martes, 14 de noviembre de 2017

TRANSGRESIÓN

EL UNIVERSAL. Caracas. 14 de noviembre de 2017
Contracorriente
Alirio Pérez Lo Presti
  
Hay en todo arte un cuestionamiento a la realidad. El artista, de cualquier género, al realizar un acto de creación, está poniendo en duda lo relacionado con lo que entendemos como nuestra percepción ética y estética de cuanto nos circunda. Cuando un pintor, por ejemplo, realiza el insólito caso de interpretar cuanto percibe, lo hace como una manera de transgresión. Sea para embellecer lo que ve o para recrearlo desde una perspectiva en donde lo natural se transforma en feo.

Embellecer lo feo es una de los grandes retos de cualquier género y por esa cualidad de generar una interpretación particular de las cosas, el arte produce admiración. Esto pasa con cualquier disciplina ligada con la actividad creativa, incluso la cosa va mucho más allá, al punto de poder transformar lo que entendemos como cultura o civilización, sea de manera planificada o por confluencia de eventualidades.

En asuntos musicales, el sonido de algunos instrumentos podría ser molesto, mas cuando vemos la transformación de lo acústico en ritmos y melodías que corean la vida, el grado de solemnidad que puede alcanzar la música es de los más elevados, y esos instrumentos que nos parecen casi aparatosos terminan por cautivarnos y acompañarnos indefectiblemente.

Una afición indoblegable al cine permite ver una y otra producción cinematográfica que sellan la conceptuación de este arte. Que un director ponga en escena, con plata prestada, un tumulto, transformándolo en orden, no puede sino ser una categoría de arte muy elevado. No sin razón el cine y otras variedades audiovisuales, son cada vez más respetadas como disciplinas artísticas.

Lo escrito, cuando adquiere dimensión artística, tiene una doble condición transgresora. Por un lado, está el papel tradicional del escritor de cuestionar y provocar al orden establecido. Pero por otra, esta condición propia de quien escribe, en la cual trata de darle calidad elevada a la palabra, no se puede disociar de los asuntos más pedestres y grotescos y el hombre de letras, aunque no quiera, se va a ver involucrado con los temas más altisonantes con los cuales ha de tener contacto, que son las tramas propias de la vida de los hombres y de los pueblos. Tal vez de todas las artes, sea la literatura la más básica, la más plebeya, la más sucia y a la vez la que puede llegar a ser la más elevada.

Si lo vemos una y otra vez, el acto de escribir es esencialmente a contracorriente, sea por la inconformidad del escritor con el orden establecido o para generar un orden inexistente. De ahí que quien escribe está condenado a estar potencialmente solo, entre otras cosas porque la soledad del escritor es uno de los elementos necesarios para poder crear. 

Cada vez que conozco a alguien que escribe, y más si comparto el gusto por su trabajo, siento que se teje una complicidad inevitable entre gente de un submundo casi subterráneo y necesariamente lleno de contradicciones que logra traspasar el ultramundo, que a fin de cuentas es la vida que conocemos y elevarse hasta la pulcritud de un párrafo bien hecho, para intentar alcanzar la perfección estética en una de las más difíciles artes.

Todo este ejercicio tiene que ver siempre con un solo asunto y es el de la libertad. Cada hombre, operando desde su individualidad, se convierte en un elemento a contracorriente precisamente por ese anhelo de alejarse del rebaño y hacer que su vida no sea insulsamente repetitiva, trastocando la existencia con la extensión explosiva de lo creativo, que es a fin de cuentas una manera de acabar con el tedio y la sinrazón de la vida.

Pero el asunto se complica cuando percibimos en múltiples fenómenos culturales no artísticos, precisamente la misma dinámica de cuestionamiento a cuanto nos rodea. Es entonces cuando quien se planta ante el mundo con sus propuestas, no solo cuestiona la existencia sino que termina por transformar su entorno, lo cual es la paradoja maléfica de quien vive a contracorriente preconizando la libertad. 

Es acertado el eternamente controvertible Mario Vargas Llosa cuando señala: “La tradición más viva y creadora de la cultura occidental no ha sido nada conformista, sino precisamente lo contrario: un cuestionamiento incesante de todo lo existente. Ella ha sido, más bien, inconforme, crítica tenaz de lo establecido, y, de Sócrates a Marx, de Platón a Freud, pasando por pensadores y escritores como Shakespeare, Kant, Dostoyevski, Joyce, Nietzsche, Kafka, ha establecido a través de la historia mundos artísticos y sistemas de ideas que se oponían radicalmente a todos los poderes entronizados. Si solo fuéramos los lugares que impone sobre nosotros el poder nunca hubiera nacido la libertad, ni hubiera habido evolución histórica y la originalidad literaria y artística jamás hubiera brotado”.

El siglo XXI tiene retos inéditos para cualquier creador. Que sea lo inteligente lo que venza en un campo en donde los grandes talentos han trascendido, a pesar de haber sido vencidos en su momento.

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