domingo, 12 de noviembre de 2017

MICROSCOPÍA

Diálogo adentro
Luis Barragán

Imposible de esconder el bulto, el problema de las conversaciones o del diálogo no sólo estriba en los eufemismos que cultiva tan afanosamente el régimen, sino en las propias maniobras divisionistas que, además, lo recrean. Varios partidos de la oposición, diciendo representarla cabal y  completamente, tomaron la inconsulta iniciativa y, entendemos, todavía esperan porque la dictadura cumpla con algunas de las formalidades previas, como la de convocar efectivamente a los cancilleres involucrados.

Después de impulsar la histórica  consulta popular del 16-J, evidenciado el fraude constituyente del 30-J, los partidos que monopolizaron la MUD, decidieron participar en los comicios regionales unilateralmente.  Apropiándose indebidamente de la representación unitaria, como lo ha enfatizado Armando Martini,  hicieron caso omiso de toda advertencia, estigmatizaron a los disidentes, encaminándose a un monumental fracaso que solo les pertenece, aunque – inevitable – arrastra al resto de los sectores de oposición.

Pocos días atrás, uno de los voceros actuales del diálogo en ciernes, incluso, señaló el acuerdo de Vente Venezuela al respecto, ciertamente, toda una temeridad al saber el mundo entero de la posición defendida por el partido  de la libertad y, concretamente, la de su líder, María Corina Machado. Por  lo demás, de tratarse de los partidos con representación parlamentaria, implicar a la Asamblea Nacional, por lo menos, obliga a la libre celebración del correspondiente debate.

El asunto estriba en la misma capacidad para la conversación o el diálogo de los actores que lo aconsejan y diligencian con la dictadura, pues, puertas adentro, en el seno de la oposición, lo niegan. Siendo compleja y plural, como la sociedad venezolana que la dictadura pretende sojuzgar y uniformar a cualquier precio, mal pueden emplear las mismas prácticas del oficialismo, e, incluso, evadir las responsabilidades respecto a las fracasadas diligencias anteriores, como las de los  encuentros de 2014, 2016 y de los que se sabe de  2017.

Hablan mucho de la unidad, pero subestiman o desprecian a los factores reales e ineludibles que la conforman. Vale decir, presumiendo, nada más y nada menos, que basta con el interesado reconocimiento de la dictadura, rompen con esa unidad que, con o sin ellos, es una mandato también espiritual de una historia que no concluye, llevándonos a tres circunstancias obvias: la una, legitiman alianzas opositoras más amplias y sustanciales, como “Soy Venezuela”; la otra, corren los apropiadores indebidos el riesgo ya de ser reconocidos como corresponsables del actual desastre; o, por último, de suscribir un acuerdo, obviamente se convertirán en perseguidores o represores, directos o indirectos, de la misma oposición.

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