NACIONAL - Sábado 14 de Enero de 2012 Papel Literario/1
Centenario Guillermo Meneses 1911-1978
Otra vuelta de tuerca en relación a "La mano junto al muro"
El pasado 15 de diciembre se cumplieron 100 años del nacimiento de Guillermo Meneses, escritor y diplomático venezolano, autor de narraciones fundamentales de nuestra literatura como "La mano junto al muro", con la que ganó el Concurso de Cuentos de El Nacional en 1951, y "El falso cuaderno de Narciso Espejo", entre otras. Para recordar la enorme relevancia de su obra, un mes más tarde de su fecha centenaria, Papel Literario presenta a sus lectores un resumen de los textos leídos durante el encuentro que se celebró aquel día en la Universidad Central de Venezuela. Para homenajear al autor, la Coordinación de Estudios de Postgrado, la Maestría en Estudios Literarios y la Escuela de Letras organizaron el evento Meneses 2011, una jornada de reflexiones críticas sobre la obra del autor
JUDIT GERENDAS
Se ha escrito mucho sobre este brillante cuento de Guillermo Meneses, en el cual la duda se halla instalada en el centro mismo de la historia que se narra.
Gran parte de la crítica ha girado en torno al enigma que representan las evanescentes figuras masculinas que tienen papel primordial en el texto.
Yo también voy a referirme a ello, pero desde otro punto de vista, el cual me parece que se le ha escapado hasta ahora a la crítica que, en general, se ha estado preguntando de cuál hombre es que se está hablando en cada momento.
La publicación de "La mano junto al muro", en 1951, representa un corte de aguas fundamental en la narrativa venezolana: a partir de aquí sólo se podrá hablar de un antes y un después de este cuento.
Sólo en algunos momentos privilegiados se produce una ruptura tan radical como la que suscitó "La mano junto al muro".
En ese mismo año se presentan las primeras obras de Jesús Soto, Repeticiones y Desplazamiento, las cuales hasta en sus títulos se corresponden con el texto de "La mano...".
En 1955 se presentan los Coloritmos de Alejandro Otero y en 1959 la primera Fisiocromía de Carlos Cruz-Diez.
Es este el contexto en el que surge "La mano junto al muro", es a este momento estelar al que contribuye y del cual, a su vez, se alimenta.
Con todo ello se relaciona la cuestión de los personajes que pueden ser englobados bajo el término "el hombre", esa duda que permanentemente acompaña su identidad, el entrecruzarse del uno con el otro, los flashes que los caracterizan, ya que ninguno tiene historia, son meras imágenes de intensa presencia visual.
Son muchos los que hablan en el texto, todos hombres, intercambiables entre sí. Hablan de la mujer, su fugaz y momentáneo objeto del deseo: en el cuento todos hablan, menos ella, quien, sin embargo, tiene una importante presencia a través del frágil movimiento de sus dedos, que tamborilean sobre el muro, dedos que generan breves significantes: "aquí, aquí, no, no, no, adiós, adiós".
Pero si leemos con cuidado, tendremos que convenir en que la narración parte de ella. Meneses, con sabiduría de narrador, se ha situado dentro de su conciencia, que no es confusa ni es torpe, sino que, simplemente, es la conciencia de una mujer que es prostituta, cuya vida consiste en recibir a montones de hombres en un burdel.
A seres pasajeros e indeterminables, una larga serie de la que es imposible llevar la cuenta, por lo tanto para ella es irrelevante saber si eran dos o tres los marineros.
Entonces, cuando en el texto se dice "el hombre", es absolutamente coherente --y no producto del azar ni de una incertidumbre metafísica-- con el quehacer de la protagonista el que a veces todos parezcan uno sólo y otras se desdoblen en numerosos personajes.
Meneses es capaz de situarse en la perspectiva de la prostituta, sin compadecerla ni idealizarla ni juzgarla: haciéndonosla presente, a través de una técnica que nada le debe al realismo, pero sí a la visión cinematográfica y pictórica y, dentro de esta última, en particular, al cubismo y al cinetismo.
Los hombres, siluetas apenas, a veces intensamente iluminados por las luces, transformados en imágenes llameantes, se funden los unos con los otros; imágenes que en su esplendor de colores y en su movilidad cinética constituyen un brillante tour de force que logra verbalizar lo que en el cinetismo tiene índole visual.
El cinetismo, que es un arte óptico, juega con la luz y con el movimiento, así como con la apelación al espectador, que puede interactuar con estas obras, no sólo contemplarlas.
Se considera fundador de esta tendencia a Víctor Vasarely, artista francés de origen húngaro.
Pero entre sus principales creadores se destacan, con obras sumamente originales, tres artistas venezolanos: Jesús Soto, Alejandro Otero y Carlos CruzDiez. En mi opinión, la obra de ellos es el aporte más importante de Venezuela al mundo de la cultura universal.
