De una pedagoga en la cola
Luis Barragán
Cada quien busca una explicación para las largas colas, concluyendo – acertada y frecuentemente – en la responsabilidad que tiene el gobierno nacional, aunque sus defensores – tan minoritarios – ensayen otras que versan, por ejemplo, sobre el crecimiento de la población. El problema no está en la simplicidad o en la complejidad de las respuestas, sino en la propia ocasión para discutirlas, pues, así como opera la (auto) censura en los grandes medios (convencionales o no), existe una cierta tendencia a guardarse las opiniones personales, evitando así cualquier agresión en la calle. Sin embargo, con paciencia, escuchamos una correcta interpretación que apela – por añadidura - al pasado.
Haciendo nuestra fila para adquirir las pastillas de la casa, larga y de improbables resultados, una señora contestó sin sobresalto alguno, a otra que implicó la famosa guerra económica aseverando que antes y muy antes no hubo medicamentos suficientes en el país. Logró la atención de los que todavía no alcanzábamos el umbral de la farmacia, bajo un picante sol de mediodía.
¿Dice ud. antes? Y, seguidamente, demostró un natural talento pedagógico al relatar y explicarnos que cualquier persona, hasta por capricho, podía adquirir un remedio con el boticario que se le antojara, fuese o no integrante de una gran cadena nacional. No sólo había el medicamento, sino que el problema era elegir la marca que, ante el genérico, daba garantías de un proceso de elaboración de mayor calidad.
Faltando poco, el médico mismo obsequiaba las cajitas de pastillas, por ejemplo, que les dejaba de muestra el visitador médico, oficio útil y honrado ya desafortunadamente desaparecido entre nosotros, a favor del celebérrimo bachaquero. La vecina muy bien regalaba algo para el dolor de cabeza, cuya reposición le era tan fácil como la de una caja de chicles.
¿Dice ud., ahora? Bueno, nada puedo agregar – aseguró la pedagoga – porque lo que está a la vista, no necesita de anteojos. Y si lo desea, averigüe qué pasó con los dólares que el gobierno todavía le debe a los laboratorios que tuvieron que cerrar e irse, desempleando de paso a miles de venezolanos.
Prosiguió serenamente la conversación, perfeccionándose con otras voces hasta que llegó nuestro turno. Apenas, conseguimos uno de los tres medicamentos que buscábamos y seguimos buscando.
Cada quien busca una explicación de lo que acontece y la encuentra, perfeccionándola con la deliberación serena. Y es ésta la que no le interesa al régimen, como si – al censurarla o perseguirla – solucionara el problema.
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