lunes, 14 de noviembre de 2011
VARIAS VACAS ... GORDAS Y FLACAS
EL NACIONAL, Caracas, 12 de Noviembre de 2011
Isaac Chocrón Serfaty: 1930-2011
La honesta e implacable mirada de Isaac Chocrón:
los desarraigados personajes de su narrativa
Son pájaros de mar por tierra, no encuentran su espacio propio, están desarraigados y andan por el mundo sin dejar huellas
JUDIT GERENDAS
La sostenida y consecuente novelística de Isaac Chocrón ha sido injustamente relegada, en comparación a la amplia difusión de su brillante obra dramática. Entre 1956, cuando aparece la novela Pasaje, y 2005, cuando se edita en formato de libro Pronombres personales, que ya había sido publicado por El Nacional en la modalidad de folletín en 2002, por capítulos, la constante labor narrativa de Chocrón se materializó en siete novelas, las cuales son, además de las ya mencionadas, Se ruega no tocar la carne por razones de higiene, de 1970; Pájaro de mar por tierra, de 1972; Rómpase en caso de incendio, de 1975; y 50 vacas gordas, de 1980.
Esta producción narrativa es una obra valiosa y valerosa, generada a partir de una inquisitiva y lúcida mirada sobre los convencionalismos y los estereotipos, a los cuales muestra con un rigor despiadado, sin concesiones. De la narrativa de Isaac Chocrón surge un universo ficcional en el que representa, de un modo implacable, la mezquindad y la mediocridad, el conformismo y las formalidades, las reglas de juego que barnizan con su existencia a las mentiras que recubren.
La superficialidad, el protocolo, las relaciones interpersonales marcadas por la indiferencia y por el desamor, aunque enmascaradas por la cortesía, expresan un mundo en el que el deseo ha sido sofocado por la rigidez de las apariencias y de los comportamientos establecidos.
Los personajes que pueblan un espacio así caracterizado son seres signados por la soledad. Únicamente cuando logran insertarse en la rutina de lo convencional consiguen fabricarse un refugio dentro del cual ocultan y disfrazan su desamparo. En algunos de estos personajes, sin embargo, sobre todo en el Micky de Pájaro de mar por tierra, la soledad es, más que una circunstancia, una condición existencial asumida y aceptada.
La visión irónica y la visión trágica presentes en esta narrativa se sitúan en el contexto cultural de las clases altas, entre personajes muchas veces pertencientes al mundo diplomático, signado por las componendas y la rutina trivial, un mundo en el que la calidad moral y humana son sutituidas por los gestos y las puestas en escena.
La sexualidad es un tema central en la narrativa del autor. Reiteradamente Chocrón construye personajes que responden a una propuesta lúcida y coherente, pionera en la narrativa latinoamericana, puesto que ya se encuentra en germen en Pasaje, un tanteo correspondiente todavía a la época juvenil. Se trata de seres con una sexualidad ambivalente, cuya presencia muchas veces es tan sutil que no es notada claramente ni siquiera por los propios personajes caracterizados de esta manera.
La propuesta del autor es mostrarnos la sexualidad en su materialidad más primaria. A lo que nos enfrenta es a un sexo degradado, cuya abyección se explora con crudeza en medio del entramado de los prejuicios sociales representados.
La homosexualidad masculina se asedia constantemente, con la misma mirada despiadada que encontramos en relación al mundo social. Desde la condena cultural por parte de esta sociedad hasta la descripción naturalista, se revisa con coraje y de una forma consecuente un tema escabroso, que será abordado unos cuantos años después por otros escritores latinoamericanos, tales como el argentino Manuel Puig o el cubano Reinaldo Arenas.
El autor explora sin concesiones el aspecto degradado y sórdido del mundo en el cual se mueven sus desamparados personajes, y no rehuye mostrar la inautenticidad de unas relaciones muchas veces no elegidas, sólo aceptadas pasivamente, al no poner resistencia numerosos personajes a una prostitución (obviamente por dinero) que corrompe las opciones individuales.
Existen también, aunque con menos frecuencia, momentos de belleza y de felicidad en estas relaciones. Pero el convencionalismo imperante en la cultura establecida, que se manifiesta en tenues, aunque férreas represiones, pocas veces le permite a los personajes asumir libremente su enmascarada identidad. Son pájaros de mar por tierra, no encuentran su espacio propio, están desarraigados y andan por el mundo sin dejar huellas, tal como el ya mencionado Micky, precisamente de la novela titulada Pájaro de mar por tierra, el cual se perderá definitivamente, sin dejar tras de sí señal de su paso sobre la tierra. Sólo quedarán rumores, suposiciones y fragmentos de testimonios, un rompecabezas imposible de armar. Se pierde en el mar, un espacio en el cual, por definición, es imposible dejar huella alguna.
Este personaje forma parte de la vasta galería de personajes masculinos pasivos, extranjeros en el mundo, en el sentido camusiano del término, que se inicia con el Ismael Campos de Pasaje, y llega hasta el Alejandro Ponte Vecchio de Toda una dama. La pasividad termina siendo una condición existencial asumida, una forma trágica de la libertad, en la que no se expone nada del mundo interior del personaje, despojado de cualquier tentación de hacer una apuesta en el juego de la vida, resguardado detrás del silencio, de la sonrisa que no compromete y del carácter enigmático.