La fragmentación de los múltiples hombres en "La mano..." remite también a la pintura cubista, que desintegra las formas y las ubica en el espacio en un orden que no es el que les corresponde en la realidad. La mujer, a su vez, está captada a través de una técnica cubista, que la hace ocupar un lugar en múltiples imágenes, que la expresan mejor que su corpórea unicidad detenida al lado del muro.
En el texto están representadas también imágenes que remiten a lo cinematográfico y a lo teatral. En un cierto sentido, la obra pone en escena una coreografía masculina, con personajes que vienen y van, hacen gestos y se desplazan en medio de humos azulados y un permanente juego de luces.
En el centro de esta magistral escenografía se despliega la tragedia, una historia de celos, un drama de soplo shakespeariano que gira en torno al único personaje quieto, la mujer con su mano sobre el muro.
Un hecho banal, cotidiano, se transforma, mediante la poderosa fuerza narrativa del texto, en un acontecer grandioso y universal.
La mujer está ahí, con sus dedos tamborileando cinéticamente sobre el muro, desde donde se ve el espejo, con sus imágenes geométricas oscilando sobre su superficie. Hay una correspondencia entre muro y espejo, ya que ambas son superficies, una rugosa y otra lisa, sobre las cuales se escriben historias, aquellas que se muerden la cola, como la que estamos leyendo, el cuento de Guillermo Meneses.
La sugestiva y móvil presencia de la mano se contrapone a la dureza de la piedra del muro.
Parte de toda esta historia la percibimos también desde las imágenes que refleja el espejo, titilar visual que contribuye a generar la duda. El aletear del espejo se corresponde con el golpear de los dedos de la mujer sobre el muro. En algún momento ella misma se hunde en el espejo, transformándose así en su propia imagen. El espejo resulta una vía para el saber y, simultánea y contradictoriamente, para la confusión, ya que, siendo él mismo oscilante, por colgar de una cuerda, da entrada a la multiplicidad de las versiones. Sin embargo, termina por mostrar un sólo camino: el que lleva hacia la muerte.
El espejo que refleja a la mujer es el espacio privilegiado en el que se instala el relato.
Ahí funda el narrador sus dudas y sus interrogantes, para desestabilizar a la narración misma, problematizando de esta manera la escritura, que reitera de múltiples maneras la ambigüedad ficcionalizada, en la perfección que marca a este cuento, en el que el enunciado y la enunciación llevan a su más alta expresión su concertada correspondencia.
El final del texto adquiere la tonalidad de una sinfonía, en contrapunto con el comienzo, con lo cual de nuevo enunciado y enunciación se corresponden: el cuento, en su registro temático, habla de una historia que se muerde la cola, y su estructura, en rítmica correspondencia, materializa esa historia, tal como una sinfonía que se cierra, con variaciones y entradas de motivos que van enriqueciendo la partitura, de la misma manera como comenzó, ella también mordiéndose la cola.
Luego ya sólo queda el enfrentarse a la realidad, a la muerte pura y simple. Ante el espejo, la mujer está al borde de ese misterio, intentando comprender presencias y ausencias, lo que está ahí reflejado y lo que ha quedado fuera del cuadro.
Frente a la fragilidad con la que se ha estado asociando su mano, surge la mano del otro, la que trae la muerte. A partir de su presencia, que parece ofrecer un blanco cigarrillo encendido, pero que sujeta un puñal, el texto gira de nuevo y se produce una inesperada variante: la mujer alza la mano --primera y única vez el sustantivo va acompañado de un verbo, connotando una acción-- e inicia un gesto. El final de gran tragedia del cuento mantiene el carácter cinético y de alta poesía.
La muerte ya se ha instalado y, en un giro definitivo, todo movimiento se detiene: "La mano de la mujer estaba quieta junto al muro, sobre el pozo de su propia sangre" (p. 175). La gran variante de la frase final --del fraseo musical-- es de índole gramatical: la preposición sobre, que ha acompañado permanentemente al sustantivo mano a lo largo de todo el cuento, en cuanto a su ubicación espacial en relación al muro, en la última frase del cuento es sustituida --cuando se instala la muerte-- por el adverbio junto, en magnífica señalización alusiva e indirecta de la tragedia que ha tenido lugar: ya la mano no tamborilea sobre el muro, está inerte junto a él, en su propio charco de sangre. La fugacidad del tiempo se ha cumplido, la inmovilidad ha sustituido al leve temblor y se produce el gran desenlace dramático, todo ello concentrado en apenas dos partículas verbales, las cuales irradian con su significado el final del drama, así como el final de la sinfonía, que concluye con el silencio que se corresponde con la quietud de la mano.
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