Del paladar portuario
Luis Barragán
Semana y tanto atrás, nos visitó un amigo que vivió en Venezuela por muchos años. Al despedirlo, recordó la escena de una de las viejas novelas de John Dos Passos: el soldado que está en Europa escribe a su familia, pidiendo noticias del curso de la guerra, pues, haciéndola, la padece ignorando el rumbo.
La constatación inicial fue la del paladar, ya que los escasos alimentos que hicieron su tradición en el país, no se encuentran y, de encontrarse, no saben igual. Desmejorando la calidad, lo poco que consiguió reporta sabores de imitación, por no citar el bajo valor nutricional.
Lo peor es que ni los granos que antes producíamos, entran por nuestros puertos y no se sabe - como otros alimentos - hasta cuándo, porque no hay recursos para la insigne y masiva importación como en los últimos años. Además, al amigo le asombró que ya no pueda pintarse un modesto apartamento y, mucho menos, el edificio, porque el encarecimiento llega a tal punto que el modesto afán estético pasa por una excentricidad. Por lo demás, entristecida la ciudad capital como cualquier otra cubana, no hay con qué medio acomodar un espacio para hacerlo más grato.
Por el camino que transitamos, cada día es más difícil comprar una camisa, un vestido, un pantalón, un par de zapatos, por lo que la tendencia será la de transmitir en herencia las prendas de padres y abuelos. Quizá desde que reventó el pozo Zumaque I, un muchacho no se enfundaba en el pantalón del abuelo, cuyo corte y resistencia revela una marca prohibitiva en el país.
Nos queda ya el paladar portuario, hasta nuevo aviso. Somos referentes de un inaudito atraso en el continente y, faltando poco, el gobierno desea reprimirnos por la más ligera queja.
Fuente:
http://www.opinionynoticias.com/opinionnacional/21707-del-paladar-portuario
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