domingo, 12 de abril de 2015

DE LA PRECISIÓN HEMEROGRÁFICA

Un militar olvidado
Ox Armand


Siempre nos intrigó el proceso de la constituyente de 1952 al interior del otrora régimen. Es harto conocido el tenor que adquirió el otrora Consejo Supremo Electoral y el cambio de un directorio que facilitó el fraude, pero muy poco se sabe de la corporación castrense. Alguien me había dado el dato de un oficial que se negó a reconocer los resultados y fue castigado en consecuencia. Busqué tanto que hasta por  fin lo conseguí y, como aguja en un pajar, Ezequiel Díaz Silva satisfizo un poco más la posibilidad de emprender un trabajo en la materia (El Nacional, Caracas, 19/03/1975), aunque proyectos como estos suelen caerse con el tiempo. Quizás por eso, adelantamos esta nota. El coronel Rafael Aurelio Arráez Morles (1910-1975) era el comandante del llamado Agrupamiento Militar nr. 1 (estados andinos) por 1952. Al enterarse de las cifras electorales, llamó a sus oficiales y manifestó su inconformidad, enterándose Pérez Jiménez, quien lo metió tres años preso en la isla de San Carlos (estado Zulia). Entendemos, después salió como agregado aéreo en la embajada de España y, al caer el dictador, contó con la fortuna del reconocimiento, siendo designado comandante de la policía de Caracas (cargo nada fácil por entonces), siendo ascendido a general de brigada en julio de 1960. Valga la curiosidad, ya retirado, murió en un accidente de tránsito en Las Fuentes de El Paraíso, Caracas, tal como lo había hecho lamentablemente antes uno de sus hijos.

Hay una parte muy breve de la conocida obra de Eduardo C. Shaposnik (“Democratización de las fuerzas armadas venezolanas” (ILDIS-FGB, Caracas, 1985: 146 ss.), en la que resume algunas de las entrevistas que, ojalá, algún día, a alguien se le ocurra publicar extensamente (siempre es recomendable ofrecer el trabajo de campo, junto a la obra). Refiere José Giacopini Zárraga que fueron algunas las excepciones en la institución armada que no acompañaron al dictador por 1952, Hugo Trejo señala que la oficialidad joven de entonces no estuvo contenta, Freddy Rincón asegura la existencia de un auto-golpe que habla por sí mismo.  Por lo general, se sabe de conspiraciones como las de Tunapuy, Villa Zoila o Boca del Río, pero nada o muy escasamente de las otras vicisitudes que deben estar profundamente sepultadas en los archivos militares, sin que siquiera tengan el sello oficial de una documentación clasificada. Creo que es tiempo de abrir esos papeles para los investigadores, pues, contrariando la inevitable matriz que el tiempo asentó, no fue fácil celebrar el período perezjimenista como un mandato institucional de las Fuerzas Armadas, ocurrencia de Laureano Vallenilla-Lanz Planchart, ocurrencia a la que supo darle cierta dignidad doctrinaria.  El caso del coronel Arráez Morles demuestra cuán interesante ha de ser todo el iceberg, juzgando por una punta que la navegación prefiere esquivar llenando el barco del historiador de demasiada bagatela.

Quisiéramos reivindicar, por cierto, la prensa regular, escrita y convencional, como fuente de la investigación histórica. Es cierto que, de no estar atentos, incurriríamos en muchos errores de apreciación, pues, Perogrullo nos avisa que ella  principalmente procesa la noticia circunstancial, efímera, a veces insostenible, pero también el dato preciso, iluminador, susceptible de una comprobación a veces penosa. Por ejemplo, Carlos Alarico Gómez al considerar la trayectoria política de Ramón Tello Mendoza (“El Círculo Valenciano”, SEV, Caracas, 2012), se permite algunas notas hemerográficas de exactitud, respaldado por una excelente bibliografía, hallando y citando un testimonio en el periódico El Luchador de Tumeremo (1954) sobre la identidad de quien mató a Joaquín Crespo. Hemos visto testimonios sobre Jesús María Castro León, aislados y regados en la prensa, diez o veinte años después de su muerte en prisión. Se ha hablado (mas no publicado) de los cuentos de Rómulo Betancourt en Billiken, los que después tanto le arrechaban por el lenguaje que, sin dudas, perfeccionó en su particular estilo.  Dice mejor de Teodoro Petkoff, varias entrevistas de profundidad en Tribuna Popular o Deslinde entre los sesenta y setenta que el mismísimo y precursor libro sobre Checoeslovaquia. Hubo  reporteros, entrevistadores y periodistas en general que, por la profunda vocación y solvencia de su oficio, fueron más allá del volandero trabajo, contrastando con exquisita liviandad de los que ahora (por lo menos) cuben la fuente política.

Otra cosa, Arráez Morles fue ascendido y seguramente se jubiló como general de brigada. Ramón Florencio Gómez estuvo con ese grado durante cinco años, al frente del ministerio d la Defensa de Leoni hasta que, a las puertas de su retiro, subió a general de división. No hacía falta, como hoy, inventar rangos y ampliar innecesariamente las plazas.

Fuente: http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/22216-un-militar-olvidado

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