lunes, 9 de enero de 2012

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En uno y en otro parlamento
Luis Barragán


Hay voces de resignación y descontento respecto al desempeño de la Asamblea Nacional en 2011, a juzgar por los señalamientos tácitos y expresos que estrían a los sectores del oficialismo y de la oposición. En un caso, algunos parlamentarios destacaron de acuerdo a lo pautado – a veces, no tan genéricamente – por Chávez Frías, quien matizó y delegó la jefatura en Cilia Flores y la mesa directiva que intentó administrar el protagonismo de Aristóbulo Istúriz; y en el otro, luce todavía insuficiente el esfuerzo por reivindicar la independencia y propia identidad del órgano del Poder Público, bajo la amenaza permanente de un allanamiento a la inmunidad de los más diligentes y contestatarios diputados.

A juzgar por el constituyente de 1999, el extinto Congreso de la República no superaría jamás a la novísima Asamblea Nacional. Y no sólo por su diseño institucional, sino por la supuesta garantía de una inédita vitalidad política. Empero, bastará una breve comparación para verificar cuán falaz fue la promesa y, más aún, es la realidad que transcurre en San Francisco, valiéndonos de un ejemplo histórico.

De acuerdo con la sesión del 2 de Marzo de 1962 (Diario de Debates, mes III, nr. 1), la coalición gubernamental de entonces perdió el control de la Cámara de Diputados, sin que ello generara una irreparable crisis para la naciente democracia representativa. Simplemente, los partidos de la oposición alcanzaron la mayoría necesaria para elegir una directiva, derrotando principalmente a Acción Democrática y COPEI, conformada por Manuel Vicente Ledezma como presidente, quien superó a Antonio Borjas Romero; Enrique Betancourt y Galíndez, primer vicepresidente frente a Armando González; Jesús María Casal, segundo vicepresidente ante Eduardo Tamayo Gascue; Félix Cordero Falcón y Francisco Villarroel en la secretaría y subsecretaría, perdiendo Héctor Carpio Castillo.

El debate nos trae algunas notas hoy curiosas, como la brevedad de las postulaciones que resultaron ganadoras, salvo la representación del MIR que insistió en la vocación del partido, denunciadas las persecuciones; la constante agitación de las barras, ocupadas por seguidores de las distintas corrientes políticas que obligó a un receso para su disciplinación que suponemos hizo necesario el desalojo de las tribunas; la fiel transcripción de todas y cada una de las incidencias, añadidas una lacónica descripción de la situación (“hay grupos de Diputados que discuten entre sí, acaloradamente, otros …”); el esforzado lenguaje de consideración, respeto y tolerancia, al igual que las sobrias intervenciones del director de debates saliente y el presidente de la cámara entrante. Cuán contrastante con el desenvolvimiento del chavezato parlamentario, por no decir que les luce impensable e inaceptable hasta el fin de sus días que la directiva de la Asamblea Nacional sea ocupada por la oposición.

El oficialismo actual cree en el dominio absoluto del Capitolio Federal, casi por derecho divino, y no admite la adecuada prolongación de los oradores de la oposición, como ocurre en cualquier parlamento serio del mundo. Por lo demás, suelen responder con ventajismo, esmerándose en la descalificación personal del oponente; no aceptan denuncia alguna, por grave que fuese, en materia de derechos humanos o de cualesquiera otras materias de gravedad aún inocultable para la opinión pública; monopolizan las barras o tribunas, frecuentemente movilizados los empleados públicos que hacen gala de su agresiva intolerancia al avistar o escuchar a un parlamentario opositor; las transcripciones se realizan por monitores, fuera del hemiciclo, escapándose otros datos ambientales que la microfonía no capta.

Aquella victoria de los sesenta, impulsada por los parlamentarios de AD-Oposición (ARS) y MIR, originalmente electos en las planchas o listas de AD-Gobierno, resulta inimaginable ahora. Y esto, porque Miraflores no lo soportaría, contando con un elenco dirigencial incapaz de metabolizar y desarrollar una política alterna, y por esa póliza de seguro que hizo aprobar Chávez Frías, precisamente demostrando un amplio sentimiento de inseguridad: la llamada “Ley Antitalanquera” que no permitiría, hoy, que Domingo Alberto ni José Vicente Rangel abandonasen las filas de AD o URD.

Valga acotar, 1962 fue escenario veraz y palpable de la abierta insurrección armada que no supuso el embozalamiento o aniquilación del Congreso de la República. La sola idea de perder el control de la Asamblea Nacional, provocaría la ira presidencial hasta inventar e imputar el delito de insurrección o golpismo que no se ve, a una oposición que está destinada a ganar limpia y transparentemente los comicios de 2012.

Fuente:
http://www.noticierodigital.com/2012/01/en-uno-y-en-otro-parlamento/
http://www.noticierodigital.com/forum/viewtopic.php?t=830418

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