Carta a una jueza
Sra. Juez
Otrova Gomas
No la conozco. Como millones de venezolanos, en estos tiempos tristes de la patria vivo lejos del centro de la tragedia. Solo fue ayer que me enteré de su nombre. En todos los diarios y televisoras del planeta se le califica y se ve su cara. No hay un lugar, en que tanto los gobiernos como los partidos de la oposición, los fascistas o los izquierdistas, u organismo internacional humanitario y defensor de la paz y del derecho, no la citen y condenen su sentencia. Tal vez nos encontramos algún día en el pasado. No personalmente, porque demasiadas cosas nos separan, pudo ser por algunas líneas de humor, de esas con el que yo antes alegraba al mundo, y que si así fuera, quisiera saber cuáles para que no fueran reeditadas nunca.
El motivo de esta carta es la lástima que usted me inspira. Si muchos la odian, usted a mí solo me infunde compasión. Su condición humana en este breve paso por el mundo da dolor, y le escribo en una doble condición, como abogado y como venezolano. En lo primero, no porque crea que usted perdió el tiempo en el pasó por una escuela de derecho, sino porque no me explico cómo llegó a juez si no tiene la menor idea de lo que es justicia.
Cuando lo hago como venezolano, es porque al vivir afuera, aunque no sufro directamente de las desgracias que padece el país, desde lejos mi corazón sigue clavado en lo más profundo de su pueblo, de su territorio y de sus sueños, y desde allí también sufro sus carencias, sus martirios, la destrucción de sus familia, la inseguridad creciente y el robo de aquella descomunal riqueza.
No voy a extenderme en calificarla. No me interesa. A los creadores de ficción no nos asombra nada. Pero como abogado, que no sé por qué esperaba una sentencia absolutoria, solo le hago unas preguntas para que usted se las conteste sola: ¿Cómo puede condenarse a alguien sin permitirle que presente pruebas? ¿Cómo es posible violar de una manera tan descarada todas las reglas que rigen el derecho? ¿No siente pena jurídica? ¿Hizo lo que hizo por ignorancia legal? ¿O cumplía órdenes de un ser siniestro? ¿Firmó realmente la sentencia o esa firma es la de un secretario al que avergonzada le pidió que se la hiciera? Respóndase. Hágalo con franqueza ¿Lloró esa noche poseída por el remordimiento? ¿O disfrutó cuando hasta aumentó la pena que pedía el Fiscal que acusaba al condenado?
Como venezolano también me agobian las dudas por los martirios de su alma. Si tiene usted hijos y familia ¿Cómo puede mirarles a los ojos sabiendo que les vendió el futuro? ¿No se da cuenta del infierno que vive su país por culpa de esos dementes y corruptos que parece que son sus héroes? ¿Qué domina hoy más en sus temores: el miedo o la vergüenza? ¿Qué la impulsó a hacer algo tan indigno universalmente? ¿Fue la confusión por las locuras de este mundo o un amor secreto en los reinos del infierno? ¿Cree usted que todo lo malo que hagamos luego se perdona? ¿Lo cree? ¿Cuál es su relación con dios? ¿O es que es adoradora de ángeles siniestros?
No quiero apabullarla porque usted no está sola en la desgracia que presumo debe invadir su espíritu, si es que lo posee; recuerde que hoy su sentenciado y sus hijos seguirán con la vida truncada por su ensañamiento y la falta de justicia que encierra el fallo, y un hombre murió enfrente de su tribunal aporreado por las hordas rojas, uno más entre decenas que han sido asesinados y encarcelados por el único delito de querer cambiar la desgracia que sufre profundamente Venezuela. Pero debo decirle que le escribo porque le admiro esa capacidad tan grande que posee para enfrentar el odio colectivo.
También me asombra su indiferencia al desprecio universal y a la burla de todos los juristas. Me resisto a creer que no se le revuelva la conciencia. Tal vez me equivoque y usted represente el nivel más alto de lo degradante y de lo injusto, pero prefiero quedarme con la idea de que es alguien que sufre inquietud por un error cometido o la turbación que causa la ignorancia manifiesta. Le repito, lo hago porque usted me da lástima. No creo que podrá disfrutar más en un buen restaurante sin la aprensión de que un cocinero loco que la reconozca quiera envenenarla, o pasearse por cualquier calle en el país o el extranjero sin temor a una represalia o al ataque de un vengador desesperado. Me niego a aceptar que pueda ser feliz viviendo rodeada de guardaespaldas, que aunque den una aparente tranquilidad a los necios, ni son eternos y en realidad todos sabemos que no sirven para nada.
Perdone que con estas elucubraciones tontas me meta con su vida. No debí hacerlo. Esa es suya y usted sabrá qué hacer con ella. Para no alargarla, la corto aquí, en estos 5.128 caracteres. Solo le ruego que se conteste. No lo deje para cuando sea muy tarde. También le recomiendo que si es cristiana vaya a una iglesia y pida un cura para ver si logra que la absuelvan. Quién sabe, ya la Iglesia es otra. Si es atea, pídame una cita, que puedo ayudarla a enfrentar la nada y se orientar suicidas, pero si es admiradora de esa banda que hoy gobierna a Venezuela, disfrútelos ahora, porque es poco tiempo que les queda.
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