fotográfica, en papel glasé, donde el
18-O brilla en el escenario. Unas más conocidas que otras, claman por un
repertorio inédito de intentarse otra edición.
LB
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