En este contexto, duro y cruel, de "narrativa sucia", la prostitución masculina es una referencia constante. Los personajes reciben pagos en dinero o en favores como algo rutinario, sin que ello les produzca coflictos éticos y sin movilizar valores abstractos o filosóficos de ninguna especie. Son outsiders que dinamitan con su mera presencia la hipocresía del mundo en el que se mueven. Son ellos el otro, los que, con esa simple presencia, cruda, descarnada y desembozada, le sirven de espejo a los educados y protocolares personajes que se mueven elegantemente detrás de sus máscaras y de sus disfraces.
Los personajes prostituidos son objeto de transacciones mercantiles en medio de las cuales se intenta cosificarlos, hacerlos propiedad de alguien, en situaciones de una extraña ferocidad. Sin embargo, algunos logran liberarse, como el protagonista de Pájaro de mar por tierra, el cual crece y se hace consciente, asumiendo su desarraigo y escogiendo una libertad que ninguna dulzura puede proporcionarle.
Esta larga serie de personajes chocronianos, manoseables y apáticos, algunos de los cuales terminan realizándose en su soledad, se construyen sobre espacios textuales sugestivos y, en algunos casos, notables por su carácter metaficcional. Tal sucede en la novela ya varias veces citada, Pájaro de mar por tierra, en la cual el discurso narrativo tradicional se combina con las cartas que le llegan al autor personificado, de los supuestos informantes que, mediante esas cartas pagadas por un personaje narratario llamado Isaac Chocrón, el cual le manda cien dólares a cada uno, producen textos a partir de diferentes puntos de vista y con múltiples voces, en un logrado juego polifónico que coloca en primer plano el proceso de escribir mismo.
Esta autorreferencialidad, esta audaz conciencia del hecho literario, entra en juego dialógico con la otra conciencia, la relativa a la audacia temática que se expresa en esta escritura, lo cual se manifiesta claramente cuando uno de estos personajes informantes le pregunta al personaje escritor, al Sr. Chocrón, si él de verdad va a publicar todo eso, si él cree que ello le será permitido.
De esta manera Isaac Chocrón termina siendo personaje de su propia novela, en la que convive con las figuras ficticias que ha creado, ya no sólo como receptor de sus informaciones, sino como parte de la historia que se narra. Se nos dice, por ejemplo, que Chocrón invitó a cenar en un restaurant a Micky y a Gloria, o que él y Piet no eran íntimos, y se llega hasta el juego humorístico en el que una de esas figuras de papel que es, a fin de cuentas, un personaje, exclama: "¡Qué bien nos conoce, Sr. Chocrón, cualquiera creería que usted es uno de nosotros! Vaya manera de describir las cosas".
Dentro de esta narrativa, tan innovadora en la literatura venezolana y tan coherente, tan fiel a sí misma, ocupa un lugar diferenciado la novela 50 vacas gordas, cuya protagonista es una mujer. En un mundo cultural afín al de las otras obras, en cuanto a que está signado por comportamientos convencionales y rituales mundanos, formalizados y triviales, y también en cuanto a que esta protagonista es a su vez un ser marcado por la soledad, así como lo están también sus numerosas amigas, todas mujeres cincuentonas, se produce un cambio en relación a las otras novelas.
Un hecho fortuito, un crimen del cual es testigo, desencadena en Mercedes Alcántara una actividad de compromiso ético que la lleva a asumir un riesgo, a partir de unos valores que la hacen sentirse responsable y solidaria con la otra, una mujer joven y marginal que ha sido asesinada, un hecho que ha quedado impune. En una acción trepidante que mantiene el suspenso todo el tiempo, ella termina por desentrañar el crimen y encontrar el culpable, aunque todo ello será por completo inútil: la corrupción del sistema social protege al criminal, y la víctima, un ser carente de peso en el entramado de la sociedad, será fácilmente olvidada y desechada.
En un mundo caracterizado por la ostentación y el despilfarro, en un contexto histórico agudamente analizado a partir de la visión irónica, la protagonista logra algo que quizás sea poco socialmente, pero que es mucho para una existencia individual: ella adquiere una conciencia y se confronta a sí misma con un medio incomprensivo e insensible. Desde la conciencia lúcida obtiene un conocimiento y un saber, el poder reconocer el mal, a partir de lo cual asume su soledad con coraje, ya no como una condición impuesta por las circunstancias.
Irene, la muchacha asesinada, marca aquí la otredad, el mundo de lo sórdido.
Una sordidez que, en última instancia, no obstante, es la misma que la de las mujeres a cuyo grupo pertenece Mercedes, sólo que en el caso de Irene se encuentra en estado crudo y expuesto, observable a través de unos binóculos. Sin embargo, es un otro que no deja de ser lo mismo.
Es la mirada de Mercedes, con la ayuda de los binóculos, lo que define a Irene.
Pero esa visión se hace dialógica al rebotar de vuelta y obligarla a definirse a sí misma también. Tal como ha obligado a sus lectores ese gran escritor que fue Isaac Chocrón, a definirse también en relación a la temática y a los problemas éticos que de una manera sostenida y coherente ofreció en su obra narrativa, incluyendo a la última, la desgarradora Pronombres personales.
En ese conjunto de novelas que reclama el diálogo y la divulgación, la reedición de libros que hace tiempo no se consiguen.
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