martes, 1 de septiembre de 2015

VICISITUDES DEL NEPOTISMO

Érase una tribu familiar
Guido Sosola


Hay bufones que gozan del prestigio y del aplauso inmediato, a la vez que son temidos y también eludidos con la cautela necesaria. Nadie se atreve a llamarlos como tales abiertamente y cuando las dictaduras concluyen, se sabe de ellos comenzando por darles el nombre más adecuado.

Víctor Modesto Franklin, mejor conocido como el duque de Rocanegras, árbitro indiscutible de la moda, excéntrico y despilfarrador de lo que no tenía, destacó inmensamente durante el régimen de Juan Vicente Gómez. Por 2007, Fedosy Santaella publicó una novela corta que lo tuvo por protagonista e imaginó que, al indagar sobre la muerte de Juan Crisóstomo Gómez, fruto de la conspiración de José Vicente Gómez y Dionisia Bello, le tendió una emboscada al delfín y, en su propia casa, el dictador lo encaró y lo despachó hacia la Europa que lo vería morir.

Juan Vicente era el presidente de la República, seguido por su hermano Juan Crisóstomo o Juancho, como primer vicepresidente, y su hijo, José Vicente, como segundo vicepresidente.  Todo el país era de los Gómez, formidables aliados en cualesquiera aventuras comerciales se intentaran, terrófagos insignes, dispuestos a obtener ganancias hasta de los prostíbulos que las ramas más alejadas del tronco familiar ideaban.

Por supuesto, tenían copados todos los poderes públicos y el apellido fue aval suficiente para imponerse, si la comodidad no los llevaba a delegar  funciones en un ministerio, una aduana, una jefatura civil, una mina de carbón. Como vimos, la sucesión estaba garantizada y habría Gómez por largo rato.

A Domingo Alberto Rangel le debemos un largo ensayo histórico, con mucho de novela y de análisis psicológico, que en 1975 popularizó aún más el nombre y el gobierno de Juan Vicente Gómez (Chacón, como gusta añadir Germán Carrera Damas). Lengua-larga de reconocido prestigio, fundado historiográfica y hemerográficamente, el orgulloso merideño de Tovar, relata la conspiración de José Vicente que culminó hacia 1923 con las 27 puñaladas propinadas a la media noche en Miraflores, regresando de la revista del teatro Olimpia que compartió con Rocanegras, cuya nobleza pocos se atrevían a cuestionar a viva voz,  orquestada por la despechada Dionisia a través de un no menos despechado homosexual de apellido Barrientos: ella, vivió el dolor de la hija suicida a quien difamó Juancho, rompiendo un promisorio matrimonio; él, experimento la desdicha del amante que le arrebató Juancho.

Lo cierto es que el dictador decidió ocultar los motivos reales del crimen y, develada la anticipada sucesión que su precaria salud alentaba, eliminó las vicepresidencias, gracias a su amanuense Victorino Márquez Bustillos, y largó allende a la mar al delfín y a su familia.  Y, como se trataba de un clan, los Gómez, los más viejos interpretaron el asunto como un triunfo ante los más jóvenes, empezando por el terrible Eustoquio Gómez que, por unos milímetros más que le hubiese dado una menor torpeza, se hubiese llevado por el medio a Eleazar López Contreras en 1935, con un cultivado olfato y sentido político que la paciencia le prodigó en un país que años atrás dejó las montoneras.

La lección no parece clara: érase el país de una tribu familiar que las demandas y conquistas democráticas se llevó por el medio, aunque no queramos reconocerlo.  Del predominio político pasó y reinó en otros ámbitos, con el solo visado del apellido y habría que indagar cuánto hemos retrocedido en la augusta materia.

Reproducción:
- José Vicente Gómez. Billiken, Caracas, nr. 37 del 24/07/1925.

No hay comentarios:

Publicar un comentario