Petróleo, los guzmanes y la transición
Jesús Sanoja Hernández
Para la rendición de Mene, 1966, escribió Jiménez Arráiz de su cuñado Díaz Sánchez, a quien debió conocer como ninguno, que este era infatigable trabajador, un self- made que saltó las vallas de las limitaciones culturales de su época: “Hijo de obreros y obrero él mismo en su mocedad, desempeñó los más variados oficios, desde aprendiz de mecánica y vendedor ambulante de cigarrillos y puros, hasta pintor de carteles para cines de pueblo”. Y también frecuentador de los ambientes periodísticos, narrador y ensayista.
Debió llegar a Maracaibo en 1924, donde conoció a Juan Besson, director de La Información. Eran tiempos en que, como en un filme, el Zulia aceleraba su transformación “psicológica y económica”, y por la redacción del diario de don Juan pasaba la figura bohemia de López Troconis. En aquella pajarera de la casona de la calle Independencia el dúo formado por Pedro Herrera y Benedicto Peña, “enamorados de una época que se iba” (el ocaso del género chico, las últimas boqueadas del Teatro Baralt, el encanto del couplé, la Compañía de Mercedes Navarro, los contertulios trataban de captar los cambios introducidos por el petróleo.
¿El petróleo? Justamente Díaz Sánchez comenzó como empleado de la Caribbean y luego, en Cabimas, como juez municipal, tendría oportunidad de excelencia para recoger datos, testimonios y mutaciones en el estilo de vida de esa ciudad nacida violentamente del viejo pueblo de Narciso Reinoso, el mejor cantador de la zona, adonde llegaban los pescadores de Las Yayas, los carboneros de Las Rosas y los madereros de Ambrosio y Las Misiones. Y a propósito, ¿ese Narciso Reinoso de Mene, de dónde saldría?
El sindicalista Jesús Prieto Soto, autor de innumerables volúmenes acerca del petróleo, en su libro ¿El chorro: gracia o maldición?, mencionaba, entre los célebres guachimanes de la incipiente industria, “al popular trovador Narciso Perozo”. Y hay más…
Díaz Sánchez, en un artículo publicado en Panorama en 1954, señalaba que el punto de partida del gran torbellino petrolero comenzó en 1913 al descubrirse “los depósitos aflorantes de Mene Grande” y Prieto Soto apuntaba que a Cabimas, en 1925, la formaban dos calles, la Principal y la del Rosario: “en la primera estaba establecido el comercio; en la segunda, el sector residencial”. Un año más tarde estalló la huelga que se extendió desde Mene Grande hasta la Cabimas de la novela Mene.
En Cabimas escribió Díaz Sánchez, entre 1932 y 1933, el ensayo “Cam”, parcialmente recogido en las páginas de la revista Arquero, que en Caracas dirigió Julio Morales Lara. Y allá, según Pedro Sotillo, “el mozallón que no parecía porteño” (Díaz Sánchez, no se olvide, había nacido en Puerto Cabello) redactó febrilmente las páginas de Mene, “entre los meses de febrero a junio de 1935”, aunque otros críticos sitúan la redacción un poco antes. Gustavo Luis Carrera afirma que Mene fue premiada en el concurso del Ateneo de Caracas de 1935, pero solo pudo editarse en 1936, ya muerto Gómez.
Si algún autor se sintió atraído por el período que reventó en diciembre de 1935, haciéndose bullente política e ideológicamente en 1936 para desembocar en 1937 como prueba de fuego de la transición lopecista, ese fue Díaz Sánchez. No por azar su ensayo se denominó Transición. Para mí, destaca como el único intento, no solo de describir una situación contemporánea, sino de interpretarla cuando estaba aún en el curso más difícil de captar con mirada larga. Por allí desfilan los jóvenes que venían del destierro apertrechados de marxismos, la Ley Lara y la represión de 1937, el fascismo y el nazismo como estrategia de contención del comunismo y el posible triunfo, aunque temporal, de este. En pleno 1937, antes de estallar la II Guerra Mundial, Díaz Sánchez previó el gran cataclismo y analizó, con bastante tino, los “ismos” que entonces se cernían sobre un futuro de enigmas.
En 1950 sorprendió con el mural del guzmancismo, esa elipsis de ambición de poder que se inició con Antonio Leocadio, a quien Milagros Socorro califica acertadamente de “antihéroe fascinante”. Dejó en cartera Díaz Sánchez un proyecto, no sé si novelístico o ensayístico, sobre Joaquín Crespo, acerca del cual hizo una referencia Miguel Otero Silva en 1954. En las gavetas pudo quedar asimismo la tercera novela petrolera, aquella que debía concluir el ciclo de Mene y Casandra. No es la primera trilogía inconclusa. También está la de Uslar (Laberinto de fortuna).
(http://www.el-nacional.com/papel_literario/Guzman-elipse-ambicion-monumento-ruindad_0_696530357.html)
Breve nota LB: En lugar de "rendición", problamene qiso decirse "reedición". El error sería de transcripción, a sabiendas del rigor de JSH.
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