Aparatosa e inútil complicación
Luis Barragán
La otrora jefatura civil daba cuenta de las partidas de nacimiento y de defunción, el orden público en una jurisdicción de extensión más o menos extensa, casaba, coordinaba sendas actividades comunitarias, encerraba a carteristas y borrachitos, entre otras de las facetas de una variedad cónsona con los recursos disponibles. Quizá una de las más importantes, mantenía la paz vecinal, no sólo porque contaba con un mínimo contingente policial a la mano, sino porque solía imponer las ordenanzas que versaban sobre la pacífica convivencia.
El pleito de vecindario, el ruido estridente u otras de las faltas cotidianas, podían ventilarse en la jefatura y, por lo general, culminaba con la llamada caución. El compromiso de mantener la buena conducta, muchas veces lograba la definitiva reconciliación de las partes.
Ahora, la cosa es más complicada porque, faltando un juez de paz, el problema se encamina a través del Ministerio Público, por muy modesta que sea la queja, complicándose inútilmente el asunto a diligenciar. El fiscal, atiborrado de expedientes, clama por un delito para enderezar su atención ante el conflicto de un par de vecinos que, siendo lo más lejos que han llegado, se han mentado la madre.
El supuesto reordenamiento de las tareas del Estado, ha perdido de vista la vida cotidiana y de casos, diferencias, pleitos y problemas, más sencillos que, al no recibir la adecuada atención, se complican aparatosamente. Así como existen ministerios que parecen constelaciones apartadas con sus innumerables despachos ministeriales, viceministeriales, institutos, etc., y todas las reglas y procedimientos correspondientes, duplicando las funciones, parece ocurrir y ocurre algo semejante “hacia abajo”: el trámite de una diferencia por el rayón que alguien plenamente identificado produjo al automóvil en el estacionamiento, como un gesto de revancha, nunca es resuelto por la madeja kafkiana de un Estado que, al agigantarse, deja simplemente de serlo.
Coexistir tiene sus dificultades, pero el Estado renuncia a atenderlas. Obviamente, no desaparecerán, sino que se complicaran como el Estado mismo que termina por ausentarse.
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