Luis Barragán
Nacimos a la vida independiente y republicana a través de sendos actos de deliberación, antes de ganarla definitivamente mediante las armas. Hoy, desacreditada y combatida por una atípica dictadura que la teme, la palabra ensaya también su supervivencia en el propio parlamento, además, siendo el suyo un “oficio precario y terriblemente disperso”, como diría Sartori.
Por protagónico y participativo que se diga el régimen, el debate – público y privado – ha descendido a niveles antes impensables, respecto a los distintos medios de comunicación que lo escenificaban vigorosamente, y a las sociedades intermedias que se explicaban por una herramienta insustituible, como los gremios empresariales, sindicales, profesionales, académicos o vecinales. Y ello ocurre no sólo por los hechos de fuerza, la (auto) censura y el bloque informativo, sino por la decidida contaminación del lenguaje que, más allá del consabido código orwelliano, apela a un enfermizo razonamiento falaz, sintonizando y reforzando los más variados prejuicios, y al literal, sostenido y desinhibido disparate de los hablantes del poder.
No es otro el contexto para una Asamblea Nacional que se supone domicilio natural de toda deliberación, debate, discusión, polémica y otros términos cercanos, aunque ya hay voces que adquieren una significación de dudosa utilidad y prestancia, exactamente asociada a los intereses del continuismo oficialista, como “diálogo”. Muestra ésta de una descomposición que ha dado alcance al parlamento, pues, todo esfuerzo de persuasión deviene chantaje en la dinámica política del sistema, por descarado que fuese, identificado como una tendencia urgida de revertir.
Puede hablarse del fin de la política, como vocación y quehacer, en espera del otro momento histórico para recobrar plenamente su inspiración y energía creadora. Ante la creciente militarización de la sociedad y sus instituciones, observamos una galopante desparlamentarición que, apenas, siendo irreprimibles, zanja sus diferencias con la extorsión cada vez más descarada, o la brutal imposición de pareceres y conductas, que sintetiza algo más que una metáfora: el maletinazo.
Deliberar obliga a un cuerpo representativo que cultive la palabra, la razón y la emoción, actualizando al propio Estado, satisfecho un mínimo de formalidades, reconociendo la interlocución. El estallido del parlamento y la resistencia de lo que de él queda, por mayoritarios que sean sus miembros, requiere de una reflexión para la acción inmediata a favor de las libertades pendientes y de la misma noción y sentido republicano en franco peligro.
Fotografías: LB, escenas del hemiciclo, en el curso de la supuestísima sesión de instalación. Caracas, 05/01/2020,
21/01/2020:
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